LUIS RUBIO/REFORMA
Para Bismarck, el gran canciller alemán, “nunca se miente tanto como antes de las elecciones, durante la guerra y después de la cacería”. La tarea del ciudadano en un día de elecciones como hoy es la de dilucidar entre propuestas, imágenes y… mentiras. Todo se vale en una contienda y la que hoy concluye no fue excepción. Ahora viene el momento de la responsabilidad ciudadana.
Los candidatos hicieron su tarea y hoy le toca al ciudadano optar. Como hace seis años, en los últimos días se ha intentado generar un ambiente de descalificación de los procesos electorales. A diferencia de entonces, hoy las encuestas arrojan números muy distintos que le confieren una mayor confiabilidad al ejercicio democrático. Los dos principales candidatos no ponen en juego la estabilidad económica como sí lo estuvo entonces. El avance en este frente es sólido y la amenaza de regresión en materia económica ha amainado tanto que no fue un tema relevante en la contienda.
Hoy la tesitura es distinta. Es entre el pasado y el futuro: reconstruir lo que funcionaba antes o construir una plataforma distinta hacia el futuro. La realidad es que, a pesar de los avances democráticos que efectivamente se han dado, estamos lejos de vivir bajo un régimen democrático consolidado. Los políticos no cumplieron con su responsabilidad de construir instituciones que, al darle solidez y predictibilidad a los procesos de toma de decisiones, eliminaran el riesgo de inestabilidad que siempre acompaña a las transiciones de gobierno. Con nuestro voto los ciudadanos debemos forzar a los políticos a que construyan las instituciones clave para el desarrollo, la estabilidad y el crecimiento acelerado.
De los tres principales contendientes que hoy se presentan ante el electorado, uno no ha dejado de amenazar con el desconocimiento de los resultados y el contingente de otro sueña con la restauración del viejo régimen. Ambas situaciones son emblemáticas de la inmadurez que sigue caracterizando a nuestra democracia. En las democracias consolidadas lo que se disputa es un pequeño cambio de enfoque que no pone en entredicho la vida cotidiana de la población o la estabilidad del país. Lamentablemente, las discusiones cotidianas en las últimas semanas revelan que estamos lejos de haber arribado al punto en el que eso sea cierto. El sólo hecho de que la estabilidad (o el riesgo del retorno del PRI) sea un tema de discusión es revelador en sí mismo.
Ante esto, la ciudadanía tiene que optar por la mejor opción, o combinación de opciones, que le confiera certidumbre respecto al futuro. El caso de la economía es ilustrativo: a pesar de que ésta ha ido mejorando de manera sistemática (2011 fue el año de mayor creación de empleos de toda nuestra historia), persisten disputas sobre la dirección que ésta debe seguir. En los planteamientos que se escucharon a lo largo de la contienda un candidato idealizaba el pasado, otro planteaba un retorno a lo que funcionaba y otro más ofrecía un replanteamiento hacia el futuro. Es decir, a pesar de que México estos días vive una de las mejores circunstancias del mundo en materia económica, la efervescencia es enorme.
Detrás de muchos de los planteamientos se encuentra la idea, muy arraigada, de que es posible y deseable reconstruir momentos emblemáticos del pasado (sobre todo los sesenta o los setenta, respectivamente). Una mejor alternativa sería hacer nuestra la ola de cambio que ha caracterizado al mundo en este medio siglo: realmente asirla y romper con los obstáculos que ha generado esta economía tan polarizada y contrastante donde una parte crece con celeridad en tanto que otra languidece sin rumbo ni oportunidad. Las diferencias aparentes pueden parecer pequeñas, pero se trata de una diferencia radical de enfoque y visión. La pregunta es cómo asegurar que se avance hacia la consolidación de una plataforma de crecimiento con igualdad de oportunidad para todos. El voto es un instrumento limitado, pero excepcional, para ello.
La disyuntiva en la elección de hoy reside en el para qué del gobierno y qué implica eso para el futuro del país. Es fundamental romper, de una vez por todas, con los impedimentos al crecimiento que persisten, muchos de ellos originados en ese mundo idílico de hace décadas que, como bien dijo Cervantes, nunca fue tal. Por eso es clave quién gane pero también quién quede en segundo lugar: porque determina la orientación hacia adelante o hacia atrás.
Yo no tengo duda: México tiene que ver hacia adelante, dejando el pasado en la historia. La clave del futuro no reside en restaurar sino en liberar y darle instrumentos al ciudadano -individuo, empresario, trabajador- para que pueda competir en un mundo globalizado donde la capacidad de agregar valor está determinada por la calidad de la educación (y su naturaleza), la funcionalidad de la infraestructura física y humana y las vinculaciones con el resto del mundo. El ciudadano tiene hoy la oportunidad y la responsabilidad de construir con sus votos los equilibrios que mejor contribuyan a lograrlo: votar diferente para presidente y para el legislativo.
En las décadas pasadas México abandonó el modelo económico introspectivo porque éste había agotado su viabilidad. Hoy comenzamos a ver los resultados de décadas de transformación y, por primera vez en mucho tiempo, el futuro se ve por demás promisorio. Este es el momento de dar el gran salto hacia el futuro.
La opción en esta elección es muy clara: regresar a lo que ya fue y no funcionó, o dar el gran salto, pero con clara conducción gubernamental, hacia el cambio que no acabó de cuajar en la última década pero que es necesario y, en buena medida, inexorable. Cada votante tendrá que determinar cuál es la mejor combinación que fuerce a los políticos a actuar.
Hace días expresé mi preferencia de candidato. La tarea del votante hoy es decidirse e ir a votar por quién pueda avanzar -y no tenga alternativa de hacerlo- para crear condiciones que hagan posible un futuro diferente. La responsabilidad del resultado será toda suya.
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