EL PAÍS
Los sobresaltos preelectorales se suceden en el nuevo Egipto a golpe de sondeos, a dos días de los comicios que designarán al primer presidente de la historia de la democracia. Los últimos datos advierten de que en las revoluciones el cansancio suele suceder a la euforia inicial y, sobre todo, de que la paciencia de un pueblo empobrecido no es infinita. Dicen las encuestas que una parte nada desdeñable de la población egipcia quiere que Ahmed Shafiq, el que fuera último primer ministro de Hosni Mubarak, sea su presidente.
Para el Egipto revolucionario de la plaza de Tahrir, Shafiq representa la vuelta al pasado, el antiguo régimen, la gran decepción. Pero para muchos otros egipcios, que se desesperan ante la desastrosa situación económica y los brotes de violencia que mantienen al país en vilo, Shafiq representa el inicio del fin del caos en las calles y tal vez incluso la vuelta de los anhelados turistas.
Hasta ahora, los sondeos —de dudosa fiabilidad— otorgaban el primer puesto a Amro Musa, ministro de los tiempos de Mubarak y el segundo a Abdel Abdulfutú, un islamista antiguo miembro de los Hermanos Musulmanes, que milagrosamente ha sabido seducir a laicos y salafistas. El tercer puesto lo solía ocupar Morsi, de la Hermandad. En los últimos días Shafiq, el único candidato con credenciales militares, ha dado la sorpresa y se ha colado en el podio de presidenciables. Aunque pocos piensan que vaya a pasar a la segunda vuelta si las elecciones son limpias, su popularidad, unida a la del continuista Musa, dan una idea del ansia de estabilidad de buena parte de los egipcios.
“Para nosotros no es una sorpresa. Son los indecisos que empiezan a decantarse por Shafiq”, explica Karim Salim, responsable de la campaña del político, quien asegura que “seguridad y orden” son las prioridades de su candidato.
En Madabeg, un suburbio medio chabolista del sur del Cairo, muchos piensan que Shafiq podría ser su salvavidas. Esta es una zona de curtidores que en el último año han visto cómo la inseguridad ha ido espantando a los inversores y cómo los negocios se han visto obligados a echar el cierre uno tras otro. La calle sin asfaltar que hasta hace no tanto era un ir y venir de camiones cargados de cuero es hoy un camino que utiliza el puñado de carros tirados a caballo que transportan la poca mercancía que se vende. Nubes de moscas se posan sobre todo lo que pillan mientras los vecinos beben té a la sombra y matan el tiempo de su desempleo. “¡Queremos trabajar, queremos que el país funcione!”, clama una mujer vestida con galabiya negra hasta los pies y pañuelo. “La revolución ha sido nefasta para el país”, se queja. Como ella, el 40% de los egipcios vive en la pobreza.
Otro vecino de Madabeg, que dice llamarse Magdi, explica por qué va a votar a Shafiq. “Es un militar. Es un hombre fuerte que sigue la escuela de Mubarak y que podrá traer la paz a las calles. No queremos más violencia”. Shafiq es, según los analistas, el candidato presidencial que menos probabilidades tiene de enfrentarse a la todopoderosa Junta Militar que gobierna el país desde la caída de Mubarak, y por tanto de abrir un nuevo frente de inestabilidad. Mientras los Hermanos Musulmanes han amenazado tímidamente con limitar el poder de los militares, Shafiq se mofa de los revolucionarios de Tahrir que quieren que la Junta Militar otorgue el relevo del poder cuanto antes y a los que ofrece caramelos para tranquilizarlos. Romper la paz fría que Egipto mantiene con Israel tampoco es una de las prioridades de Shafiq, frente a un clima de fuerte retórica antiisraelí.
En una de las fábricas de Madabeg, los enormes cilindros de madera aún giran y separan la piel del pelo del animal. Los hedores se confunden y la mugre lo cubre casi todo. Su dueño, Sameh Ahmed, dice que “la revolución ha supuesto un antes y un después para muchas fábricas. Los hombres de negocios están esperando a ver qué pasa después de las elecciones para invertir”. Ahmed votó a los Hermanos Musulmanes en las elecciones parlamentarias en las que los candidatos islamistas arrasaron y se hicieron con dos tercios de los escaños. Tres meses le han bastado para desencantarse de la Hermandad, a quien acusa de no saber gobernar y de haber malgastado su popularidad “discutiendo tonterías en el Parlamento como cuándo deben casarse las chicas”. ¿Pero para qué tanta revolución y tantos muertos si al final el antiguo régimen amenaza con volver por la puerta de atrás? “La democracia es eso, aceptar todas las opciones, también la de Shafiq”, sentencia el curtidor.
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