YAIR SHELEG/HAARETZ
En las primeras décadas del Estado de Israel, la reacción israelí ante el Holocausto se manifestó principalmente en su determinación por adquirir fuerza, poder económico, emocional y militar, y todo ello para garantizar el “nunca más“. En las últimas décadas, sin embargo, se ha desarrollado una reacción que ha tomado las formas de una autoacusación por el “complejo del Holocausto” que hemos desarrollado.
Este “complejo” se expresa supuestamente con nuestra excesiva y reiterada sospecha ante los objetivos de los “gentiles”, por nuestra parálisis a la hora de desarrollar y ejercitar la justicia, con la consiguiente incapacidad de aceptar las críticas, todo lo cual nos lleva a preferir causar un grave daño a los demás sólo para evitar que nosotros podamos ser heridos. Cientos de artículos, libros, obras de teatro y películas han tratado de transmitir este mensaje. Las críticas por la vinculación del Holocausto con nuestra determinación de impedir que Irán adquiera armas nucleares, también se ha centrado en gran medida en este supuesto “complejo del Holocausto”.
Hay pocas expresiones más molestas que el término “complejo del Holocausto”, a pesar de que haya cierta verdad en el fenómeno que describe. A raíz del Holocausto, en efecto, se desarrolló en Israel una profunda desconfianza hacia el mundo exterior y por ello se ha insistido mucho en “unas garantías internacionales de seguridad” (No hay necesidad de aprender las lecciones del Holocausto para apreciar el valor y la verdad intrínseca de esta sospecha, solo basta con mirar la ecuanimidad del mundo en lo que respecta a la masacre en Siria).
También es cierto que se desarrolló en Israel una tendencia a rechazar las críticas, incluso cuando estaban justificadas, identificando demasiado rápidamente las críticas con el antisemitismo (aunque no siempre andábamos desencaminados) . Por encima de todo, existe el peligro real de que la existencia de una gran sensibilidad en lo referente a las amenazas contra Israel, pueda finalmente dar lugar a una reacción exagerada, como un ataque a Irán, aunque no evite lo que se pretende conjurar y es probable que lleve a un desastre aún mayor que lo que se quiere prevenir.
Pero nada de esto justifica la referencia a un “complejo del Holocausto”. La palabra “complejo” tiene la connotación de una enfermedad mental. Se alude a una persona, o una nación, que tiene un “tornillo suelto” – o sufre de “manía persecutoria” – y que constantemente reacciona con una angustia sin sentido acerca de su posible aniquilación. Principalmente, estas arrogantes descalificaciones, y la falta de comprensión que desprenden, son aún más irritantes cuando proceden de otros judíos e israelíes.
Si una persona hubiera perdido a un tercio de sus familiares en una masacre y como con secuencia de ello hubiera desarrollado una profunda desconfianza hacia los extranjeros y sus intenciones, e inclusive preconizara reacciones violentas preventivas contra todos aquellos que se limitan a “aludir a un intento de volver a hacerles daño”, ningún individuo arrogante le acusaría de sufrir un “complejo de masacre”, y ciertamente no lo harían los miembros de esa familia que hubieran logrado sobrevivir. Y si aún así alguien siguiera criticándola, cualquier persona dotada de la más mínima sensibilidad denunciaría su falta de sentimientos humanos básicos, y tal vez hablaría de la desviación emocional que desprenden sus acusaciones y críticas. No se trata de un “complejo”, se diría, sino de un “trauma justificado”, lo que conduce necesariamente a unos síntomas postraumáticos, y cualquier persona que desee hacer frente a manifestaciones de este tipo debe hacerlo con la máxima sensibilidad.
Esta no es una “cuestión de empatía”, porque esa palabra también está contaminada con la arrogancia de esos que, poseyendo una casi perfecta imagen de sí mismos y desde su perfecta, magnífica y elevada posición moral, se permiten el lujo de “sentir empatía” con el defectuoso o traumatizado. En cambio, es una cuestión de sensibilidad y de perdón, de esa sensibilidad que debemos exigir a los extranjeros y el perdón que debe extenderse a nosotros mismos.
El perdón que necesitamos no es del tipo que nos exime de la responsabilidad, sino más bien del que entiende la responsabilidad de contener la tolerancia y la preocupación.
Este tipo de perdón, al parecer, también se requiere para hacer frente a esos intentos de otros judíos e israelíes para promover un boicot de Israel o de alguna de sus instituciones. A la larga, estos intentos patéticos, para los cuales hay ejemplos que se pueden encontrar en otras naciones, son al parecer otro tipo de reacción frente al trauma del Holocausto y la historia del antisemitismo que la precedió. La suya es una reacción que busca “aplacar o apaciguar el mundo” que podría atacarnos, reacción inversa a esa otra reacción agresiva que denuncian.
En suma, no es sólo el “campo nacional” dentro de la sociedad israelí el que supuestamente está “traumatizado por el Holocausto” y ve por lo tanto al mundo con aprensión, también el “campo de la paz” israelí tiene una visión distorsionada del mundo, debido a ese mismo trauma que tanto denuncia.
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