LEÓN OPALIN PARA ENLACE JUDÍO
Vidas Truncadas
Mi desempeño como empresario de un pequeño negocio con el Sr. Natan, quien no alcanzó a ser mi suegro, por su prematuro y fatal fallecimiento, fue positivo. A los 19 años, cuando lo iniciamos, ya tenía una experiencia previa de mi niñez y adolescencia, cuando apoyaba a mis padres en la nómina y otros menesteres en su taller de abrigos y sacos de mujer. Mi madre, por su cuenta, vendía en pequeña escala y en “abonos”, ropa de hombre y mujer a sus empleados del taller y a otras personas; también le ayudé en la contabilidad en la que registraba los montos de las adquisiciones con sus proveedores y los pagos de sus clientes. Igualmente, iba con ella a escoger la mercancía que ofrecía.
Las conversaciones que sostenía con el Sr. Natan no solo versaban sobre el negocio, hacíamos comentarios sobre la realidad nacional e internacional. En particular recuerdo las pláticas que tuvimos relativo a la captura y juicio por parte de Israel del alto oficial nazi Adolf Eichmman, incluso elaboré un apasionado artículo sobre este suceso en una revista que editaba mi amigo Pablo de la secundaria y preparatoria, que se denominaba “Verdad”.
Empezaba a hacer mis pininos como periodista, aunque con anterioridad había escrito algunos artículos para el periódico mural de la Organización Juvenil Judía, Ijud Hanoar Hajalutzi, a la que había pertenecido entre 1955 y 1958. Asimismo, conversaba amenamente con Nili, un joven Sabra que era proveedor de plástico del Sr. Natan. Hasta la fecha coincido periódicamente con Nili en el bazar de anticuarios del Ángel, de la zona Rosa; ya que entre las múltiples actividades que él realiza está la compra-venta de antigüedades, hobbie que yo también practico desde hace más de 30 años; analizamos diferentes tópicos de interés actual, entre otros, Israel y el antisemitismo. Nili, por su español pronunciado con acento israelí , enfrenta constantemente a individuos antisemitas, y como buen Sabra defiende vehementemente sus raíces.
Recuerdo que en esa época, como acontecía con muchos jóvenes, me interesaba por los autos deportivos; de tal forma que había pactado con un lote de vehículos usados la compra de un auto de diez años de antigüedad, un MG convertible de dos plazas. El distribuidor quedó de enviármelo a mi negocio para darle oportunidad de que lo revisaran mecánicamente y lo lavaran. Al transcurrir varias horas y no tener noticias del vehículo, llamé al lote para preguntar qué había pasado; con el mayor descaro me dijeron que se lo habían vendido a otro comprador que les había ofrecido una mayor cantidad. Así, al igual que en nuestros días, resulta una practica común en el país que las empresas de todo tipo y tamaño, no cumplan con sus compromisos. Me sentí desilusionado por los hechos. En el presente, la economía está muy abierta a la importación con bajos aranceles; sin embargo, los autos MG son evaluados como de lujo y su precio es elevado, inalcanzable para el bolsillo de un jubilado.
Como señalé en crónicas previas a este número, la tienda del Sr. Natan y nuestra “empresita” estaban en la calle de Anillo de Circunvalación, contigua al viejo barrio de la Merced, que empezaba a ser una zona peligrosa; en este contexto, un día iba caminando por Circunvalación y al lado mío pasó atropellándome un delincuente al que perseguían dos agentes judiciales con las pistolas en mano, atrapándolo finalmente.
La peligrosidad de la zona se convirtió en una tragedia para mi familia adoptiva, los padres de mi novia Sari. Ciertamente, en la segunda semana de enero del año del 1962, después de una intensa jornada comercial navideña, salí de vacaciones con mi madre, mi hermana menor y Sari a Acapulco. Estábamos disfrutando en las aguas del límpido mar de ese puerto y de un cielo sin smog, cuando recibí una llamada telefónica de mi hermano Pepe indicándome que los padres de Sari habían sufrido un accidente y que era preciso que nos regresáramos, no me dio más detalles sobre ese hecho. Inmediatamente fui a realizar las gestiones para obtener los boletos de avión y traté de sobreponerme de la angustia que sentía para comunicarle a Sari y a mi familia por el accidente de sus padres.
No sospechaban de la tragedia que había sucedido; en el inter, en el familiar y amplio hotel Papagayo, rodeado de jardines, en el que nos alojábamos, me encontré a un señor mayor conocido de los padres de Sari, que me informó que había escuchado en la radio del asalto a la tienda y de que aparentemente había asesinada la Sra. Regina.
El vuelo a la Ciudad de México fue para mi desesperante; cuando llegamos al aeropuerto fui a recoger las maletas y al regresar con mi familia vi cuando mi hermano Pepe les comunicaba que la Sra. Regina había fallecido y el Sr. Natan estaba herido y hospitalizado al Sur de la Cd. De México. Mi madre se conmociono y se desvaneció. No estoy seguro si Sari lloró, empero, recibió un golpe tan duro ante el que se contuvo por muchos años, y que más tarde afectó su equilibrio emocional. Me sentí desilusionado, amaba a la Sra. Regina y al Sr. Natan.
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