Juntos venceremos
lunes 25 de noviembre de 2024

Crónicas Intranscendentes Parte XII

LEÓN OPALIN PARA ENLACE JUDÍO

La Saga de una Nueva Familia

En el asalto a la tienda del Sr. Natan, murió instantáneamente su esposa abatida por las balas de un delincuente y el fue herido y trasladado al Hospital Naval donde permaneció varios días. Tenía un proyectil alojado en el cuello que no se podía substraer porque era muy peligrosa la operación; de aquí que fue llevado para su atención a su domicilio donde se instaló una cama especial, equipo e instrumentos médicos para buscar su recuperación. Sobrevivió a su esposa un mes, falleció desolado, de un infarto; no pudo soportar la pérdida de su esposa, cuyo sepelio fue al siguiente día de la tragedia. Representó el segundo entierro al que asistía, el primero fue del padre de Bernardo, un querido amigo del Ijud Hanoar Hajalutzi. Desde hace 50 años he cuidado las tumbas del Sr. Natan y de su esposa, también lo he hecho con las de mis padres, la de mi hermana Julieta, de mi hermano Pepe y la de mi esposa Sari. Igualmente, visito la de mi tío Bernardo, hermano de mi padre, que murió tres años antes de que yo naciera; el tío Bernardo estuvo casado con una hermana de mi madre, no logró traer a su esposa y a su pequeña hija a México, que fueron asesinadas por los nazis en Polonia.

Su muerte me afectó de manera profunda. Durante años me rehusé a transitar por la calle de Circunvalación. Fui llamado a declarar a la policía sobre las circunstancias de su asesinato; las autoridades me trataron sin la menor sensibilidad y ello incidió en que mi pena fuera más intensa. Fue una ironía que abandonaran Argentina cinco años antes con una expectativa de mejoría en su vida y que su fallecimiento fuera trágico. Nadie puede prever su destino.

Convine con la familia de mi novia Sari que nos casaríamos en dos meses; ella apenas había cumplido 18 años y yo 21, éramos muy jóvenes para iniciar una vida en pareja. No obstante, el matrimonio era una mejor opción a que ella viviera con sus tíos en una `casa ajena´ . Así, después de tres meses de la tragedia nos casamos por lo civil en un juzgado de la Colonia Roma; nuestros respectivos familiares fueron al enlace vestidos de manera formal, Sari lucia muy hermosa. La ceremonia religiosa se celebró en el domicilio de los tíos en Polanco. Sari se vistió con un hermoso traje de novia; como estábamos de luto no hubo música. El ritual judío, fue presidido por el Rabino de la Comunidad. La comida Kasher que se sirvió fue abundante y exquisita; los invitados eran principalmente los parientes y los amigos de los tíos; por mi lado participó mi pequeña familia, incluyendo a mi padre, que se había separado de mi madre tres años antes. Mi padre solo permaneció para la ceremonia, después de la misma se marcho. Me sentí contento y orgulloso que estuviera presente; creo que el se sentía agradecido de haber sido invitado, aunque nunca me lo mencionó. Nunca tuve resentimiento hacia mis padres, me dieron lo mejor que pudieron de su ser; en este sentido, fue reconfortante para mí haber cumplido con una de las principales mitzvot del judaísmo, el respeto por lo padres.

Los invitados hicieron aportaciones en efectivo como regalo de bodas, aunque no fueron abundantes, resultaron suficientes para una luna de miel a Mérida y la zona arqueológica que la circundaba en aquel entonces y para ir a Isla Mujeres, un área turística natural que empezaba a desarrollarse. Justamente en esos días la aerolínea que volaba al sureste de México estaba en huelga, así que al día siguiente de la boda me dirigí al Aeropuerto de la Cd. De México para formarme en la línea de servicio que la Fuerza Aérea Mexicana puso a disposición de viajeros en esa ruta en sus viejos e incomodos aviones. Regresé por mi esposa y ese día emprendimos el vuelo para disfrutar de nuestra luna de miel.

La Cd. De Mérida de1962 era un verdadero destino mágico; sus calles eran ordenadas y limpias y la uniformidad del color blanco de sus casas hacían armonía con el cálido ambiente que privaba en esa tranquila ciudad. Los “Boshitos´´, eran muy amables y de sus labios emanaba, más que palabras, un dulce canto, el cual se ha perdido con el tiempo. La comida que se servía en los restaurantes, refrescados por ventiladores que colgaban de los techos, era exquisita, refinada y accesible al bolsillo de la gran mayoría de las personas. Curiosamente, en Mérida solo vivía un judío venido de Polonia; tenia cerca de 50 años y era soltero, por lo menos lo era ante la sociedad. Fiel a su identidad, se había integrado a los habitantes locales, poseía una pequeña joyería, la cual vistamos. Con el tiempo su hablar se había hecho al modo de los yucatecos.

Vistamos Chichen Itzá y Uxmal, sitios arqueológicos que disfrutamos intensamente; no estaban abarrotados de las muchedumbres que hoy día los invaden y degradan. Por otra parte, nuestra permanencia en Isla Mujeres fue una grata experiencia; era un sitio paradisiaco, con aguas transparentes por las que circulaban innumerables especies de peces. La isla tenia pocos habitantes, era muy tranquila y no estaba comercializada como en el presente. Diario comimos platillos elaborados con pescados frescos, adosados con las especies regionales.

Después de la inesperada y dolorosa muerte de los padres de Sari, Mérida e Isla Mujeres nos permitió recobrar la paz. En aquel entonces nunca imaginé que once años después, nuevamente la vida me cobraría facturas.

 

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