EL PAÍS
El 16 y 17 de julio de 1942, 14.000 ciudadanos judíos fueron detenidos en París por la policía francesa a sugerencia de las SS y bajo las órdenes de Pierre Laval (número dos del Gobierno de Vichy) y de René Bousquet (jefe de la policía). Al menos 4.000 de ellos eran niños. Las deportaciones en masa habían empezado en Europa, y la Francia ocupada no fue una excepción. Aquella fue la primera redada de niños (mayores de dos años) realizada en el país. Los arrestados fueron trasladados al Velódromo de Invierno, una enorme estructura de hierro y madera situada en el distrito 15, que luego sería demolida y que dio nombre a uno de los episodios más negros de la historia europea: la Rafle (redada) del Vél d’Hiv.
Los pogromos de Vichy, largamente olvidados por la reconciliación gaullista, fueron recuperados en 2010 gracias a una espeluznante película que contaba el infierno del velódromo y la posterior separación de madres e hijos. Las redadas acabaron con unos 11.400 niños en los campos de concentración y exterminio, dentro y fuera de Francia, sobre todo en la zona del Loiret, en Drancy y en Auschwitz-Birkenau y Bergen Belsen.
De aquellos menores deportados solo sobrevivieron unos 200, aunque en Francia se contaron, en 1945, 10.000 huérfanos judíos, lo que indica que hubo tantos muertos como escondidos y salvados, y también que los franceses supusieron una parte muy pequeña de los 1,5 millones de víctimas menores de quince años exterminadas por los nazis durante el Holocausto.
Ahora, setenta años después, varias exposiciones, libros y debates recuperan en Francia la memoria de aquellos días de infamia y a la vez de rebelión. El rescate es un inventario del expolio y la violencia de los colaboracionistas, pero a la vez un recordatorio del coraje de la sociedad civil.
“El 80% de los menores judíos que vivían en París en 1939 sobrevivieron a la guerra gracias a la movilización de sus padres y a las redes de ayuda y solidaridad”, explica Sarah Gensburger, socióloga de la memoria y comisaria de la exposición “C’étaient des enfants” (“Eran solo niños”), que se inaugura el martes en el ayuntamiento y puede verse hasta octubre.
Esta muestra, subtitulada ‘Deportación y salvamento de los niños judíos en París’, reúne cartas, fotos, objetos y dibujos, las últimas huellas de las pequeñas víctimas, sus esperanzas, pánico y sueños. Pero también hay diarios íntimos de supervivientes… Una de ellos era Annette Müller. Pasó por el infierno del Velódromo (donde una epidemia de difteria mató a 300 niños) con su madre y su hermano Michel, y más tarde se escapó del campo de Beaune-la-Rolande. Tenía solo 9 años. Muchos años después contó su historia en un librito aparecido en 2009 y titulado La petite fille du Vél d’Hiv. Ahora la editorial Hachette Romans lo ha reeditado con un cuaderno de fotos.
Serge Klarsfeld, el mítico cazador de nazis, abrió el lunes las jornadas de debate dedicadas a la Rafle del Vél D’Hiv explicando que “desde 1938 hubo organizaciones clandestinas e individuos movilizados para salvar a niños judíos, muchas veces escondiéndoles, o cuando salvarles era imposible, dándoles un entorno afectivo y pedagógico”.
Autor del Memorial de la Déportation des Juifs de France, Klarsfeld denunció a la justicia a Klaus Barbie y a colaboracionistas como Bousquet, Maurice Papon o Jean Leguay, y ahora aporta su colosal archivo sobre los 76.000 judíos franceses exterminados en otra exposición, En el corazón del Genocidio, los Niños en la Shoah, 1933-1945, que se puede ver junto a los fondos permanentes del Memorial de la Shoah, en la calle Geoffroy-l’Asnier.
Mucho material similar se puede ver en el Museo de los Niños del Vel D’Hiv, que se inauguró en enero de 2011 en Orléans. Y en octubre, otra muestra más, organizada por la OSE, la Obra de Socorro a los Niños, contará con detalle cómo fue el salvamento de diez menores entre los 2.000 a quienes esa asociación evitó la deportación.
Los 70 años pasados desde entonces han servido para dar la medida exacta de unos hechos silenciados durante décadas. Solo en 1995, un discurso de Jacques Chirac reconoció la responsabilidad de Francia en la suerte de los judíos exterminados. En 2000, un decreto concedió las primeras indemnizaciones a los huérfanos de víctimas del antisemitismo.
La recuperación más reciente es, en parte, fruto de una investigación de 15 años realizada por el ayuntamiento y las asociaciones judías en las escuelas y liceos de la capital. “Cada distrito ha intentado devolver a los niños deportados un nombre, un recuerdo, su dignidad”, explica en el catálogo el alcalde socialista, Bertrand Delanoë.
Catherine Vieu-Charier, la vice-alcaldesa encargada de la memoria, recuerda que ha sido “un trabajo muy duro, pero necesario: queríamos buscar los nombres, devolver su identidad a los niños deportados, y ponerles una placa en cada colegio para traerlos al presente”.
A finales de los años noventa, los antiguos alumnos de un colegio del distrito 20 comenzaron a moverse y resucitaron las historias de los compañeros que acabaron en las cámaras de gas. Algunas escuelas de París se quedaron vacías durante la guerra. Las exposiciones recuerdan que las razzias fueron el acto final de una cadena demencial y sistemática: censo de adultos y de niños, campañas mediáticas antisemitas, leyes raciales, prohibición de participar en la vida pública, en la universidad, e incluso de entrar en los parques; arrestos y exterminio.
El paseo por el terror y el heroísmo adquiere al final un cariz de humanidad con una breve lista de una docena de Justos entre los Hombres. La regidora de la memoria, Catherine Vieu-Charier, justifica así la inacción de tantos: “El trauma gigantesco de ver a Hitler arengando a las tropas alemanas en Trocadero dejó a los parisinos sin reacción”, dice. “Nadie hizo nada cuando (en junio del 42) ordenaron poner las estrellas en la ropa de los judíos, pero la redada del velódromo supuso la toma de conciencia del París rebelde y revolucionario. Ahí fue cuando muchos se dieron cuenta de que era un acto criminal, y profesores, porteros y ciudadanos empezaron a esconder a niños y adultos”.
Una última noticia ayuda a tomar distancia y, quizá, a prevenir futuros espantos: los ferrocarriles franceses (SNCF) han firmado un acuerdo con el Yad Vashem de Israel para ayudar a la investigación de las deportaciones de judíos durante la Shoah. La tesis tiene por título Transportes para el Exterminio.
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