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lunes 04 de noviembre de 2024

La Haskalá: el comienzo de la Ilustración hebrea

Artículo de agosto de 2011

 

JOSÉ KAMINER TAUBER EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO

Ya desde Moses Mendelssohn, se sintetiza la Ilustración judía, llamada también Haskalá, que impulsa a los judíos a despojarse de su “mentalidad medieval” y de fomentar un renacimiento cultural.

Décadas después, esta corriente se difundió en toda Europa y los judíos ortodoxos lucharon en su contra, por considerar que era el primer paso hacia la asimilación.  Era como adaptar el judaísmo a los nuevos tiempos.

La escala había sido invertida, a veces en forma grotesca. El ideal deseado por los judíos de Alemania regía como valor cultural y espiritual del entorno, y era válido también para sus convicciones sociales. Era casi una indicación que uno quería ser bien recibido por el Estado y por la sociedad. Los que trataron de lograr esta finalidad abandonaron el idioma hebreo, las costumbres de sus padres, su aparien­cia exterior y, aún más, la forma y el contenido de su vida propia. Incluso hubo unos cuantos que, para ser iguales a los demás, llegaron al extremo de elegir la conversión, para sobreponerse a las limitaciones y los prejuicios sociales.

Había judíos cuyos nexos con el judaísmo eran nominales. No conocían ya sus tradiciones, su historia, ni su cultura. Sin embargo, un número bastante con­siderable de ellos  quedó ligado a la forma de vida judía, especialmente en las comunidades de Posen, al Sur de Alema­nia. Pero aún estos judíos conser­vadores eran ya diferentes de la generación de sus padres, y a los judíos de Europa Oriental. Consideraban el idioma y la literatura alemana como natural y común para todos; el entorno judío pasó a segundo plano. Por lo tanto, junto con la emancipación y a veces an­ticipándose a ella, se desarrolló en el período siguiente a la Revolución Francesa, un movimiento denominado asimilación.

Al coincidir la emancipación con el progreso del iluminismo, y con  los trabajos de Mendelssohn, obraron como un catalizador sobre la juventud judía de Alemania y estimularon a un conjunto de entusiastas a intentar un re­nacimiento del hebreo y su literatura. Pero el idioma de las Sagradas Escrituras y de la Mishná, revivido y retocado, debía servir ahora a una finalidad secular: iniciar en la cultura nueva era el deseo de «progreso y reforma».

Para llevar a cabo este programa, algunos jóvenes fundaron en 1784 un periódico que titularon «HAMEASÉF»- «El Cosechador». Figuraron entre sus colaboradores el poeta Neftalí Herz Wessely y el mismo Mendelssohn,  encontrando en Prusia, Francia, Holanda e Italia suficiente apoyo material para sobrevivir durante una docena de años.

Más adelante se formó otra revista científica en Viena, «BIKURE HAITIM»; y así las nuevas ideas y los resultados de la ciencia judía moderna se propagaron a los demás  judíos. El más destacado de estos  fue Salomón Maimón, venido de Utuania.

Profundamente enamorado de la «Guía de los Perplejos» de Maimonides, Salomón Maimón había adoptado el nombre de su autor, y en 1777, contando con poco más de veinte años, dio la espalda a su país natal, su mujer e hijos y se encaminó a Prusia, donde su mentalidad aguda y ori­ginal despertó la admiración de las principales figuras intelectua­les del momento, incluyendo a Kant, Goethe y Schiller.

Otro fue Lázaro Ben David, matemático y filósofo, que soñaba con una religión «pura», desnuda de todo ceremonial y dogma. Un tercero fue Marcus Herz, médico y metafísico, favorito del ilustre Kant ya en sus días de estudiante en Könisberg. Más tarde, ejerciendo la medicina en Berlín, dictó conferencias sobre filosofía y ciencia, con la con­currencia de las más distinguidas personalidades de la capital prusiana, incluyendo miembros de la familia real. Herz heredó y amplió la influencia de Mendelssohn, a cuyo círculo pertenecía.

Las raíces de estos cambios deben buscarse en el iluminismo judaico que, a su vez, fue profundamente influenciado por el iluminismo europeo. Como sus antecesores de Italia y Holanda, el iluminismo de Berlín del siglo XVIII trató de reformar la vida judía, basándose en criterios racionales.

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