PILAR RAHOLA/POR ISRAEL.ORG
Ya hace tiempo que algunas organizaciones de derechos humanos que tenían prestigio han derivado en plataformas de agitación que usan dicho prestigio para vender pura ideología. Convertidas en el último refugio solvente de la izquierda fuera del sistema, su nombre aún enciende focos, pero sus palabras apagan esperanzas. Personalmente me resulta triste ver esta derivada hacia la ideologización más burda de entidades como Amnistía, cuyo verbo de antaño esperábamos como agua de libertad. Pero ese tiempo pasó, y hoy Amnistía juega a la política desde fuera de la política, y lo hace de la forma más taimada: escondiéndose detrás de datos pretendidamente objetivos. Sin embargo, se nota tanto el cartón de sus obsesiones, que cae todo el decorado.
Lo último es su informe “Elección y prejuicio: la discriminación contra los musulmanes en Europa”, que aplauden todos los imanes radicales que pululan por aquí. Más allá de resumir los tópicos -a estas alturas francamente caducos- del political correctness, el informe no sitúa en contexto la problemática musulmana en Europa, porque obvia el poderoso fenómeno del islamismo radical, sus fuentes de financiación, su capacidad para copar la representación del colectivo y sobre todo ni se entera de la sistemática ofensiva de las dictaduras del petrodólar en fomentar el integrismo fanático.
Desgajado completamente de sus circunstancias, el fenómeno queda reducido al simple esquema de religión y tolerancia, lo cual lo desvirtúa tanto como lo caricaturiza. Es así, por ejemplo, cuando dedica espacio a Catalunya, convertida en paradigma de la maldad intolerante, básicamente porque no ha construido mezquitas como loca por todo el territorio -¿financiadas por quién, por el democrático wahabismo saudí?-, y encima ha legislado contra el burka. ¡Habrase visto tamaña indecencia, la de prohibir que las mujeres se paseen bajo una cárcel textil, segregadas de la sociedad y de su tiempo, y abandonadas a la suerte de la misoginia violenta que las atenaza! Por supuesto, estos de Amnistía no han leído a ninguna de las grandes mujeres musulmanas que piden a gritos que no se permita este atropello, y que explican con detalle el entramado simbólico de esclavitud que las encierra para siempre. Pedir la libertad de llevar el burka es tanto como pedir que se permita el maltrato, o que en nombre del islam se permita la dictadura. No han entendido nada, y repiten los tópicos más sudados, como si no existiera ningún fenómeno totalitario que nos amenaza a todos. Amnistía debería explicar cómo viven algunas mujeres musulmanas dominadas por el imán de turno, cómo casan a muchas niñas, cómo abandonan la escuela cuando tienen la regla. Debería hablar a favor de la libertad de las mujeres del islam, y no levantar la bandera de su esclavitud. Decididamente, hay una izquierda que traiciona todos sus principios.
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