Juntos venceremos
jueves 21 de noviembre de 2024

La centellante mancha plateada

ITSIC LEIB PÉRETZ

El parque, exuberante de alegres colores, alzaba hacia el cielo opalino las verdes copas de sus árboles altivos y lo contemplaba con los múltiples ojos de sus flores.

Y quizá no miraba al cielo, sino a las blancas, plateadas palomas que debajo de él surcaban el espacio. Las blancas palomas cruzaban el ámbito luminoso y se elevaban hasta perderse de vista, fundiéndose en la radiante inmensidad celeste, como si la enorme bóveda las atrajera con fuerza irresistible.

No se quedaban mucho tiempo allá arriba.

Pronto añoraban la tierra y descendían hasta las arrogantes copas de los árboles y las policromas flores del alegre parque, agitando suavemente sus refulgentes alas de plata.

Tres hombres paseaban por una larga alameda del parque; tres siluetas que marchaban pesadamente sobre la dorada arena, a la verdosa claridad del dorado sol, arrastrando sus negras sombras por el suelo.

“¿Quién se morirá antes, de nosotros tres?”, preguntó de pronto uno de ellos, deteniéndose él y su negra sombra.

“¿Por qué se te ocurre?”, preguntó otro.

El tercero, por su parte, respondió:

“¡Yo!”

Se explicó.

“Cuando era joven contraje una enfermedad del corazón. Los médicos me atendieron, pero no me curaron. Ustedes me ven aparentemente sano y robusto.

¡Sólo por fuera! Por dentro, en el corazón, se pasea la muerte.

“No”, dijo el segundo de los tres hombres, bajando la cabeza. “Creo que el primero en morir seré yo. He vivido una existencia solitaria, vacía, hecha de dolores y desdichas. Debo de tener el alma negra como un cuervo. Mi alma quizá tenga alas, pero serán negras. Jamás recibió la mirada de un par de ojos amantes, claros, fieles.

Las vidas como la mía se cortan fácilmente. Las almas como la mía añoran la noche eterna.”

“Con todo,” replicó el tercero, “he de ser yo el que me vaya primero. Tengo los nervios destrozados. Durmiendo de día, velando de noche…”

Encontraron un banco y se sentaron.

Silenciosamente contemplaron las plateadas palomas que descendían del cielo azul y volaban atravesando el refulgente espacio.

“Vamos a elegir una señal”, propuso uno de los tres.

“¿Qué señal?”

“Miren; allí, delante de ese grupo de palomas que se va acercando, vuela una más grande que las otras, una paloma completamente blanca, sin una sola manchita.”

“¿Y bien?”

“Supongamos que esa paloma sea la muerte. La blanca muerte inmaculada. ¿Por qué no ha de ser la muerte blanca, reluciente? Se está acercando a nosotros.

Muévanse ustedes a los extremos del banco; yo me quedaré aquí, en el centro. La blanca paloma inmaculada, la muerte, pasará por encima de uno de nosotros: ése será el que partirá primero.”

La bandada de palomas se acercaba girando bajo la luz del sol, atraída por el verde parque y dirigiéndose hacia las altivas copas de los árboles, las relucientes flores multicolores y las tres siluetas que descansaban en el banco.
Delante del grupo volaba la paloma sin mancha, la centelleante muerte plateada.

Los tres hombres la miraron acercarse, la siguieron con los ojos abiertos y el corazón en suspenso.

Las palomas se acercaban, cada vez más, encabezadas por la plateada muerte. Se acercaban, se acercaban…

Cuando estuvieron a pocos metros de distancia, los tres hombres, estremecidos, sobrecogidos de terror, se levantaron de un salto y salieron corriendo en distintas direcciones.

Acerca del autor: Nacido en Zamosc (Polonia) en 1851, comenzó a escribir primero en hebreo, pero a los treinta y nueve años de edad decidió hacerlo en idish. Falleció en Varsovia en 1915. Es uno de los grandes clásicos de la literatura judía. Ante todo era un poeta, aun cuando escribía en prosa. Esa visión poética de las situaciones se nota especialmente en este cuento (llamado “La señal”) donde la anécdota es mínima. No hay situaciones complejas, ni instancias dramáticas extremas; sólo una charla banal, leve, fortuita, a la que se entregan los tres interlocutores y que los enfrenta de golpe con sus propios (y justificados) temores. Dos lebn iz nisht mer vi a jolem, ober vek mij nisht oif: “La vida no es más que un sueño, pero no me despiertes”.

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