MARK STEYN/LIBERTAD DIGITAL
En lo que a los medios se refiere, el asesinato de los escolares judíos de Toulouse y la muerte del adolescente negro de Florida son idéntica noticia, literalmente: varón blanco indignado que abre fuego contra “el otro”, racismo profundamente arraigado que es atizado por la ola de odio tóxico de extrema derecha que contagia nuestro discurso público. Por desgracia, en Florida, el varón blanco indignado resultó ser un votante demócrata registrado de origen hispano, o en palabras del New York Times, un “hispano blanco”, descripción que sus editores nunca aplican a, pongamos, la jueza hispana Sonia Sotomayor, ni a la cantante hispana Gloria Estefan, ni en la práctica a nadie más, vivo o muerto. Y en el caso de Toulouse, el varón blanco indignado resultó ser un Mohamed cualquiera.
Vaya por Dios. Más suerte la próxima, aunque el abanico de opciones parece estar estrechándose: adelantemos el mundo occidental una década o dos más, marcado por un tribalismo cada vez más dividido entre negros, hispanos y musulmanes, y el único supremacista blanco neonazi nonagenario que va a quedar estará en la residencia. Pero todo seguirá siendo culpa suya.
Los supuestos en el caso de Toulouse resultaron ser particularmente engañosos. Si la información está controlada en serio por los judíos, como aseguraba a sus estudiantes del Seminario Teológico de Chicago el reverendo de Obama Jeremiah Wright hace un par de años, sería de esperar que salieran algo mejor parados al dar a conocer una de las crónicas más tristes del siglo XXI: la desaparición de la vida judía que queda en Europa. Hubiera dicho que la primera reacción al conocer el tiroteo del centro judío sería ponerlo en el contexto de las demás sinagogas, centros escolares, centros comunitarios y cementerios atacados. Y aun así los judíos estadounidenses de izquierdas apenas parecen ser conscientes de esta triste tesitura. Hasta dejando aparte al colegio público de Dinamarca que dice no poder aceptar alumnos judíos por la situación de la seguridad, y a los cinco hijos del rabino de Ámsterdam que han decidido emigrar, y a los judíos suecos que huyen del país más tolerante de Europa a causa de su antisemitismo omnipresente; hasta dejando aparte todo eso para examinar la situación en Francia en exclusiva… Espere, olvídese de la colegiala de Villiers-le-Bel brutalmente apaleada por un grupo al grito de “los judíos tienen que morir”; o del disc-jockey parisino al que un vecino le cortó la garganta, le sacó los ojos de las cuencas y le arañó la cara presumiendo de “he matado a mi judío”; o del joven francés torturado hasta morir durante tres semanas mientras su familia escuchaba al teléfono sus gritos de agonía con sus secuestradores cantando textos del Corán… No, dejemos todo eso aparte también, y pensemos solamente en el municipio de Toulouse. Durante los últimos años, solamente en este municipio, una sinagoga ha sido incendiada, otra ardió cuando dos vehículos en llamas fueron empotrados contra ella, una tercera fue saqueada y las palabras “sucios judíos” pintadas en el arcón de la Torah, un carnicero kosher fue atacado con armas de fuego, un club deportivo judío atacado con cócteles molotov…
Así hablaba el rabino de Toulouse Jonathan Guez a la agencia de noticias judía JTA en 2009: “Guez dice que los judíos han de ser ahora ‘más discretos’ a la hora de mostrar públicamente su confesión y poner atención en evitar los barrios problemáticos… La sinagoga va a estar fuertemente protegida con cámaras y coches patrulla por primera vez”.
Esto es lo que significa ser judío en una de las regiones más hermosas de la Francia del siglo XXI.
Bueno, dirá usted, ¿por qué van esos menores judíos a una escuela judía? ¿Por qué no van a los centros escolares franceses como los chavales franceses normales? Porque, como explica admirablemente en el año 2004 el Informe Obin del Ministerio galo de Educación, “en France les enfants juifs –et ils sont les seuls dans ce cas– ne peuvent plus de nos jours être scolarisés dans n’importe quel établissement” (“en Francia, los menores judíos en exclusiva no pueden recibir en la actualidad una educación en cualquier institución”). En algunos centros, están segregados del resto de la clase. En otros, solamente el director es informado de su confesión judía, y garantiza a los padres que va a ser discreto y que va a permanecer al tanto. Pero como destacan los autores del informe, “le patronyme des élèves ne le permet pas toujours” (“el apellido del alumno no siempre permite” esa clase de “discreción”).
El casco urbano de Toulouse tiene una población de unos 900.000 habitantes más o menos, el tamaño del municipio de Jacksonville, Florida. Imagine que en Jacksonville las sinagogas fueran incendiadas y los carniceros kosher fueran abatidos a tiros, y los escolares judíos fusilados y, en los meses tranquilos y plácidos transcurridos entre los episodios esporádicos de atención periodística, el odio presente y frío a los judíos fuera tan rutinario que hubiera dejado de ser seguro para un judío recorrer su propio municipio con cualquier manifestación de su confesión, o dar a conocer su confesión judía su hijo en el colegio.
En Toulouse, gran parte de la comunidad judía llegó después de la limpieza étnico-religiosa del Norte de África francés de los años 60 y 70. Aquello de lo que huían les siguió hasta los Pirineos, y ahora es hora de volver a mudarse, como es hora en el resto de Europa. “Los judíos practicantes deben de abandonar Holanda, donde sus hijos y ellos no tienen ningún futuro, marcharse a Estados Unidos o a Israel”, aconseja Frits Bolkestein, el antiguo comisario de la Unión Europea y secretario del Partido Liberal de Holanda. “El antisemitismo va a seguir existiendo, porque los jóvenes marroquíes y turcos no están interesados en las iniciativas de integración”.
De ahí el ridículo para la posteridad. Los europeos pre-guerra nunca habrían aguantado ni un momento la construcción de mezquitas de Malmö a Marsella. Pero la culpa de posguerra por el Holocausto y la respuesta al nacionalismo, y la práctica del multiculturalismo y la inmigración en masa, permiten la islamización de Europa. Los principales beneficiarios de la culpabilidad del Continente a cuenta de la enorme mancha moral del siglo XX han resultado ser los musulmanes en detrimento de los judíos, una vez más.
La cosa no se va a quedar ahí. El comisario holandés Bolkestein no plantea (todavía) lo que interesa a esos “jóvenes”, pero al igual que tantos otros habitantes seculares del viejo continente sin ningún interés en los judíos, por las buenas o por las malas lo va a descubrir dentro de poco.
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