Recuerdos de un árbol

DANIELLE WOLFOWITZ PARA ENLACE JUDÍO

En primavera el sol acariciaba mis hojas, y en mis ramas las aves venían a construir sus nidos, las mariposas volaban hacia mí y las ardillas se trepaban en mi tronco. La lluvia me refrescaba deliciosamente. El viento jugaba con mis ramas y mis hojas, y hasta las pruebas de las tempestades eran bienvenidas. En invierno una mullida y preciosa capa de nieve me protegía de los rigores del frío, y los animales del bosque buscaban refugio bajo mi amparo, mientras yo alzaba mi figura airosa en medio del bosque bajo su manto blanco.

Así pasaban los años, hasta que un día llegaron leñadores y taladores de bosques y, sin piedad, con sus hachas, sierras y máquinas, me tiraron al suelo. Adiós hojas, pájaros, mariposas, caricias del sol, protección del manto de nieve y bullicio de la vida.

Antaño los hombres me usaron como combustible para resguardarse del frío, ahuyentar a las fieras y las tinieblas y preparar sus alimentos. En las tierras de bosques inmensos les serví para construir casas, palacios y hasta edificios religiosos.

Una época gloriosa para mí fue la marina de madera. Los buques construidos con mis troncos llevaron a los audaces navegantes a descubrir nuevos continentes, dar la vuelta al mundo y fomentar el comercio, hasta que fuimos reemplazados por las estructuras metálicas de la era industrial, aunque todavía sobrevivimos en lanchas y yates.

Sin embargo, lo más sublime de mi destino me sucedió cuando me usaron para elaborar instrumentos de música. No hay palabras para describir el éxtasis generado por los sonidos nacidos de flautas, violines, pianos, guitarras, violas, arpas y demás instrumentos que han evolucionados desde las época más primitivas.

Hoy la situación ha cambiado. Después de derribarme, me atan con otros troncos, igualmente despojos de árboles frondosos o espigados, y así bajamos por los ríos durante días o semanas hasta llegar a un aserradero. Al pasar por varios procesos mecánicos quedo transformado en madera y en papel. En calidad de mueble o decoración, proporciono a la gente el calor innato de mi presencia, mi transformación en papel inicia una odisea que refleja la dualidad y ambigüedad de nuestro universo. Por una parte, como papel higiénico o kleenex sufro un infierno atroz al tener que absorber, secar o limpiar las secreciones repugnantes de los humanos. No digo nada pero ¡cómo padezco esta infame degradación que me convierte en basura inmunda!

En contraparte a este martirio, he ayudado a promover los valores espirituales y la civilización en calidad de papel donde escritores, pensadores, filósofos, científicos y poetas han vertido sus ideas, y como medio de imprenta para difundir su genio en los libros y la prensa.

Empero ¿para qué escribir sobre la creación si toda la naturaleza es un himno a la gloria del Creador y la menor brizna de hierba canta su omnipresencia?

Aún así, tanto en la infamia que me lleva a la basura como en la exaltación de difundir el pensamiento base de la civilización, sigo extrañando la vista del cielo, las gotas de lluvia, la furia de la tempestad, el abrigo de la nieve, las caricias del sol en primavera y todo el esplendor de la vida que en mi rededor florecía.

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