JULIÁN SCHVINDLERMAN/INFOBAE.COM
En su tiempo, el entonces Secretario de Estado de los Estados Unidos Henry Kissinger célebremente afirmó que “Israel no tiene una política exterior, sólo política interna”. El comentario aludía a una realidad que ha aquejado al sistema de gobierno israelí por décadas: los gobiernos dependen de coaliciones formadas por diversos partidos políticos, algunos mayores y otros menores, cuyas contrastantes ideologías o intereses los han llevado al límite de la inestabilidad o a la ruptura misma. Como todo partido que obtenga apenas el 2% del voto popular gana acceso al parlamento (Knesset), agrupaciones minoritarias han ejercido una influencia desproporcionada en las coaliciones. Y como los asuntos cotidianos de la agenda israelí han sido tradicionalmente enormes -cuestiones de paz o guerra, el complejo entramado de lazos regionales e internacionales de Jerusalem, las relaciones entre laicos y ortodoxos, la situación económica, etc- las tensiones reinantes en las coaliciones han sido usualmente notorias.
El acuerdo alcanzado entre el primer ninistro Benjamin Netanyahu y el líder del partido Kadima Sahul Mofaz ha legado posiblemente el más amplio gobierno en la historia de la nación hasta el presente: a partir de ahora el oficialismo controlará 94 sobre 120 asientos de la Knesset. Con anterioridad, solamente el laborista Shimon Peres y el likudnik Itzak Shamir lograron un gobierno de unidad nacional de similar envergadura (97 asientos del parlamento), en 1984. El precedente más extraordinario ocurrió en 1967 cuando se forjó un gobierno de emergencia en el contexto de la Guerra de los Seis Días (111 asientos). La norma, sin embargo, ha sido la inestabilidad política, con pocos gobiernos pudiendo cumplir mandatos electorales completos.
Netanyahu era un premier fuerte antes del pacto y lo seguirá siendo. Mofaz, en cambio, estaba destinado -según indicaban las encuestas- a sucumbir políticamente en las elecciones próximas. Ahora será designado vicepremier, ministro sin cartera y miembro del gabinete de seguridad. La incorporación de Kadima, una escisión del Likud que siguió a Ariel Sharon cuando llevó adelante la retirada unilateral israelí de la Franja de Gaza en el 2005, dará mayor margen de maniobra a Netanyahu en las tratativas con los palestinos, al reducir la influencia de un importante integrante de la colación, el canciller Avigdor Lieberman del partido Yisrael Beitenu, de línea dura. Una coalición menos dependiente de partidos derechistas y que ha sumado a partidarios del ala blanda del llamado campo nacional, seguramente será más concesiva en lo referido al proceso de paz. Su progreso real, resta observar, dependerá también de la parte palestina.
Quienes llevan las de perder de modo apreciable son los haredim o ultraortodoxos que han tenido peso considerable en las decisiones relativas a su posición en la sociedad. Un tema de gran discusión actual en Israel es la exención del servicio militar del que gozan los estudiantes ultraortodoxos. Este segmento deberá ahora enfrentar en esta área a tres partidos seculares (Likud, Kadima, Yisrael Beitenu) que agrupan a 70 de los 94 asientos que tendrá la coalición gobernante en el parlamento.
Pero el mayor impacto -geopolítico, más que político a secas- quizás se haga sentir a 1.500 kilómetros de distancia del estado judío, en la República Islámica de Irán. Israel estará siendo gobernado por tres ex comandos militares de la prestigiosa Unidad de Reconocimiento del Estado General, conocida en hebreo como Sayeret Matkal, la cual ha llevado a cabo las operaciones militares más legendarias de la historia del país. El premier Netanyahu, el vicepremier Mofaz y el Ministro de Defensa Ehud Barak han sido integrantes ejemplares de esta unidad. Las próximas elecciones nacionales ocurrirán recién en octubre del 2013, lo que dará al gobierno la posibilidad de enfocarse en un asunto crítico para la seguridad nacional, y la supervivencia misma de la nación, sin las distracciones de una campaña electoral inminente. Un interrogante clave de esta movida política es, de hecho, si fue propiciada por la irresuelta cuestión nuclear iraní.
Con fuerzas islamistas cosechando los frutos de las revueltas árabes por toda la región (Egipto incluido), con el Hezbollah rearmándose sin pausa, con el régimen sirio inestable y con un gobierno Ayatollah cero dispuesto a abandonar sus aspiraciones nucleares conformando el entorno geopolítico de Israel, es factible que sus principales dirigentes hayan finalmente comprendido que el tiempo para la unidad nacional era impostergable.
Esto es todo lo que se puede asegurar. En cuanto a los desarrollos futuros, sólo el tiempo dirá.
En su tiempo, el entonces Secretario de Estado de los Estados Unidos Henry Kissinger célebremente afirmó que “Israel no tiene una política exterior, sólo política interna”. El comentario aludía a una realidad que ha aquejado al sistema de gobierno israelí por décadas: los gobiernos dependen de coaliciones formadas por diversos partidos políticos, algunos mayores y otros menores, cuyas contrastantes ideologías o intereses los han llevado al límite de la inestabilidad o a la ruptura misma. Como todo partido que obtenga apenas el 2% del voto popular gana acceso al parlamento (Knesset), agrupaciones minoritarias han ejercido una influencia desproporcionada en las coaliciones. Y como los asuntos cotidianos de la agenda israelí han sido tradicionalmente enormes -cuestiones de paz o guerra, el complejo entramado de lazos regionales e internacionales de Jerusalem, las relaciones entre laicos y ortodoxos, la situación económica, etc- las tensiones reinantes en las coaliciones han sido usualmente notorias.
El acuerdo alcanzado entre el primer ninistro Benjamin Netanyahu y el líder del partido Kadima Sahul Mofaz ha legado posiblemente el más amplio gobierno en la historia de la nación hasta el presente: a partir de ahora el oficialismo controlará 94 sobre 120 asientos de la Knesset. Con anterioridad, solamente el laborista Shimon Peres y el likudnik Itzak Shamir lograron un gobierno de unidad nacional de similar envergadura (97 asientos del parlamento), en 1984. El precedente más extraordinario ocurrió en 1967 cuando se forjó un gobierno de emergencia en el contexto de la Guerra de los Seis Días (111 asientos). La norma, sin embargo, ha sido la inestabilidad política, con pocos gobiernos pudiendo cumplir mandatos electorales completos.
Netanyahu era un premier fuerte antes del pacto y lo seguirá siendo. Mofaz, en cambio, estaba destinado -según indicaban las encuestas- a sucumbir políticamente en las elecciones próximas. Ahora será designado vicepremier, ministro sin cartera y miembro del gabinete de seguridad. La incorporación de Kadima, una escisión del Likud que siguió a Ariel Sharon cuando llevó adelante la retirada unilateral israelí de la Franja de Gaza en el 2005, dará mayor margen de maniobra a Netanyahu en las tratativas con los palestinos, al reducir la influencia de un importante integrante de la colación, el canciller Avigdor Lieberman del partido Yisrael Beitenu, de línea dura. Una coalición menos dependiente de partidos derechistas y que ha sumado a partidarios del ala blanda del llamado campo nacional, seguramente será más concesiva en lo referido al proceso de paz. Su progreso real, resta observar, dependerá también de la parte palestina.
Quienes llevan las de perder de modo apreciable son los haredim o ultraortodoxos que han tenido peso considerable en las decisiones relativas a su posición en la sociedad. Un tema de gran discusión actual en Israel es la exención del servicio militar del que gozan los estudiantes ultraortodoxos. Este segmento deberá ahora enfrentar en esta área a tres partidos seculares (Likud, Kadima, Yisrael Beitenu) que agrupan a 70 de los 94 asientos que tendrá la coalición gobernante en el parlamento.
Pero el mayor impacto -geopolítico, más que político a secas- quizás se haga sentir a 1.500 kilómetros de distancia del estado judío, en la República Islámica de Irán. Israel estará siendo gobernado por tres ex comandos militares de la prestigiosa Unidad de Reconocimiento del Estado General, conocida en hebreo como Sayeret Matkal, la cual ha llevado a cabo las operaciones militares más legendarias de la historia del país. El premier Netanyahu, el vicepremier Mofaz y el Ministro de Defensa Ehud Barak han sido integrantes ejemplares de esta unidad. Las próximas elecciones nacionales ocurrirán recién en octubre del 2013, lo que dará al gobierno la posibilidad de enfocarse en un asunto crítico para la seguridad nacional, y la supervivencia misma de la nación, sin las distracciones de una campaña electoral inminente. Un interrogante clave de esta movida política es, de hecho, si fue propiciada por la irresuelta cuestión nuclear iraní.
Con fuerzas islamistas cosechando los frutos de las revueltas árabes por toda la región (Egipto incluido), con el Hezbollah rearmándose sin pausa, con el régimen sirio inestable y con un gobierno Ayatollah cero dispuesto a abandonar sus aspiraciones nucleares conformando el entorno geopolítico de Israel, es factible que sus principales dirigentes hayan finalmente comprendido que el tiempo para la unidad nacional era impostergable.
Esto es todo lo que se puede asegurar. En cuanto a los desarrollos futuros, sólo el tiempo dirá.
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