La minusvaloración del Holocausto en el propio Israel

DAN MARGALIT – ISRAEL HAYOM

Una tendencia nueva y sorprendente ha llegado a las costas de Israel. En los últimos años, las voces de aquellos que desean terminar con las lecciones del Holocausto – o al menos disminuir el vínculo entre el Holocausto e Israel – han ido en aumento. Estas personas encuentran que el tema del Holocausto es de mal gusto.

No son negadores del Holocausto, Dios no lo quiera, en la línea de un Mahmoud Ahmadinejad o de sus antecedentes europeos. Por supuesto que el Holocausto ocurrió, nos dicen, simplemente no desean aprender las importantes lecciones que se pueden derivar de él. No desean que se viaje a Auschwitz o que una bandera azul y blanca con la estrella de David ondee por allí. No desean que se vuele sobre las cámaras de gas y los crematorios con el uniforme del IDF, ni que se escapen lágrimas silenciosas cuando regresen a casa. Además, nos dicen estos predicadores actuales, la historia de ese horrendo campo de la muerte es más una historia universal del sufrimiento humano que una tragedia puramente judía. No son exactamente negadores del Holocausto, solo pretenden instigar una atenuación de la presencia del Holocausto en la conciencia pública.

Estos minusvaloradores del Holocausto nos han hecho distanciarnos del evento y suprimir su memoria por nuestro propio bien. Es para que no nos convirtamos en demasiado neuróticos. Así podremos superar nuestro trauma psicológico. Así que no nos convertiremos en demasiado nacionalistas, algo que ellos creen que podría minar las expectativas de unas negociaciones de paz con los palestinos.

En su opinión, minimizar el Holocausto traerá consuelo a nuestras almas torturadas. No tenemos que identificarnos con el grito de la Hagadá de que “en todas las generaciones ellos se levantarán contra nosotros para exterminarnos”.

Debemos abandonar el hábito de tener nuestras armas preparadas y no aflojar nuestra vigilancia ni un segundo.
Sorprendentemente, muchos israelíes niegan que el Holocausto influya en nuestra vida cotidiana en Israel. Se equivocan.

De hecho, en todo lo que hacemos aplicamos las lecciones del Holocausto. Enseñamos a nuestros hijos y a nuestros nietos que tanto aquí como en el extranjero, un judío siempre debe estar preparado para defenderse y llevar un arma. Que la defensa de nuestro país es un valor humanista y no representa adorar el militarismo, tal como estos minusvaloradores del Holocausto nos quieren hacer creer. Que nuestro derecho a vivir supera a todo lo demás. Al mismo tiempo, hemos aprendido del Holocausto que cualquier uso de la fuerza debe ser proporcionado. Que debe ser la menor de nuestras malas opciones, cuando no haya otra opción.

Aquellos que deseen sacar el Holocausto del discurso público, para relegarlo a las conversaciones privadas en las habitaciones y en la cocina, que nos dicen que el Holocausto no tiene nada que decirnos de la realidad del 2012, están ignorando la condición permanente de los judíos. El Holocausto demostró el acierto y la verdad de la visión sionista del mundo, así como el hecho trágico de que la Diáspora se dio cuenta demasiado tarde. Nos da testimonio del terrible error de los ultra-ortodoxos, de los bundistas y de los comunistas, que no supieron entender que el camino principal para la salvación del pueblo judío era la existencia soberana en nuestra patria.

El Día del Recuerdo del Holocausto, que comenzó el miércoles pasado con la puesta del sol, no es sólo un día para el recuerdo de las víctimas. Se trata de recordar activamente que, a menos que mantengamos nuestra disposición, el infierno también podría consumir a la nación en su tierra natal. Lo que ocurrió allí, y que también podría suceder aquí, es diferente y es lo mismo. Cuando Moshe Dayan pronunció su bello elogio de Roey Rotberg, asesinado por palestinos en Nahal Oz, cerca de la frontera de Gaza, diciendo que “sin el casco de acero y la boca de cañón, no vamos a ser capaces de plantar un árbol ni de construir una casa”, añadió un capítulo al dilema judío, que no comenzó con los primeros pioneros sionistas, sino en las malditas tierras de Europa.

Lo único que ha cambiado en lo que respecta a la condición judía es que aquí, en Israel, nuestro destino depende solamente de nosotros, y podemos interiorizar las lecciones de lo que sucedió en Europa. Así como el pueblo judío no pudo establecerse en la tierra de Israel sin los derechos de propiedad de los 3.800 años de antigüedad de la Cueva de los Patriarcas, ya no podemos pasar por alto nuestro asentamiento en el siglo XX en la Tierra de Israel. La cueva, las cámaras de gas y las bases del IDF no pueden separarse y aislarse las unas de las otras. Es nuestra obligación garantizar que el pueblo judío que hoy se asienta en Sión no escuche los consejos de los Ahitofel actuales (uno de los consejeros del rey David al que traicionó) para eliminar uno de estos eslabones de la cadena.

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