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Empleó su brillante capacidad logística en organizar la ingente operación de traslado de las víctimas, desde los más diversos puntos de Europa, hasta los hornos crematorios nazis. Hoy, que se cumple 50 años de su ejecución en Argentina, la mera pronunciación de su apellido causa escalofríos y destapa la caja de los vientos de las más punzantes preguntas sobre la condición humana y su relación con el mal. En ese sentido, Adolf Eichmann sigue vivo. Pero hay un hombre cuyo testimonio garantiza que le colgó en la horca hasta morir y sus palabras rebotan hoy en Alemania como un eco de exorcismo.
“Yo lo vi colgado. Su rostro era blanco. Sus ojos estaban salidos. Su lengua colgaba, y había un poco de sangre en ella”, describe Shalom Nagar, el verdugo de Eichmann, el primero que vio el cadáver después de la ejecución, pocos minutos antes de la medianoche del 31 de mayo de 1962.
Sus palabras, difundidas por la televisión alemana, dibujan las últimas horas de Eichmann, inmerso en una rutina carcelaria tan racional como la organización logística que hizo posible el asesinato de seis millones de judíos.
“Yo le llevaba la comida, que era colocada en un contenedor cerrado. Y yo debía probarla, para garantizar que no estaba envenenada”, dice. “Si yo no hubiese sabido qué había hecho ese hombre, hubiese dicho que era un santo”, admite.
Pero las autoridades israelíes sabían bien a quién tenían a los pies de la horca y lo mucho que había costado atraparle. Figuraba en los primeros lugares de la lista de criminales de guerra más buscados cuando, el 11 de mayo de 1960, un equipo especial de agentes de inteligencia del Mossad israelí lo secuestró en Argentina, después de varios intentos fallidos de peticiones de extradición. Fue llevado a Israel, donde fue interrogado y encarcelado en la prisión de Ramleh, mientras se preparaba su juicio.
Los guardias que custodiaban la prisión eran sefardíes, es decir judíos de origen oriental o norafricano, que fueron seleccionados debido a que ellos o sus familias tuvieron escasa o ninguna experiencia directa con el Holocausto, para evitar en lo posible que Eichmann fuera maltratado por venganza. Nagar, quien actualmente tiene 76 años y vive en Holon, un suburbio de Tel Aviv, estaba en ese grupo de 22 hombres que vigilaban a Eichmann.
En el juicio que comenzó el 11 de abril de 1961, Eichmann fue acusado de 15 cargos, entre ellos crímenes contra el pueblo judío, crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad. El proceso sentó principios básicos hoy incuestionables como que la obediencia debida no exime cuando se juzgan crímenes contra la humanidad o que este tipo de crímenes no prescriben. Eichamnn fue declarado culpable y condenado a muerte.
Israel no tenía un verdugo oficial. Se decidió que uno de los guardias debía llevar a cabo la sentencia. “Yo no quería hacerlo. Se hizo un sorteo, y yo extraje la paja más corta”, recuerda Nagar. A sus 56 años, Eichmann subió al patíbulo en la prisión de Ramala, a 15 kilómetros de Jerusalén.
Sus últimas palabras fueron: “Larga vida a Alemania. Larga vida a Austria. Larga vida a Argentina. Estos son los países con los que más me identifico y nunca los olvidaré. Tuve que obedecer las reglas de la guerra y las de mi bandera. Estoy listo” recuerda Nagar.
“Le colocamos la soga alrededor del cuello. A continuación apreté el botón que abrió la trampilla. Durante un año tuve pesadillas. Aún las tengo de vez en cuando”, concluye.
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