ESTHER CHARABATI PARA ENLACE JUDÍO
“Ganarás el pan…”
El trabajo aparece, en nuestros días, como una de las prioridades de nuestra existencia, si no es que la primera. Generalmente abarca la mayor parte de nuestro tiempo, y a menudo la mayoría de nuestras ideas y nuestras preocupaciones. A veces incluso tenemos la sensación de que vivimos para trabajar. No sólo para obtener de ahí nuestro sustento, sino para realizarnos, para ocupar en algo nuestra vida, para tener un lugar.
Mucha gente cree que lo importante del trabajo es el pago que se obtiene por realizarlo, e incluso valora el trabajo por sus rendimientos económicos, es decir, por algo externo al trabajo mismo. Pero el trabajo no es algo que se hace, sino que uno se hace en el trabajo: la actividad productiva y creadora de beneficio para otros juega un papel central en la salud mental de cada individuo. Además, el reconocimiento es fundamental para la construcción de la identidad y, en el trabajo, la obtenemos de nuestros jefes y de nuestros pares.
Sin embargo, las cosas han cambiado y para muchos el trabajo se ha convertido en una actividad de alto riesgo.
La obsesión de algunas empresas por la eficacia ha relegado el aspecto humano de los trabajadores, juzgándolos como piezas de un juego que se pueden mover a voluntad en el tablero o incluso descartar. En Francia se prendió la luz roja luego de que veintitrés empleados de France Telecom se suicidaron y otros trece lo intentaron; ésta no es la única empresa donde ha sucedido, lo cual habla de los cambios que se han dado desde la época en que la gente se suicidaba en domingo, aparentemente porque los días de asueto deprimían.
Hoy, para que no queden dudas sobre los motivos, se suicidan en días laborales y en el lugar de trabajo.
El actual “sufrimiento en el trabajo” se debe a distintas razones, algunas que echan por tierra la teoría vigente hasta hace poco respecto a que las nuevas tecnologías aminoran la carga de trabajo.
La realidad actual nos muestra que la sobrecarga se ha vuelto tal que los japoneses han acuñado una palabra, Karôshi, para aludir a una muerte súbita (por crisis cardiaca o accidente vascular cerebral) en personas sanas que han sido, literalmente, “matadas por el trabajo”. Otro término que nos alerta sobre la realidad laboral es el llamado síndrome de “burn out”, expresión muy elocuente que describe el desgaste y la depresión ligada al agotamiento.
A estas patologías se suman las derivadas del acoso laboral y la destrucción de la vida privada de los trabajadores vía celular o e mail, que les impide olvidarse del trabajo, incluso en su tiempo libre.
La agilización del trabajador ante el acoso está asociad, dicen los que saben, a la política laboral que privilegia la competencia y que ha deteriorado los recursos defensivos de los trabajadores: la defensa colectiva y la solidaridad. La obsesión e insistencia de muchas empresas para que los empleados delaten a sus compañeros ha desarrollado en ellos “patologías de la soledad”, que se suman al miedo al desempleo.
Mientras esto sucede, las empresas se afanan en crear códigos de ética para mejorar la actuación de los trabajadores. Muchas de ellas, quizá sin saberlo, están atentando contra el valor fundamental: la vida.
Nos ganamos, pues, el pan; pero hay que estar atentos a lo que perdemos.
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