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jueves 21 de noviembre de 2024

El odio árabe a los judíos: un secreto que no hay que mencionar

CAROLINE GLICK/PERIODISTA DIGITAL

El odio a los judíos constituye el rasgo motriz central de la realidad política y estratégica de Oriente Próximo. Es el odio a los judíos lo que dicta el régimen jurídico, la política exterior, las aspiraciones militares, las costumbres culturales, la orientación educativa y hasta las políticas de salud pública de nuestros vecinos, de Ramala a Teherán.

A pesar de la centralidad del odio a los judíos en todas las facetas de la vida pública del mundo árabe y musulmán, el rechazo incesante e irracional de nuestros vecinos a Israel y el pueblo judío sigue siendo el secreto a la vista de todo el mundo que se supone no hay que mencionar en conversación educada. De Washington a Bruselas, hablar de las implicaciones políticas del odio árabe y musulmán a los judíos está terminantemente prohibido.

Omar Abú-Sneina, un terrorista condenado, es uno de los miles de terroristas palestinos que Israel puso en libertad con el fin de garantizar la liberación del rehén israelí Gilad Schalit. Oriundo de Hebrón, Abú-Sneina fue puesto en libertad en la Gaza bajo control de Hamas.

Esta semana, el ejército israelí anunciaba que desde su puesta en libertad, Abú-Sneina ha vuelto a las andadas terroristas. El Shin Bet (el servicio de Interior de Israel) ha interceptado una tarjeta de memoria que él envió a su familia de Hebrón con instrucciones para sus colegas terroristas a la hora de secuestrar y retener a soldados israelíes. Las instrucciones ponen de relieve que para Abú-Sneina, los israelíes no merecen ser tratados ni como animales.

Entre otras cosas, discute la forma de ocultar al rehén. En sus propias palabras:

Hay que evitar dejar al soldado cautivo en lugares, túneles o bosques distantes, a menos que el cautivo antes mencionado sea un cadáver o una cabeza decapitada. Si el antes mencionado está con vida, debe ser visitado una vez a la semana por lo menos y se le debe proporcionar comida y bebida, mejor ocultarle en una casa, una explotación agrícola, un lugar de trabajo, etc.
La crueldad de Abú-Sneina y su rechazo a sangre fría del valor inherente de la vida de los israelíes no son funciones del hecho de que sea un terrorista simplemente. Constituyen una reflexión de los valores de la sociedad de los palestinos. Esos valores son manifestados de forma continuada a la luz pública y reforzados por los medios de comunicación, las instituciones culturales y educativas y las autoridades religiosas de Hamás y Fatá. La omnipresencia del odio fanático a los judíos en la vida cotidiana de los palestinos es tan abrumadora que es difícil imaginar cualquier faceta de la vida cotidiana de los palestinos que no esté marcada por ella.

Veamos las clases de gramática. Según la traducción proporcionada por el colectivo Palestinian Media Watch, los exámenes de acceso a las clases de árabe de los estudiantes del instituto de la Autoridad Palestina incluyen preguntas como: “Corrige la siguiente oración: No hay que ver a los ocupantes como seres humanos”. O “Corrige la siguiente oración: Moriremos para que nuestra tierra pueda vivir”.

Esta semana (primera semana de mayo de 2012), un tribunal palestino condenaba a muerte a Mohamed Abú Shahala por vender a los judíos un domicilio ubicado en Hebrón próximo a la Cueva de los Patriarcas. Shahala fue detenido poco después de que varias familias judías se mudasen al domicilio el mes pasado. Al parecer fue torturado y juzgado sin garantías judiciales y condenado a muerte por un tribunal de la Autoridad Palestina.

La Autoridad Palestina nació en mayo de 1994. La primera ley que aprobó tipifica como delito castigado con la pena capital la venta de suelo a judíos. Poco después cantidades ingentes de propietarios árabes de suelo empezaron a aparecer muertos por Jerusalén y Judea y Samaria tanto en ajusticiamientos judiciales como en asesinatos extrajudiciales.

Los líderes de la comunidad judía de Hebrón remitían esta semana un escrito dirigido a líderes internacionales solicitando que intervengan con el secretario de la Autoridad Palestina Mahmoud Abbás exigiendo que conmute la condena a muerte de Shahala. Dirigieron el escrito al Secretario General de las Naciones Unidas Ban Ki-moon, a la Secretario de Estado norteamericana Hillary Clinton, al presidente del Consejo de Europa Herman Van Rompuy y al responsable de la Cruz Roja internacional Yves Daccord, así como al Primer Ministro Binyamin Netanyahu y al Presidente Shimon Peres. En su escrito dicen: “Es decepcionante pensar que la venta de una propiedad debe tipificarse como ‘delito grave’ a castigarse con la pena capital.

“El hecho mismo de que exista una ‘ley’ de esta naturaleza en el marco del sistema judicial de la Autoridad Palestina evidencia una clase de justicia nociva y bárbara que recuerda a las prácticas implantadas durante la Edad Media”.

Proceden a establecer la comparación razonable entre la ley del Autoridad Palestina que prohíbe la venta de suelo a judíos y las leyes raciales de la Alemania Nazi que limitaban y finalmente ilegalizaban la actividad comercial entre los alemanes y los judíos. La carta concluye con la pregunta: “¿Es la Autoridad Palestina la encarnación del Tercer Reich?”

Los palestinos por supuesto distan mucho de ser únicos en su obsesión con el odio a los judíos. Su hemorragia de odio, su necesidad obsesiva de rechazar cualquier maniobra hacia la coexistencia pacífica con Israel o lo que el conocido poeta palestino Yousuf Al Jatib llamaba de forma pintoresca “la plaga judía de Europa” tienen rival en todo territorio árabe. Y por supuesto, ello es la principal obsesión del régimen iraní.

Los paralelismos entre las leyes raciales Nazis y las leyes de la Autoridad Palestina y los países árabes que prohíben cualquier cooperación con Israel y tipifican como delito a castigarse con la pena capital tal cooperación son evidentes y directos. Pero hablando en general, cualquiera que señale esta realidad es automáticamente despreciado por alarmista o por extremista. Teniendo en cuenta la debilidad militar relativa de la Autoridad Palestina en comparación con Israel y la actual falta de interés del mundo árabe en emprender la guerra activa contra Israel, observar su irrebatible afinidad ideológica con los Nazis se considera social y hasta intelectualmente inaceptable. El hecho de que carezcan de la capacidad de llevar a la práctica su ideología hace impropio mencionarla.

La prohibición políticamente correcta de trazar paralelismos entre las amenazas a las que se enfrenta Israel hoy y las que confrontó el pueblo judío hace 70 años no se limita al discurso del conflicto del mundo árabe con Israel. También se extiende al discurso socialmente educado en torno al programa nuclear de Irán, que el régimen iraní ha dejado claro públicamente en repetidas ocasiones que está ideado para destruir Israel.

En su discurso a la nación con motivo del día anual del Holocausto en el Yad Vashem la tarde del miércoles, el Primer Ministro Binyamin Netanyahu hablaba de ese tabú cuando atacaba a los que le acusan de estar haciendo de menos el Holocausto al comparar la aniquilación de la comunidad judía europea con la amenaza planteada por el programa nuclear militar de Irán.

Netanyahu dice: “Sé que también hay quien está convencido de que el mal característico del Holocausto nunca debería de invocarse al debatir otras amenazas a las que se enfrenta el pueblo judío. Hacerlo, se aduce, es restar importancia al Holocausto y ofender a sus víctimas”.

Discrepo totalmente. Todo lo contrario. No mencionar públicamente por cobardía la verdad incómoda – que hoy como entonces, hay quien quiere destruir a millones de judíos – es hacer de menos el Holocausto, ofender a sus víctimas e ignorar las lecciones del pasado.

“El primer ministro de Israel no solamente tiene el derecho, al hablar de estos peligros existenciales, de invocar el recuerdo de la tercera parte de nuestra nación que fue aniquilada. Es su deber”.

Netanyahu tiene razón, por supuesto. Por desgracia para Israel, plantear el Holocausto en el contexto del debate de las amenazas contemporáneas al pueblo judío es el equivalente retórico a liberar la bomba atómica. Igual que nadie tiene permiso para utilizar un arma nuclear, nadie tiene permiso para mencionar el Holocausto. Y eso se traduce en que en última instancia no hay forma de hablar del odio violento que impulsa a nuestros enemigos en cada faceta de su actividad legislativa. Desde la cuestión anodina en apariencia de la venta de propiedad privada a la cuestión existencial de los programas nucleares militares, el odio a los judíos que constituye los cimientos de sus acciones queda fuera de la discusión.

En realidad, la situación está peor y mejor en la misma medida. La audacia retórica de Netanyahu a la hora de establecer el paralelismo entre Irán y los Nazis es presuntamente la única razón de que la Unión Europea y la administración Obama hayan adoptado alguna medida contra Irán. No, como sus imprudentes negociaciones con los mulás, su lentitud a la hora de implantar las sanciones económicas y su oposición franca a la intervención militar contra Irán dejan claro, en realidad no les importa la perspectiva de que Irán se haga con la capacidad de borrar al estado judío del mapa. La única razón de haber adoptado alguna sanción es que la retórica de Netanyahu con el Holocausto les hace temer que Israel ataque las instalaciones nucleares de Irán si ellos no lo hacen.

Por otra parte, cuando hablamos de sus negociaciones directas con los fanáticos que odian a los judíos, los occidentales no sólo no plantan cara a sus prejuicios. Los catalizan. Por ejemplo, en un encuentro mantenido durante su visita a Túnez el mes pasado, Hillary Clinton era preguntada cómo puede confiarse en los líderes estadounidenses cuando durante las elecciones “la mayoría de los candidatos de ambos partidos acuden a los grupos sionistas para obtener apoyo”.

En lugar de rechazar la premisa antijudía de la pregunta — que los judíos ejercen un control extraordinario sobre la política estadounidense, o que los candidatos que expresan su apoyo a Israel tienen algo de malo — la Clinton dispensó a la pregunta un trato de pregunta legítima.

Dijo: “Se dicen muchas cosas en campaña que no deberían de llamar mucho la atención”.

La Clinton llegó a felicitar a su antijudía interlocutora, diciendo: “Me parece que es una buena pregunta porque… en ocasiones me sorprende que la gente de todo el mundo preste más atención a lo que se dice en nuestra campaña que la mayoría de los estadounidenses”.

De igual forma, una crónica entre bambalinas de las negociaciones nucleares dada a conocer el pasado fin de semana por Al-Monitor describe el amistoso intercambio que se produjo en una cena la noche del viernes entre la responsable de la política exterior de la Unión Europea Catherine Ashton y el negociador iraní Said Jalili. Según un diplomático europeo, la conversación pretendía romper el hielo. E incluía un debate de “la financiación electoral en Estados Unidos”.

Es difícil imaginar que un debate así vaya a implicar algo más que una sesión colectiva de cháchara dirigida contra el impacto extraordinario del “dinero judío” en la política norteamericana. Es decir, es totalmente imposible imaginar que el debate implicara algo que no fuera a Ashton tratando de establecer un vínculo con su homólogo iraní apoyado en el odio y el desprecio común a los judíos.

El hecho de que Occidente se niegue a considerar las implicaciones políticas de la fuerza más poderosa de la política árabe e iraní y de su vida política no significa que los legisladores israelíes deban por fuerza ampliar su debate a la materia — aunque probablemente tampoco les perjudicara. Lo que significa es que el debate político general en Occidente acerca de la naturaleza de la política en Oriente Próximo está completamente desvinculado de la realidad.

Dado que estadounidenses y europeos se niegan a reconocer la viga del odio a los judíos en el ojo ajeno, no se puede confiar en que vayan a tomar decisiones políticas racionales o razonadas. Y puesto que no se puede confiar en que vayan a actuar de forma racional, Israel no puede confiar en estadounidenses y europeos como aliados o socios al enfrentarse a amenazas procedentes de sus vecinos obsesionados con los judíos.

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