“60 Voces por Israel” editorial Keren Kayemet Leisrael en México.
EZRA BEJAR
Con mi atzlajá a la Mediná por sus 64 nuevos años.
El inconfundible sonsonete de voz la despertó:
―Má, me vas a matar, se me fue el camión; tengo examen de mate a la primera hora y además llevo la cajita del Keren , no seas, llévame al colegio por favor, es la última vez… lo juro, ándale, te lo ruego…
La madre, amodorrada todavía, hizo esfuerzos por incorporarse y cuando se dio cuenta de lo que se trataba, arrancó en furia:
―No es posible, Mendl, es la tercera vez en la semana… y obvio, el comodino de tu papá ya se fue al deportivo y me deja a mí con la bronca. Claro, aquí está la esclava; mira… por mí que te reprueben, a ver si así aprendes de una vez… yo tengo mucho que hacer, es viernes y no voy a perder una hora en el maldito tráfico… ¿Ahora, cuál es el pretexto? ¿Para qué te compré el dizque super despertador que me pediste?… Juraste que no volvería a pasar, ¿dónde esta tu palabra? No, Mendl, ahora sí que no te voy a llevar; a ver cómo le haces.
Ante la evidente determinación de la madre, el chico intentó una nueva estrategia. Se acercó a la enojada mujer y le plantó un beso en la mejilla, luego, solemne se paró frente a ella, levantó la mano derecha y dijo:
―Última vez ma’… lo prometo.
La mujer sintió la zalamería y el supuesto compromiso, poco sinceros. Se dio vuelta en la cama y abanicando la mano contestó:
―Sácate de aquí, si quieres pídete un taxi, pero lo pagas tú, millonario; de lo que te regalaron en tu bar mitzvá. Yo no tengo por qué patrocinar tu flojera… Ándale… y salte por favorcito que necesito descansar un rato más.
El chico subió los hombros y repuso:
―Bueno… pero luego no te vayas a lamentar…
―¿Y de qué me voy a lamentar, si se puede saber?
―¿No oíste que andan robando en los taxis de por aquí? ojo, ma’, tengo que llevar la cajita del Keren Kayemet… Ya lo sabías, má, hoy se cierra el concurso, hay que entregar los trabajos y devolver las alcancías como estén. ¿Qué tal y me la roban? Imagínate cómo te vas a sentir…
La madre lo miró con enojo, torció los labios y espetó:
―Mira, bribón, salte de aquí, es la última vez que me la haces… súbete al coche… Ahorita voy. Esfúmate; no te quiero ver.
Mientras la mujer se empezaba a vestir, sonó el teléfono y desde su cuarto ella escuchó como Mendl contestaba el aparato:
―Si pa’, se me pasó el camión, perdón… ¡Uf!, está bien enojada, pero me va a llevar… ¡Uh!, no lo creo pa’, la verdad no se me ocurrió nada excepcional. El premio se lo va a ganar otro. El que demuestre haber logrado la aportación más original al Keren… Con la foto que yo llevo de la bebé de Rójele, poniéndole veinte pesos a la kufsa , no creo tener muchas posibilidades. Seguro que va a ver mucho mejores ideas, ni modo pa’, pero gracias por desearme suerte… Te cuento en la noche… Bye pa’; ahí que luego te llame ma’… es que… vamos a llegar tarde…
El tráfico era infame y la mujer no dejaba de reclamarle al hijo su falta de responsabilidad; el muchacho se disculpaba, pero ella arremetía. Al poco tiempo decidió marcarle al marido; necesitaba compartir el disgusto.
Mientras ella esperaba a que le contestaran, madre e hijo escucharon claramente el altavoz de la patrulla:
―Camioneta blanca, favor de hacer alto a su derecha.
―‘Ora si mamá, ya te cacharon… voy a tronar Mate, faltan diez minutos para el examen— dijo ansioso Mendl, desde el asiento trasero en el que se había acomodado para el traslado.
La mujer sabiéndose en falta, ocultó como pudo el aparato bajo el tapete del auto, mientras que por el retrovisor miraba como un regordete agente de tránsito, forzando una sonrisa, se encaminaba hasta donde ella se había estacionado.
La respuesta del océano de automóviles que requería vía libre para circular no se dejó esperar; decenas de bocinas taladraban con estridencia el espacio, expresando enojo por el tapón que el coche infractor ocasionaba:
―Sus documentos por favor, señora.
―Ay, oficial, ¿qué hice?, no sea malito, perdónemela… es que, ¿sabe?, mi hijo tiene examen, lo van a reprobar…
Los claxonazos no permitían diálogo alguno y por ello el agente sugirió a la conductora que le abriera la portezuela derecha; tomaría lugar a su lado para doblar en una calle secundaria y arreglar el asunto.
Cuando el guardia iba a sentarse, advirtió la cajita azul que se encontraba sobre el asiento del copiloto; Mendl la había dejado ahí para recogerla cuando llegaran al colegio.
La mujer movió de lugar la alcancía para que el policía tomara asiento y, al hacerlo, sonaron las monedas que dentro había. El policía, riendo, agradeció:
―Qué tal y no veo la alcancillita y aquí me quedo tullido…
Una vez en el auto, y ya estacionados en un sitio propicio, el agente solicitó la licencia de conducir de la infractora y apenas la tuvo en la mano leyó el peculiar nombre:
Sore Zelde Dolengevich Weingarten
―¡Chabat Chalom!, señora Sore.
Extrañada, la mujer dirigió sus ojos hasta la placa de identificación que el agente portaba sobre la camisa, leyó:
Cabo Clemente Mendoza Arellano
―¿Habla usted hebreo, oficial?
―No, señora, pero estamos en Interlomas y usted sabe: ¡Hay que conocer el mercado! Además, yo aprecio mucho a los paisanos.
―Ah, ya veo, oiga, por favor, perdónemela, tengo que llegar al colegio de mi hijo en cinco minutos, van a reprobar al muchacho. Ándele, pórtese bien…
―Pues usted dirá señora. Es muy grave hablar por teléfono mientras se maneja… El reglamento…
―Híjole… no tengo más que cincuenta pesos y así… me deja usted en blanco.
―Y, ¿qué?… la alcancillita, no cuenta?
Entonces intervino Mendl:
―Oiga, poli , con esa no se meta, no se vale, es como sacarle a una alcancía de la Cruz Roja…
El agente con el comentario se ruborizó un tanto:
―No, ps’… así no, la verdad.
―Oiga, poli― dijo el muchacho, ―qué tal y me dona usted los cincuenta pesos que le ofrecen para la alcancía. Ándele, con ese dinero se va sembrar un árbol a su nombre en un bosque bien padre que está en Israel, pero es en honor de México. Cuesta cien pesos, pero no se preocupe, luego mi mamá me da la diferencia… esta chido, ¿no?, el árbol se va a llamar como usted… o si quiere, como uno de sus hijos. ¡Demuestre su aprecio por nosotros, poli! Es buena obra… imagínese todo el tiempo que va a vivir su árbol personal… seguro más de cien años. Mire, vea, aquí está el certificado que le entregaría.
El guardia rió, pero curioso examinó la atractiva cartulina multicolor, se rascó el cuello y escéptico respondió:
―‘Ora si, tons’ resulta que hasta voy a acabar poniendo… y, ¿qué le hago con mi pareja que está esperando allá en la patrulla?
―Pues le explica, o mejor todavía, le compramos a él otro arbolito; mi mamá paga… Está padre , ¿no? Ándele, haga una buena obra.
Mendl y la enfurruñada madre miraron a lo lejos cómo los uniformados conversaban fuera de la patrulla. Al poco rato, los dos policías regresaron al lugar y pidieron que les mostraran el susodicho certificado.
Para persuadirlos, Mendl utilizó un buen número de argumentos y finalmente logró que los guardias transigieran. Cuando ellos iban depositar el billete en la alcancía, el chico pidió le permitieran tomarse una foto a su lado:
―Así habrá plena constancia― recalcó.
Los guardias con cierta vanidad arreglaron sus uniformes y gorras para salir bien en la foto. La madre sacó el celular que había ocultado y con él hizo varias impresiones en la que ambos policías, sonrientes, aparecían depositando el billete a la cajita azul del Keren Kayemet; al lado de ellos, Mendl, saludaba a la cámara y les hacía entrega de dos certificados de aportación.
Esa mañana, Mendl llegó tarde al colegio y no pudo evitar que lo reprobaran en el examen parcial de matemáticas, pero con las fotografías testimoniales que llevaba en el celular de su madre, logró que el jurado le asignara el primer premio por haber conseguido la donación más original al KKL.
Mendl, así, ganaba el honor de cenar en Jerusalén con el presidente de Israel, autoridades del Keren Kayemet y otros jóvenes ganadores de diferentes partes del mundo. Eso ocurriría durante el viaje que su grupo tenía planeado realizar al término de la secundaria.
Cuando Mendl imprimió las fotografías y éstas fueron exhibidas en la exposición del concurso, un sugerente titulo precedió a su trabajo:
¡Hay que conocer el mercado!
Ezra Bejar Rozanes. Estudió la licenciatura en administración de empresas en la UNAM y la maestría en educación en la UIA. De 1973 a 1980, fue Director General del Colegio Hebreo Sefaradí y años más tarde presidente del Patronato. De 1997 a 2000, fue vicepresidente de la Comunidad Sefaradí Desde muy joven tuvo gusto por escribir literatura pero lo hizo con disciplina hasta 2003, cuando se unió al taller literario del Centro Deportivo Israelita. Su primera novela, Úrsula en el Jardín de mi Delicias ( editorial Axial), obtuvo una mención honorífica en el Premio Nacional Juan Rulfo para Primera Novela 2007, convocado por el CONACULTA a través del INBA. Desde 1972 es askán dentro de la Comunidad Sefaradí.. Actualmente combina sus inclinaciones literarias con el ejercicio empresarial dentro de la industria química.
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