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domingo 22 de diciembre de 2024

Israel frente al genocidio armenio

JULIÁN SCHVINDLERMAN

El pasado 18 de abril el Estado de Israel conmemoró Iom Hashoá, el día de recordación del Holocausto judío durante la Segunda Guerra Mundial. Seis días después, el 24, la República de Armenia conmemoró el genocidio de los suyos en manos de los turcos durante la Primera Guerra Mundial. Entre uno y otro evento, el diario La Nación publicó un editorial titulado “Israel y el genocidio armenio” (22/4/12) en el cual afirmó que “La admisión israelí de la tragedia abatida sobre el pueblo armenio tendría una tremenda fuerza moral en el mundo actual”. El editorial en ningún momento sostuvo que era moralmente inconsistente por parte de Jerusalem homenajear a los seis millones de judíos asesinados a mediados del siglo pasado en Europa y simultáneamente negar reconocimiento -como un genocidio- a la masacre de entre un millón y un millón y medio de armenios acaecida anteriormente. La oportunidad de la publicación, sin embargo, pareció decirlo.

Aunque Israel dista de ser el único país del mundo en no admitir el genocidio armenio como tal (sin que ello implique negar la existencia de las masacres), el imperativo ético obliga a la lealtad con la verdad histórica. Y aún cuando apenas poco más de veinte naciones reconocen oficialmente al asesinato masivo de los armenios a partir de 1915 en territorio del Imperio Otomano como un genocidio, el juicio de valor de Israel acarrea un peso simbólico especial. Las razones de la reticencia israelí -así como las de muchos otros estados entre los más de ciento setenta del globo que no definen al acontecimiento como un genocidio- radican fundamentalmente en dos cuestiones: a) la existencia de un debate entre historiadores, y no solamente turcos o armenios, a propósito de si las masacres califican como un genocidio, y b) consideraciones políticas relativas a las relaciones internacionales.

Respecto del primer punto, los hechos parecen ser incontestables. En el contexto de una guerra mundial, los turcos-otomanos forzaron la partida y asesinaron a alrededor de la mitad de la población de las provincias armenias del imperio otomano. Una definición comúnmente aceptada de genocidio es la destrucción sistemática y deliberada, en todo o en parte, de un grupo étnico, nacional, religioso o racial. Eso es lo que los turcos musulmanes hicieron a los armenios cristianos entre 1915 y 1923. Rafael Lemkin, el judío polaco creador del término genocidio, afirmó: “Me interesé en el genocidio porque ocurrió muchas veces. Primero a los armenios, luego de los armenios, Hitler se puso en movimiento”. Elie Wiesel, sobreviviente de Auschwitz y Premio Nobel de la Paz, dijo: “si hubiera existido la palabra ´genocidio´ por aquellos días, lo que les pasó a los armenios se hubiera llamado genocidio”. Yad Vashem, el Museo del Holocausto de Israel, define como un genocidio a la masacre de los armenios. Años atrás, alrededor de cincuenta laureados Nobel publicaron una declaración de reconocimiento del genocidio armenio. Orham Pamuk, Nobel de Literatura turco, también identificó como genocidio a la tragedia armenia.

Respecto del segundo punto, al adentrarnos al campo de las relaciones internacionales, las cosas se tornan más grisáceas. La Argentina forma parte del pequeño grupo de naciones que apoya la posición de los armenios. El Primer Ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, canceló una visita al país en el 2010 luego de que el gobierno de la ciudad de Buenos Aires detuviera la inauguración de un monumento dedicado al fundador de Turquía, Mustafá Kemal Ataturk, debido a las presiones de la comunidad armenia local. La presidenta Cristina Fernández de Kirchner telefoneó al premier turco para dar explicaciones pero no hubo caso. En el 2006, el parlamento francés adoptó una resolución que declaró la masacre de armenios como un genocidio. En respuesta, Ankara puso un freno a las relaciones bilaterales militares, congeló los ejercicios conjuntos, prohibió a Paris participar en licitaciones en el área de la defensa y generales turcos honrados por Francia devolvieron sus condecoraciones. Washington no ha reconocido oficialmente a las matanzas como un genocidio, pero cada vez que el congreso se ha movilizado en ese sentido, las deliberaciones domésticas y las protestas turcas fueron intensas.

En esta área, la realpolitik prima. En un esfuerzo por preservar una alianza estratégica con una importante nación islámica, Israel eludió abordar el delicado asunto por largos años. Su cancillería incluso hizo lobby en los Estados Unidos para obstruir progreso cuando el debate se instaló en Washington. Ahora que Turquía ha enfriado la relación con el estado judío y ha adoptado una postura extremadamente hostil hacia él, desafiándolo públicamente y operando políticamente en su contra, Jerusalem podría deshacerse de sus pruritos diplomáticos y dar luz verde a un reconocimiento postergado. Es cierto que el consentimiento tardío y circunstancial ya no tendrá la validez moral que pudo haber tenido antaño, pero esto es algo que la república de Armenia y el pueblo armenio podrán aceptar.

Después de todo, Armenia sabe algo sobre el pragmatismo. Tiene cerradas sus fronteras con Turquía y Azerbaiyán debido a conflictos históricos y depende de Georgia para obtener salida al mar Negro. También mantiene lazos cordiales con la República Islámica de Irán para reducir su aislamiento geográfico y acceder al mar Caspio. La última vez que revisé, Teherán seguía negando la Shoá.

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