SALOMÓN LEWY PARA ENLACE JUDÍO
Este escribidor no se remite a tomar los escritos de las diferentes fuentes noticiosas, las cuales, según sus tendencias , “informan” según las llevan sus intereses.
Lo que hace es tratar de interpretar, conforme a su modesta comprensión, los acontecimientos en los ámbitos que le son de interés particular, más aun, tratándose de nuestro Pueblo.
Hace unas horas resultó vencedor en las elecciones egipcias Mohamad Morsy, un salafi miembro destacado de la Hermandad Musulmana.
Graduado en ingeniería en los Estados Unidos, pasó algunos años en la cárcel en Egipto por conspiración contra el régimen de Hosni Mubarak, quien dominó este país durante treinta años.
La “primavera egipcia” derrumbó a Mubarak de su sitio, quedando los militares en la sombra, detrás de bambalinas.
En resumidas cuentas, en las elecciones, Morsy obtuvo trece millones de votos contra doce millones de los que favorecieron al representante de la vieja guardia, antiguo jefe del estado mayor de Mubarak.
Del total de sufragantes registrados, la diferencia fue de dos y medio por ciento de los votos.
¿Quiénes votaron por uno u otro?
Los partidarios del antiguo régimen, los que no desean ver a su país envuelto en el caos del fanatismo religioso y, sobretodo, las minorías religiosas cristianas, votaron en contra de Morsy.
Desde hace once meses, los egipcios se manifestaron a favor de un cambio de régimen, de una alteración al “status quo” que, de alguna manera, se había inclinado hacia la estabilidad por la fuerza política y armada. Las relaciones con el mundo exterior habían sido relativamente exitosas. Ayuda monetaria y armamentista de parte de los Estados Unidos por más de tres mil millones de dólares anuales, relaciones con Europa y, particularmente, la conservación de un aparente tratado de no agresión (que no de paz) con Israel.
Bien a bien, a la fecha no sabemos quién prendió la mecha de la manifestación original en la Plaza Tahrir, la plaza de la Libertad en el corazón de El Cairo. Hay quien dice que fueron los árabes sauditas, siempre influyentes en todo con sus dineros; hay quienes dicen que Irán metió “mano negra”, pero no faltan los políticamente correctos quienes dicen que fue “el pueblo” – o los jóvenes – provocaron la caída del anquilosado gobierno dictatorial de Mubarak.
Un factor importante es la potencia militar – que no económica -del país más grande del Medio Oriente.
Ahora veamos el interior de Egipto. Ochenta y tres millones de habitantes en un territorio de un millón de kilómetros cuadrados. La capital con quince de ellos. Entre todos los países árabes, Egipto tuvo preponderancia por el nivel académico de sus graduados universitarios. Sus periódicos y publicaciones diversas denotan un nivel de información superior en calidad al de sus vecinos. Su PIB es mayor que éstos, a pesar de que su industria no tiene el desarrollo que podía esperarse. Lo tradicional ha sido el turismo y la agricultura, principalmente el algodón y el trigo.
El escribidor recuerda que, gracias a su pasaporte mexicano, tuvo la oportunidad de viajar a través del Nilo en una embarcación sui géneris, en la que se mezclaban pasajeros y ganado menor. La actitud de los egipcios que tuve la oportunidad de conocer, tanto en el transcurso del viaje como en los hoteles, fue de gran gentileza y amabilidad.
La presa Aswan y las Pirámides son dignas de capítulos aparte. Las fotografías, los sabores – así como el ocasional olor a bosta de camello y el ruido de los “claxons” que ahuyentaban a los peatones – son recuerdos que el escribidor guarda en su memoria y en su baúl. (Y si creen que el Periférico es un problema, vayan a El Cairo y me platican).
Vivir en el Medio Oriente o simplemente visitarlo nos da, como “occidentales”, la experiencia de conocer la mentalidad apasionada al extremo, en este caso de los egipcios. Son, para decir lo menos, emotivos.
Orgullosos, discutidores, conflictivos, radicales inclusive. Es en este ambiente que se desarrollaron los acontecimientos a partir de la mencionada primavera. Ya no había freno policial suficiente. El líder que había relevado a Anuar Sadat había caído, luego de treinta años de mandato férreo.
Curiosamente, siendo el pueblo egipcio el más laico de la región, vio en Islam un recurso social y político para cambiar el estado de cosas, y la Hermandad Musulmana, perseguida por Mubarak hasta el ostracismo, aprovechó plenamente esa corriente de “liberación”.
Por más que los militares se afanaron en controlar la situación – con su Corte Suprema como aliada – la votación de la mayoría del pueblo egipcio impuso a su nuevo líder, Mohamad Morsy.
Como en todo gobierno, no todo es voluntad política. Se requiere de grandes apoyos económicos. Es aquí donde se mezcla el dinero con la religión, el poder político con el movimiento social.
¿Quién financia a la Hermandad Musulmana? No debe sorprender que, aún por las diferencias – algunas radicales – entre shiitas y sunnitas, wahabis y salafistas , sobresale el interés del Islam. Arabia Saudita, Irán y los Emiratos Árabes juegan un papel financiero importante en este ajedrez, cada cual por su particular motivo, de igual manera en la que Rusia y China trabajan en el Medio Oriente.
Cada vez que algo sucede en el mundo, los judíos nos preguntamos: ¿Eso es bueno para nosotros o no? Israel, como estado, se hace la misma pregunta.
En el caso del dominio de la Hermandad Musulmana, que se extiende paulatinamente en el mundo árabe – la Margen Occidental, Gaza, hoy en Egipto y próximamente en África del Norte y partes de Asia, la respuesta contundente es negativa.
Si desde 1947 la convivencia de los judíos y los árabes en el Medio Oriente fue más que difícil, los nuevos aires musulmanes la harán más complicada en lo sucesivo.
La Hermandad Musulmana busca, desea su hegemonía en las naciones árabes. La está consiguiendo.
Como siempre, este escribidor sostiene que la única manera de defender a los judíos y a Israel es desde una posición de fuerza. Egipto y los demás…que se las arreglen como puedan.
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