SALOMÓN LEWY PARA ENLACE JUDÍO
A ver. Vamos por partes.
Preguntémonos primero qué queremos. ¿Ya hicimos un balance real de lo que es nuestro México, o ya nos dejamos llevar por las tonteras y las deformes opiniones de tanto y tanto comentarista, populista, intelectual – ya quisiera – o de los miles de “fanáticos de oído” cuyas opiniones varían según los medios que escuchamos, miramos o leemos?
El balance está claro y al alcance de todos.
México es uno de los países exportadores de automóviles más exitosos del mundo; produce pantallas de plasma más que cualquier país; está estableciendo bases para intervenir en la producción de aeropartes; es el primer productor de partes automotrices de aluminio; su crecimiento económico (cifras del Banco Mundial) durante el actual semestre fue de 4.6%, superior al del 95% de las naciones. Las reservas monetarias – las que respaldan economía y moneda – están en un nivel nunca alcanzado; la IED (inversión extranjera directa) es constante y confiable, tan así que la mayor cervecera del mundo anda detrás de comprar la cervecería Modelo, de la cual ya es propietaria de la mitad. Datos macroeconómicos que no se rebaten, entre muchos otros.
Por supuesto que tenemos un México oscuro, lleno de problemas. La pobreza rebasa el 40% de los mexicanos; la corrupción – nuestro posible ADN – es enorme; el tráfico de drogas no parece tener remedio, por más que los maleantes se maten entre ellos (de 50,000 muertos en este sexenio, el 97% de ellos estuvieron relacionados directamente con el trasiego de enervantes), etc. (Enorme etcétera), mas lo que a este escribidor le tiene mayormente preocupado es la inseguridad jurídica.
La pregunta lógica es: ¿Cuál es la fuente, de dónde proviene? Tenemos leyes ejemplares… ¿y su aplicación, para cuándo?
Es evidente que este no es un problema nuevo. Los anales de la Historia de México lo registran con claridad y abundancia de datos.
Sin atender al ágora, esa plaza de opiniones que indudablemente tiene valor, el mexicano de a pie, el que batalla un día sí y otro también para ganarse el sostén de su familia, se mira al espejo y observa su particular realidad.
¡Carambas, no me alcanza la “lana”! Mis tarjetas están al límite, la colegiatura de mis muchachos – y las inscripciones, útiles, uniformes, gastos, etc. cada año están más caros; la cobranza está “del cocol”, las cuotas del celular están altísimas. Suma y sigue.
En medio de esta vorágine, desde hace meses el ciudadano ha sido bombardeado por todos los medios con mensajes electorales.
“Yo prometo; verás la recompensa; hay que cambiar; el sistema no funciona; vota por acá, vota por allá; cumple con tu obligación; tienes derechos”, y así, ad nauseam.
El tipo se pregunta:”Bueno y yo, ¿en qué orquesta toco?”.
Ahora ya no sólo son los acostumbrados medios, sino que ya se agrega el internet. Los “pop-ups”, las inefables redes sociales y todas las otras manifestaciones colectivas llenan las pequeñas pantallas. (De los casi 230 mensajes que recibe diariamente el escribidor, la mitad de ellos acarrean mensajes de tema político, subliminales algunos, degradantes otros).
“Vaya” piensa el individuo “ya faltan pocos días para que se termine la andanada, por fin, pero,¿Por quién voy a votar? Y lo que es peor: ¿Para qué?
¿Será que el carcamal de Jacobito tenga razón y diga que es un circo?
Es aquí donde interviene la conciencia cívica – o la carencia de ella.
Descartando el cinismo, ¿Sabes para qué sirve tu sufragio?
¿Tu voto cuenta e influye? ¿Vas a votar por “el menos malo” o por quien “te caiga mejor”? ¿Servirá tu voto para tener un poco más de libertad tanto jurídica como financiera? Quien se lleve tu elección, ¿tendrá verdaderamente la intención de contribuir a mejorar a nuestro México?
De promesas y encuestas no salen los números fundamentales. Fallan las cuentas.
“No. No me voy a dejar llevar por tendencias o emociones ajenas. Con todo el bagaje de información – y desinformación – que llevo, tengo unas buenas horas para decidir si voto o no, y si lo hago, haré caso a mi conciencia cívica, me haré presente. Voy a probarme a mí mismo que la tengo y que valoro a mi persona como un ciudadano más de mi México”.
A ver si es cierto…
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