PILAR RAHOLA/LA VANGUARDIA
No es la primera vez que Chávez y Ahmadineyad se dan besitos. Se besan, se abrazan, firman acuerdos, pasean juntitos, y en el súmmum del delirio se dedican mutuas alabanzas.
Es el amor que se profesan los monstruos. Hugo y Mahmud, ambos riman con el verbo oprimir en sus muchas variables, desde la brutal opción del islamofascismo a la más camuflada del pseudofascismo bolivariano.
En ambos países se persigue la libertad individual, se castra a la oposición política, se amenaza a los críticos, se cierran medios de comunicación, se incautan propiedades y los gurús del poder aumentan su ingente riqueza mientras la pobreza gana terreno entre la gente.
Ambos dos son propietarios del oro negro, y lejos de usarlo para emancipar a sus pueblos y sacarlos de la miseria, utilizan su poder económico para enquistarlos en el inmovilismo y el desánimo. Son la expresión moderna de la maldad tiránica de siempre, en el caso de Chávez disfrazada de revolución de pacotilla; en el caso del dictador iraní, sin ningún camuflaje.
Y aunque ciertamente no es extraño que los sátrapas se unan, también es cierto que su alianza aumenta exponencialmente el riesgo que representan.
Chávez es la puerta de entrada del chiismo radical en toda Sudamérica –hasta el punto de haber islamizado pueblos indígenas–, y es también el garante de la amplia logística que ha conseguido el islamismo extremo en el continente latinoamericano. Además, junto con sus amigos bolivarianos, es el apoyo más sólido para los delirios nucleares de la dictadura iraní. Delirios que, si llegan a puerto, representarán el peligro más serio al que se enfrenta la humanidad. Sería como Hitler con la bomba atómica.
Y los tontos de la izquierda revolucionaria dando su apoyo… ¿En qué momento todos estos perdieron el sentido mínimo de la proporción? ¿Cómo pueden conciliar las lecturas mal digeridas de Marx con la versión más integrista del Corán? ¿Cómo casan los émulos posmodernos del Che Guevara con los barbudos descorbatados que defienden el islam más tiránico? ¿Cómo se levanta la bandera de la libertad apoyando una de las dictaduras más feroces del planeta?
Probablemente, como hicieron siempre, no en vano todos estos consideraban a personajes como Stalin unos héroes. Pero incluso aceptando la perversión ideológica que unifica a islamistas con bolivarianos, resulta difícil imaginar la cosmopolita sociedad de Caracas aplaudiendo a un tipo que condena a las mujeres a la lapidación.
Nada en la historia de Venezuela permite comprender la locura actual, más allá de la desgracia que sufren los pueblos cíclicamente. Y si vamos a la memoria profunda del país, ¡qué maldad manchar el nombre de un masón ilustrado y brillante como Bolívar, con la demagogia delirante y violenta de Chávez!
Si Bolívar levantara la cabeza y viera a Ahmadineyad y a Chávez en su noble tierra, volvería a morirse.
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