PETER KATZ PARA ENLACE JUDÍO
Es difícil de entender la actitud de Bashar al Asad, presidente de Siria al destruir sistemáticamente y deliberadamente a su país, con el pretexto de que sus opositores, ahora levantados en armas y que se oponen a él, los llama terroristas.
Las armas con las que se defienden sus opositores, provienen en buena parte de los países limítrofes. De Líbano, de Jordania y probablemente de Irak.
Las armas que utiliza el ejercito sirio, leal a Asad provienen de Rusia. Son armas modernas y muy efectivas.
Cada día son más numerosos los sublevados que se oponen a su dictadura.
Asad es sostenido por 300 familias, que le son leales porque son los proveedores del Estado. En los países del Medio Oriente, una familia es una tribu. A veces consta de hasta 300 miembros adultos.
A pesar de que ha llegado una comisión de observadores de las Naciones Unidas a Damasco, los combates y la destrucción siguen. Cada día aumenta el número de muertos y de refugiados que huyen de la destrucción.
Los campos de refugiados que fueron abiertos por los países vecinos; Turquía, Líbano y Jordania, están atiborrados de mujeres, niños y ancianos.
Los jóvenes se quedaron en Siria para pelear contra el ejército.
Ninguna resolución a la que se llegó en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, ha podido ser adoptada por el Veto de la Federación de Estados Rusos y la Republica Popular de China.
El drama, la muerte, sigue a diario. Anteriormente estuvo en Damasco una Comisión de la Liga Árabe, quienes aparentemente no arreglaron nada.
Solamente los miembros del más alto Consejo Político Árabe, ordenaron el cierre de sus embajadas en Siria, dándole la espalda a cualquier arreglo negociado.
La mecha de la revuelta del pueblo sirio contra la dictadura ejercida por Bashar al Asad fue encendida con las otras revueltas habidas en el Medio Oriente, que llamamos La Primavera Árabe.
En pocos países estas revoluciones han tenido como consecuencia un cambio de gobierno, una esperanza para la democracia. Por lo menos habrá elecciones y si todo va bien, habrá cambios. En Siria, solamente se sigue sembrando la muerte.
Los observadores de las Naciones Unidas tienen que estar desarmados ya que son una Fuerza de Paz y solamente están para observar.
En adición a los problemas que representa la dictadura de Bashar al Asad, hijo de Hafetz al Asad, quien la ejerció desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, está el hecho de que el Dictador y su clan son “sunitas”, seguidores del Profeta Ali, mientras que la mayoría de los habitantes son “shiitas”.
El pueblo sirio, un pueblo con una cultura antiquísima, vecino de Israel, merece una mejor suerte y no la continuación del baño de sangre que envuelve a su país.
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