SARA SEFCHOVICH PARA ENLACE JUDÍO
El voto, nos dicen, es la forma por excelencia de la democracia, pues se supone que la vía electoral es la que de manera civilizada conduce a que gobiernen aquellos a quienes la sociedad prefiere. Por eso Cuauhtémoc Cárdenas dijo hace algunos años que “El voto es el instrumento fundamental para cambiar al país”.
Sin embargo, por el modo como está concebido el juego político en México, este se limita a poner una marca sobre el logotipo de un partido, como si las elecciones no fueran sino una gran encuesta de opinión pública, en la que los ciudadanos nada tenemos que ver ni con la configuración de las candidaturas ni con la conformación de las reglas. El voto entonces no es una apuesta a que las cosas sigan igual o a que cambien, sino solamente una convalidación y legitimación de lo que otros decidieron de una manera que no nos incluye.
Tal vez por eso ha sido tan alto el abstencionismo en nuestro país. Según un estudioso del tema, en elecciones presidenciales, nadie ha ganado con más de 60% de votos y ha habido casos en que esa cifra no ha sido mayor de 30%, desde hace muchos años ningún gobernador ha ganado con mas de 20% de votos del total del padrón y hay casos de elecciones legislativas, como las de 2003, en que 58% de ciudadanos se abstuvieron.
Y tal vez por eso también, incluso quienes sí creen en el voto como instrumento, han preferido anularlo. En las elecciones legislativas ya mencionadas de julio del 2003, más de dos millones anularon su voto premeditadamente y en esta ocasión, hemos visto circular ampliamente una propuesta para hacer lo mismo.
La razón de esto es que las elecciones solo son (y solo deberían ser) una parte de la democracia. El ideal democrático es más amplio y exige otras cosas. La primera, “una ciudadanía atenta a los desarrollos de la cosa pública, informada sobre los acontecimientos políticos, al corriente de las principales cuestiones y comprometida de manera directa o indirecta en formas de participación” afirma Giacomo Sanni. Y además, una clase política capaz de adecuar a las instituciones, a las leyes y a los modos de funcionamiento del sistema y del ejercicio del poder a las nuevas realidades con sus nuevas necesidades, y capaz de negociar las diferencias y conseguir los acuerdos.
Hoy estamos otra vez en elecciones. Digo otra vez porque parecería que siempre lo estamos. Como escribe Carlos Martínez Assad, “Un ciudadano mexicano debe emitir en un periodo de seis años votos para elegir a cuando menos diez personas que lo gobiernan o lo representan: 1. el presidente de la República, 2. El gobernador de su estado, 3. los senadores, 4. dos veces los diputados federales, 5. dos veces los diputados locales, 6. dos veces los ayuntamientos. Si además se trata de un militante de partido tendrá una elección para quien lo dirija, si es trabajador, profesor o estudiante, tendrá una elección sindical, como padre de familia tendrá la elección de la mesa directiva de la escuela de sus hijos y como habitante de alguna unidad habitacional o condominio, la de la directiva. Millones de mexicanos participan en cerca de cinco mil elecciones nacionales y locales cada sexenio, pues hay poco más de tres por día en el país.”
Así que una vez más, hemos escuchado promesas, leído frases de campaña pintadas en los muros y visto sonrisas colgadas en los postes, todo con tal de que vayamos a la casilla que nos corresponde y pongamos una marca sobre un logotipo que le permitirá a un partido gobernar y a unas personas sentarse en chambas.
Hoy nuestras opciones pueden resumirse así: hay tres proyectos, el del PAN, que mostró una idea de México poco articulada, sin elementos para dar respuesta a los problemas serios del país y que pone a la familia y a la mujer en el rol más tradicional como si la sociedad mexicana no hubiera cambiado; el del PRI, que propone medidas que apuntan hacia la modernización y la resolución de problemas y cuellos de botella en la vida nacional, aunque lo hace sobre las mismas bases e incluso con las mismas gentes con las que se la construyó anteriormente; y el del PRD que quiere un cambio total en la manera de gobernar y en las prioridades.
Cada uno de esos proyectos cree saber “lo que es mejor para el país” y las diferencias entre ellos enfrentan y dividen a la sociedad de tal manera, que pueden llevarnos al caos. Evitarlo me parece que es hoy por hoy lo más importante.
Pero no es fácil. Porque hay dos maneras de entender y ejercer lo que significa hoy ser ciudadano: la que conserva los rasgos corporativos de la cultura política del siglo XX y la modernizada, que surgió en el último cuarto de esa centuria y en la cual personas individuales toman sus decisiones. La ciudadanía que así lo entiende es la que considera que hay que respetar los resultados de las votaciones y de las decisiones (en caso de desacuerdo) de los tribunales especializados. La otra no, porque después de años de vivir en el país de mentiras en que hemos vivido, tiene gran desconfianza hacia las instituciones y las personas y por eso hay quienes pretenden descalificar todo: desde las encuestas hasta la capacidad del IFE para llevar a cabo la elección con legitimidad y confiabilidad.
Hay sin embargo un punto que hace diferentes a las elecciones de este 2012: que ellas se realizan en un país que está viviendo un momento dramático, en el que lo que está en juego es muy grande: nada más y nada menos que su sobrevivencia como un lugar en el que se pueda vivir.
Ello exige antes que otra cosa elegir a un gobernante capaz de terminar con la inseguridad, tanto la que se genera por la delincuencia organizada como por la delincuencia común y también por los que se aprovechan de la situación. Y a un gobernante y unos legisladores que sean capaces de llevar al país a crecer y a conseguir que los beneficios de ésto lleguen a todos los ciudadanos.
Y esto es lo que quién sabe si seremos capaces de lograr.
En mi opinión, valdría la pena darle la oportunidad a un cambio, a intentar un gobierno diferente, que se oriente a la justicia social. Pero si la mayoría decide en las urnas que prefiere apoyar otro proyecto, habría que respetarla, porque lo principal que necesitamos es la paz. Eso es lo que urge y ese es el desafío de estas elecciones.
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