Bullying ¿A quién culpar: niños, padres o escuelas?

LIC. VIVIAN SAADE

La palabra “bullying” (acoso escolar) desgraciadamente se ha vuelto muy famosa en los últimos tiempos, no porque antes no existiera sino porque ahora han aumentado los casos; además de que contamos con herramientas para generarlo que en el pasado no existían, como los mensajes electrónicos vía mail o vía teléfono celular, por ejemplo.

Podríamos decir que de alguna manera, el bullying es a veces un acoso invisible para los adultos. Muchas veces, ni los profesores ni el personal de los colegios nota que se está llevando a cabo un “acoso”, porque los acosadores se cuidan de hacerlo en lugares poco vigilados por adultos (baños, pasillos, patio, camiones), además de que las agresiones no son necesariamente físicas, sino que pueden consistir en acoso intimidatorio, de chantaje, por manipulación o por medio de amenazas; por lo que es aún más difícil detectarlas.

Los expertos asocian el acoso escolar con la ausencia de reglas, falta de supervisión y control de parte de los padres o colegios, o por el contrario, con una disciplina demasiado dura, falta de comunicación entre padres e hijos, tensiones y peleas dentro de la familia.

En vez de ahondar en lo que “es” el bullying, que ya ha sido muy comentado en varias publicaciones escolares y nacionales, me gustaría enfocarme en lo que los padres y las escuelas pueden hacer para evitar estos incidentes.

Existen algunas pautas que tanto las familias como las escuelas pueden tomar en cuenta. Luchar contra el bullying es una responsabilidad de todos. Si cada parte implicada hace su papel, será más fácil combatir el problema.

La familia

Como el punto medular de la educación en todos los sentidos, es en la casa donde se tendría que transmitir valores, normas y comportamientos, así como donde tendría que establecerse lo que es reprobable y lo que es aceptable. Si nos atreviéramos a hacer un análisis profundo y verdadero de nuestros hijos, veríamos habilidades y comportamientos que nos enorgullecen pero también nos percataríamos de conductas o aficiones que no nos gustan del todo. Justificarlas, decirnos que son “cosas de niños” o darnos por vencidos y dejar de luchar contra ellas sólo lograría que éstas se reforzaran e incluso se profundizaran.

A lo largo de mi carrera he insistido en que la tarea de ser padres no es sencilla, sin embargo, tomar la responsabilidad que nos toca hará que nuestro trabajo sea más efectivo y por lo tanto que nuestros hijos estén mejor preparados para tener una vida más plena. En resumen, es igual de importante observarnos a nosotros mismos como los observamos a ellos.

Los padres

Debemos observar si estamos constantemente presionando o exigiendo éxito en todas sus actividades, estar atentos a abrir canales de comunicación permanentes evitando tener “monólogos”, ya que se aprende y se conoce a los hijos escuchándolos; controlar y supervisar sus conductas observando qué hacen, a dónde van, quiénes son sus amigos, cuáles son sus intereses; determinar límites y normas y lo más importante: exigir su complimiento (aunque nos resulte muy desgastante). Es preciso exigir el trato amable y respetuoso hacia todo tipo de personas (está de más decir que el ejemplo de los padres es primordial), evitar las tensiones maritales en lo posible y tratar de mantener una buena organización del hogar.

Los hijos

Percatarnos de sus comportamientos y personalidad; si es provocadora o de intimidación permanente con otros niños o con sus hermanos, si les cuesta trabajo ponerse en el lugar de otros, si muestran poca empatía, si exigen que se haga su voluntad o les gusta probar la sensación de poder, si se dirigen a los otros de forma despectiva o resuelve los problemas con golpes, si provocan chismes, etcétera. Por otro lado, si creemos que son acosados es pertinente identificar si tienen tendencia a dejar que otros decidan por él (incluyendo a los padres), si constantemente comentan que tienen diferentes miedos, si no quieren ir al colegio o a algún otro lugar; si presentan constantemente nerviosismo, falta de apetito, insomnio, bajo rendimiento escolar o cambios en su conducta.

Los colegios

Generalmente, entre más grande es un centro escolar, más riesgo tiene de que haya acoso escolar. Por lo tanto, en principio, no deben cerrar los ojos a la realidad. Se han visto casos en que las escuelas no reconocen los brotes de acoso que se presentan en ellas, poniendo a los niños que denuncian y a sus familias en una posición indefensa ya que no se detienen ni sancionan los problemas.
Sugiero colocar un buzón de sugerencias y quejas siempre abierto para los alumnos; capacitar a su personal, alumnos y padres de familia para poder detectar y tratar este tipo de problemas; tratar de mantener las “zonas sin supervisión” vigiladas; hacer reglamentos (y presentárselos a los alumnos cada principio de año escolar) muy bien delimitados con las sanciones que se llevarán a cabo aun en faltas menores, cuyas consecuencias vayan incrementando progresivamente conforme la falta se agrave, y lo más importante: cumplirlas en todo momento sin excepción. Cuidar de dar un trato respetuoso y amable a los alumnos por parte de todo el personal del colegio, ya que su función no es sólo enseñar, sino que también debe ser un generador de comportamientos sociales.

¿Se puede proteger a los niños para que no se conviertan en acosadores o acosados? La respuesta es: absolutamente sí. Pero el trabajo tiene que ser en conjunto, entre colegios, padres y alumnos.

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