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La oposición siria está divida fuera y dentro del país. Cuarenta años de represión política, la escalada de violencia de los últimos quince meses y la psicosis creada por los medios de comunicación han provocado una separación entre los opositores nacionales históricos y las nuevas generaciones que lideran la revuelta en las calles. Majd Niazy, líder del Partido Nacionalista Sirio, una de las diez nuevas fuerzas política legalizadas tras el proceso de reformas puesto en marcha por el presidente piensa que «esto ya no es una revolución, es una guerra sectaria en toda regla y viendo la alternativa islamista que ofrecen los insurgentes, con todo el dolor del mundo, prefiero quedarme con el régimen e insistir en la vía de los cambios». Descendiente de una familia perseguida y castigada por la dictadura, Niazy ha tenido que enviar recientemente a su hija fuera del país por las amenazas de un grupo armado de la oposición que le acusa de «colaboradora» por criticar la lucha armada.
Un mensaje parecido transmiten históricos de la lucha política por las libertades en el interior de Siria como Louay Hussein, que tras la emoción inicial de las primeras semanas del levantamiento ahora piensa que «hemos perdido la batalla dejando escapar la opción de una verdadera revolución y estamos inmersos en una guerra.
Occidente y la Liga Árabe insisten en la necesidad de que Bashar Al Assad deje el poder como primer paso para la solución, pero esto ya no es cuestión de quitar a una persona. La herida es profunda y la lucha confesional imparable». Después de pasar casi una década en prisión, Hussein dirige el Movimiento para la Reconstrucción del Estado Sirio, su sueño político hecho realidad con la desgracia de que «cuando hay armas de por medio no hay espacio para soluciones políticas».
Aref Delila es otro histórico de la oposición que pasó ocho años en prisión tras impulsar la Primavera de Damasco en 2001 y está «contra la militarización del conflicto», aunque matiza que «las dos partes no son iguales y el régimen es el mayor responsable porque eligió el camino de la fuerza desde el primer momento. Todas sus ofertas de diálogo y reformas son mentira». Este veterano economista sigue la revuelta desde su casa en el barrio de Dumar, sin tomar parte en las movilizaciones internas ni establecer contactos con la oposición en el extranjero, que ayer eligió a Abdelbaset Sayda como nuevo líder del Consejo Nacional Sirio, «por miedo a represalias, seguimos estando muy vigilados»
Poca influencia
Estas voces respetadas durante décadas son ahora «poco influyentes para nosotros porque están alejadas de la realidad, viven en la burbuja de seguridad de Damasco donde no hay combates diarios y no sufren en sus carnes el trabajo de los agentes de la inteligencia, el Gobierno nos ha obligado a empuñar las armas para defendernos», apunta un activista de Harasta, localidad próxima a Damasco con fuerte presencia opositora, que acusa a las autoridades de fomentar «el odio entre sectas provocando masacres que le ayuden a perpetuarse en el poder y ganarse la lealtad de las minorías.
Solo les mantiene el uso de la fuerza, nada más». Los activistas escuchan a las grandes voces de la disidencia interna, pero les echan en cara que «se quedan en sus oficinas. Les necesitamos y sabemos que lo que dicen es lo correcto, pero no es el momento. Vivimos una situación de violencia de tal magnitud que su mensaje no se puede imponer entre la gente».
Este hueco en el liderazgo dejado por los intelectuales de la oposición lo han ocupando los sheikhs de las mezquitas como Saria Rifai, uno de los más respetados entre los activistas y responsable de la llamada a la huelga que triunfó en Damasco tras la masacre de Houla. «Están sufriendo con nosotros apoyando esta lucha desnivelada y tienen la llave para que el día de mañana los sirios dejen la lucha armada porque se han ganado nuestro respeto, el de todos, sin importar su confesión».
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