EL PAÍS
Egipto, el país árabe más poblado, ha hecho historia. Por primera vez en unas elecciones relativamente libres ha llegado a la presidencia del país un civil y miembro de los Hermanos Musulmanes. Mohamed Morsi, sin embargo, tendrá que ejercer su mandato bajo la vigilancia de los militares, que siguen conservando casi todos los resortes del poder.
Será una tarea harto difícil, pues se le pedirá antes que nada que ponga en pie una economía maltrecha por las propias revueltas y agravada por la falta de perspectivas políticas claras.
El anuncio del triunfador se demoró en exceso. Pero el resultado coincide con el deseo mayoritario expresado seis meses atrás en las legislativas. No hay que descartar que la aceptación de la victoria de Morsi sobre el ex primer ministro de Mubarak, Ahmed Shafiq, sea el resultado de una negociación entre la Junta Militar y los Hermanos Musulmanes, que hasta ahora han sido cautos a la hora de condenar la disolución del Parlamento por el Tribunal Constitucional y la asunción sin disimulo de nuevos poderes por el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas en materia legislativa, de seguridad interna, para elaborar la nueva Constitución e incluso para declarar la guerra, un guiño a Israel y a EE UU, cuya ayuda militar sigue llegando a Egipto.
Morsi ha prometido un Gobierno de integración. Sería lo juicioso; si su victoria ha desatado las pasiones de sus seguidores, también ha despertado recelos en el Estado profundo de Egipto y entre los laicos demócratas que protagonizaron las revueltas que llevaron al derrocamiento de Mubarak.
En estas circunstancias de democracia vigilada, no parece lo más sensato que el nuevo presidente haya apelado a un cambio de equilibrios en la zona con una mejor relación con Irán. Son muchos los vecinos que desconfían de los Hermanos Musulmanes. Los saudíes les prestaron dinero y ayuda durante años, pero últimamente se habían distanciado de ellos por razones religiosas y por su visión de Irán.
Los militares dieron un golpe suave, pero al aceptar la victoria de Morsi han demostrado una cierta sensatez, aunque no pueden barrer de un plumazo las legislativas. La victoria del candidato que representaba al antiguo régimen hubiera llevado a un levantamiento popular. Lo que no significa que con Morsi Egipto se haya librado del caos.
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