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jueves 21 de noviembre de 2024

2 de julio, el Día Después. Parte II

IRVING GATELL PARA ENLACE JUDÍO

La república de Facebook (y de Twitter, de una vez)

Las redes sociales son un medio de comunicación cuyos alcances definitivos todavía no hemos logrado explorar a fondo. Han venido a transformar nuestra realidad de un modo importante. Sin embargo, hay que aclarar que NO SON LA REALIDAD. Y eso es algo que, aparentemente, muchas personas no han entendido.

Para saber darle su lugar justo a Facebook, Twitter y demás redes sociales, especialmente en lo concerniente al proceso electoral, hay que tomar en cuenta dos hechos sobradamente demostrados: el primero es que sólo un 30% de la población en México tiene acceso a internet. Por lo tanto, el impacto de las redes sociales EN ESTE PAÍS sigue siendo limitado. El segundo es que internet ha venido a convertirse en un espacio dominado por los grupos de izquierda. La razón es simple: en México hay una frecuente queja de que los medios de comunicación en general (impresos, radiales o televisivos) están controlados por grupos favorables al “sistema”. Por ello, los grupos de izquierda han aprovechado al máximo los medios alternativos, y el principal es internet.

Demostrarlo es fácil: si hacemos una comparación de cuántas publicaciones denostativas de Peña Nieto se hicieron, será obvio que fueron más -y por mucho- que las que se hicieron contra López Obrador. Internet es un territorio favorito y dominado por la izquierda.

Aclaro: no me estoy quejando. Esta realidad no es buena ni mala por si misma. El punto es cómo se usa. Y en este sentido, creo que una gran mayoría de los simpatizantes de la izquierda o de López Obrador cayeron en un error elemental: confundir las redes sociales con la realidad.

Cierto: Facebook y Twitter tienen un gran poder de convocatoria. Gracias a ellos, movimientos como Yosoy132 pudieron volverse multitudinarios, o cierres de campaña como el de López Obrador en el Zócalo pudieron ser masivos como pocas veces se ve.

Pero eso NO ES LA REALIDAD. Una concentración de 46 mil jóvenes, o de 400 mil lopezobradoristas, de ningún modo reproduce lo que hay en un electorado de 79 millones de empadronados, de los cuales casi 50 millones salieron a votar el domingo.

Alguien me dijo, en estos días, que 40 millones de jóvenes garantizarían la derrota de Peña Nieto. ¿De dónde sacó este dato? De la falacia de que Yosoy132 representaba a TODA la juventud del país. ¿Y de dónde surgió esa falacia? Del hecho INDISCUTIBLE de que en las redes sociales Yosoy132 fue avasallador, y los otros movimientos que intentaron robarle espacio fracasaron.

Sí, en las redes. Pero en la calle, lo cierto es que Yosoy132 nunca fue, ni remotamente, el vocero único y exclusivo de 40 millones de votantes jóvenes.

Otro caso: toda la propaganda anti-Peña que hubo en las redes sociales, más todo el estímulo lopezobradorista que le acompañó, realmente hizo creer a muchos que el triunfo de López Obrador era un hecho. De ello, la lógica era deducir que un triunfo de Peña Nieto sólo era posible por medio de un fraude.

Falso. Nuevamente, es el mismo error: suponer que lo que sucede en la red es lo que sucede en la calle. Y lo que me sorprende es que no es noticia. No es un dato misterioso que yo haya descubierto anoche, cavilando bajo mis cobijas. Es algo que se estuvo diciendo repetidas veces en muchos lados, pero a lo que -aparentemente- poca gente le hizo caso.

El resultado inevitable es el desconcierto. Basta revisar Facebook o Twitter para corroborar que muchos NO ENTIENDEN qué es lo que está pasando, y empiezan a hablar de una supuesta imposición cuando lo único que sucedió es que un candidato tuvo algo más de 3 millones de votos que su contrincante (bien, podemos sentarnos a discutir lo de la coacción del voto, pero eso -en estricto- es otro tema).

Uno de los grandes retos que van a tener muchos izquierdistas (principalmente, los jóvenes) va a ser entender (ya lo saben, pero creo que todavía no terminan de asimilar todo lo que eso significa) que las redes sociales todavía están muy lejos de ser un reflejo preciso de la realidad. Y si quieren hacer campaña a favor de una tendencia o un candidato, tienen que basarse en lo que pasa EN LA REALIDAD, no en internet.

Lamentablemente, cometieron el mismo error de López Obrador hace seis años: descalificar sistemáticamente los únicos instrumentos de medición de lo que estaba sucediendo EN LA REALIDAD (las encuestas, aunque le moleste a muchos), y se dedicaron a regodearse con lo que veían en internet.

Algunos se atrevieron a hacer cosas parecidas a encuestas, pero no funcionó. Quienes lo quisieron hacer en la calle, porque no saben cómo elaborar un ejercicio demoscópico preciso y confiable. Y quienes lo hicieron en internet, porque nunca entendieron que internete es LO MENOS representativo de la sociedad mexicana en su totalidad.

¿Cuántas veces no me mandaron datos de encuestas hechas en Facebook, en donde López Obrador arrasaba a todos, y hasta podía convertirse en Emperador Galáctico? Y, literalmente, fue imposible hacerles entender que esa encuesta no servía un pepino. Incluso, me llegaron a mandar cosas que se llamaban algo así como “Hagamos la encuesta definitiva…”.

Hacer encuestas no es como preparar quesadillas. Se requieren métodos, técnicas, precisiones de nivel científico. Jamás vi ninguna encuesta promovida en internet que tuviera semejante rigor. Por eso, todos sus resultados fueron inexactos en extremo.

Pasó también en la vida real: cada rato me mandaban los resultados de los simulacros electorales en las universidades. Bien; dichos simulacros sólo ofrecían la tendencia de LAS UNIVERSIDADES, que distan mucho de reflejar el panorama nacional REAL.

Pero para estos jóvenes estimulados, nada era válido. Evidentemente, cayeron en otro error típico de estos casos, del que hablo a continuación.

Vísceras y política

Es bueno que la gente quiera participar en la transformación de un país, especialmente de uno tan complicado como México. Pero la política requiere de cabeza fría, y lo que más vi -especialmente en el lopezobradorismo- fueron vísceras.

Estoy de acuerdo en que es preferible esa visceralidad, que la inercia, frivolidad o incluso estupidez con la que muchos peñanietistas se conducían, de ningún modo es lo mejor que le puede pasar al país.

Pero entendamos qué es lo que hay que juzgar. No estoy intentando evaluar la calidad moral de ninguna actitud (aunque, personalmente, me gusta más la pasión visceral de los izquierdistas, que la frivolidad telenovelesca de muchos priístas -que no de todos, aclaro-).

Lamentablemente, la política es otra cosa, especialmente en épocas de elecciones. Aquí el asunto es quién consigue más votos, no quien tiene mejores motivaciones para publicar cosas en las redes sociales.

Enredados en su discurso autocomplaciente y apasionado, los lopezobradoristas no lograron convencer a la mayoría del electorado. Así de trágico para ellos, así de simple para la estadística. ¿Por qué? Porque no se pudieron COMUNICAR. Por medio de sus contundentes textos o imágenes donde criticaban un sistema y promovían una alternativa, no lograron comunicarse con una población acostumbrada al nulo rigor intelectual.

Naturalmente, Peña Nieto sí lo logró. Su imagen telenovelesca no es fruto de una imbecilidad acartonada, sino de una lógica estrategia para conectar con la mayor cantidad de gente posible. En ese sentido, la campaña de Peña Nieto fue un interesante ejemplo de eficacia comunicativa. Para los que se preocupan por cuestiones políticas más complejas, Peña Nieto se limitó a repetir lo mismo que repite cualquier político, pero con una actitud que ganó el interés y aprecio de muchos: siempre fue el mismo. Ante públicos complacientes o ante públicos agresivos, siempre se comportó igual. Y, alrededor de eso, a manera ornamental, su buen peinado, su pose televisiva, su cara de rating. Suficiente para convencer a dos sectores que, en términos simples, fueron mayoría el pasado domingo.

En contraparte, las “sesudas” críticas del lopezobradorismo y sus intentos de generar conciencia en los demás, fracasaron exactamente igual que siguen fracasando los grandes proyectos misioneros o educativos que quieren obtener resultados INMEDIATOS.

Y todo, porque en la izquierda hubo más víscera que cerebro frío.

La primera regla para transformar la realidad es entrar en contacto con ella y entenderla. Pero si, sistemáticamente, hubo una descalificación de los muestreos y encuestas que nos iban ofreciendo el retrato de esa realidad, el proyecto estaba destinado al fracaso inevitable.

Y eso es lo que estamos viendo.

Falta, naturalmente, la sesión de impuganciones y descalificaciones de índole legal. Como se dice en el argot político, intentar ganar en los tribunales lo que no se ganó en las urnas.

Personalmente, lo veo difícil. Las impugnaciones no suelen revertir resultados electorales, y menos aún cuando la ventaja es tan amplia (más de tres millones de votos). Pero espero que esta etapa que todavía nos falta superar nos sirva para poner sobre la mesa un tema importante: la inutilidad de muchas de nuestras leyes electorales.

Leyes electorales

Tenemos una legislación electoral fatal, generalmente construida sobre la base del miedo y el sabotaje.

Por ejemplo, se prohíbe que un gobernante haga promoción de sus acciones al frente de su gobierno, en los tiempos de campaña electoral. ¿La razón? Puede representar una ventaja para su partido.

Seamos directos: ¿cuál es el problema con eso? Si yo voté por alguien que llegó al poder, quiero saber qué está haciendo, para decidir si vale la pena que vuelva a votar por ese partido o no. En todos los países democráticos del mundo, los gobernantes pueden presumir su trabajo, y no se considera delito.

Peor aún: que no se le ocurra a un gobernante manifestar su abierto apoyo a un candidato. Pero, por favor: es obvio que un gobernante del PAN está con los candidatos del PAN (a veces no, pero esas son excepciones muy a la mexicana). La idea de que eso le da “ventajas” a un candidato es una tontería. Si le da ventajas porque el gobernante en cuestión está haciendo un buen trabajo y tiene la aceptación de la gente, es una ventaja que dicho candidato merece tener, porque la gente merece saber que se le puede dar continuidad a un buen trabajo.

Los particulares tienen muchas restricciones para intervenir en política. Hay prohibiciones respecto a contratar tiempos o espacios en los medios, y no se permiten las candidaturas ciudadanas. Eso es absurdo, inverosímil. De hecho, antidemocrático.

Peor aún: se intenta prohibir la “guerra sucia”, algo inevitable en todo proceso electoral. Lo tonto del caso, es que de todos modos sucede.

Se prohíbe también la “coacción del voto” (que también de todos modos sucede). Absurdo, porque el hecho de que una persona me agarre en la calle y me intente convencer por medio de argumentos abstractos, filosóficos o estadísticos que es mejor votar por un partido que por otro, es -al final de cuentas- un intento por coaccionar mi voto.

En realidad, lo simple es que las autoridades electorales dejaran que se hiciera de todo y por todos, siempre y cuando se definieran bien los límites para evitar la violencia. Pero si el PRI y el PRD quieren regalar despensas, que las regalen (al final del día, a mucha gente les hacen el día, porque mucha gente no va a volver a ver una despensa sino hasta la siguiente elección). Que repartan dinero, a ver quién lo hace mejor. Seamos honestos: de todos modos LO HACEN. No estoy sugiriendo que se haga algo nuevo. Sólo estoy sugieriendo que se regule lo que de todos modos sucede en TODOS los procesos electorales.

¿Insultarse? Que se digan de todo. Como si no estuviéramos acostumbrados. Si de todos modos cada quien tiene que decidir a quién le cree, no veo la diferencia. ¿Suponer que habría una invasión de guerra sucia si esta se permitese por la ley? Me parece imposible de imaginar. Más guerra sucia que la que vi en estos días, no creo que pueda haber.

¿Democratizar los medios? Eso huele a fascismo. El gobierno debería garantizar la plena libertad mediática, para que todos puedan tener una presencia allí. Intentar imponer un control en los contenidos de la televisión o los periódicos es, en contraparte, la puerta hacia el totalitarismo. El gobierno no tiene por qué meterse con lo que Televisa dice o deja de decir. Nadie, en realidad. Lo que se debe garantizar es que la población tenga ALTERNATIVAS para que escuche o vea lo que se le pegue la gana.

Lo único que tiene que garantizar la autoridad es que, el día de la elección, la gente pueda votar en paz. Si afuera hay gente con camisetas de uno u otro candidato, no importa, mientras la gente pueda encerrarse en el cubículo de la casilla y decidir sin que nadie lo moleste. Si su razonamiento se va a basar en quién le dio la mejor despensa, ni modo. Esa es su realidad, y eso no va a cambira implementando prohibiciones que de todos modos no se cumplen. Menos aún, predicando filosofía que de todos modos casi nadie entiende.

Se trata, sin más ni más, de capitalismo puro. Si queremos que la gente pueda considerar varias opciones, ni modo: hay que garantizar que exitan esas varias opciones. Libre mercado de ideas, de proyectos. Y, al final, garantizar que cada uno puede llegar a la tienda y comprar el refresco que se le antoje, sentarse en su casa ver el canal de televisión que más le gusta, ir al puesto de periódicos a comprar el tabloide que más le convence, y entrar a una casilla a votar en paz por quien su docta o ignorante cabecita le diga que debe hacerlo.

Una cosa me queda clara: la actual ley electoral no garantiza nada, absolutamente nada de esto.

Pasemos a conclusiones más concretas de todo este mamotreto.

La debacle del PAN

Creo que el partido que más ha perdido ha sido el PAN. Es evidente que llegó a un punto de agotamiento, y la gente ya no está muy interesada en lo que pueda ofrecer.

Ciertamente, la pésima campaña de Josefina en los primeros meses del proceso no ayudó. Pero su corrección posterior al segundo debate tampoco ayudó. Quedó claro, entonces, que el PAN ya no iba a ser escuchado, tuviera algo que decir o no. Hoy queda como tercera fuerza electoral, y tiene que empezar a reconstruirse desde abajo, desde su único bastión que todavía parece inexpugnable: Guanajuato.

López Obrador: un obstáculo para la izquierda

López Obrador volvió a conseguir un apoyo electoral muy similar al de hace seis años, alrededor de los 15 millones de votos. Está claro que NUNCA VA A OBTENER MÁS QUE ESO, y está claro que ESO NO ALCANZA PARA GANAR LA PRESIDENCIA.

Si la gente de la izquierda sabe leer el momento político, debe enfrentarse a ese problema añejo y a esa solución inevitable: López Obrador debe ser hecho a un lado, por lo menos como candidato a elección de lo que sea.

En realidad, eso lo tenían que haber hecho hace unos cuatro años, cuando López Obrador empezó a radicalizar su postura, y a poner en marcha el descontento que hizo que perdiera TODAS las elecciones en las que impuso a sus candidatos.

No lo hicieron. Los izquierdistas tuvieron miedo ir sin López Obrador, y prefirieron diseñar sus acciones a partir de los delirios de un hombre que no cree en la realidad, sino en “sus números” y “sus encuestas”, y que los ha llevado a un nuevo fracaso en la búsqueda de la presidencia.

¿Qué se hace ahora con sus mentiras evidenciadas? Estuvo diciendo que estaba arriba en “sus encuestas”, y ahora queda claro que era mentira. A él no le importa, naturalmente. Él está acostumbrado a que sus palabras pesan más que la realidad, por lo menos en sus seguidores.

Pero ahora es cuando los izquierdistas deben entender que López Obrador no los está llevando a ningún lado, sino al estancamiento político. Si quieren crecer, si quieren aspirar a ganar algo más de lo poco que tienen, otra vez están ante la misma urgencia: abandonarlo a su suerte.

Y allí va a tener mucho que ver lo que haga o deje de hacer Marcelo Ebrard.

A la expectativa de los movimientos de Marcelo Ebrard

Marcelo es un político que no me gusta. Y reflexionando sobre él, especialmente en esta coyuntura que fue el proceso electoral, creo que lo que no me gusta de él es su miedo. Le tiene pánico a la idea de una “izquierda dividida”, y por “lealtad” a la unidad de la izquierda se ha plegado a todas las tonterías que ha hecho López Obrador.

Si Marcelo se hubiera desligado del Peje hace cuatro años, ciertamente la izquierda hubiera llegado dividida a estas elecciones: López Obrador como candidato del PT y Movimiento Ciudadano, y Ebrard como el candidato del PRD. Pero también es un hecho que Ebrard y el PRD, sin López Obrador, hubieran hecho un mejor papel en las urnas. Incluso, viendo el nivel de declive que tuvo Peña Nieto en las preferencias, creo que hasta hubieran podido ganar.

Pero Marcelo no se atrevió. Le faltaron, en resumidas cuentas, agallas.

Marcelo tiene todo lo necesario para convertirse en el líder de la izquierda mexicana (pese a que no es muy izquierdista que digamos; en realidad, es un priísta bastante típico). De hecho, en un líder FUNCIONAL, que los lleve a ganar elecciones.

¿Alguien lo duda? En el DF se logró lo que no se logró en ningún otro lugar del país. Un triunfo avasallador (si la izquierda gana Tabasco, será por una cantidad ínfima de votos; en Morelos ganó por un margen bueno, pero discreto). Y es obvio que Mancera no ganó gracias a la popularidad de López Obrador, sino a la de Ebrard. De hecho, más bien podemos decir que López Obrador se benefició en el DF del efecto Ebrard-Mancera.

Está claro, entonces, que Ebrard puede iniciar su ruta propia. Pero mi duda sigue siendo si, como en los buenos mitos griegos, tendrá el valor de enfrentarse al destino inevitable: el parricidio. Tiene que hacer a un lado a López Obrador, o conformarse con ser siempre el segundón.

El Peje ha obtenido una votación muy similar a la de hace seis años. Eso, en un momento de genuina imprudencia, le puede hacer creer que tiene con qué enfrentar los próximos seis años, seguir en su absurda campaña permanente, y creer que puede ser el mejor candidato de la izquierda en 2018.

Si Marcelo quiere -y creo que debería querer- ser el candidato de la izquierda en la próxima elección, no tiene alternativa. López Obrador le estorba.

Y tampoco tiene por qué sufrir remordimientos de conciencia. López Obrador, en realidad, le estorba a la izquierda. Después de doce años en campaña presidencial (desde que asumió como Jefe de Gobierno del DF) no ha logrado una votación mayor a 15 millones (porcentualmente, conforma va creciendo el padrón, va siendo menor; en 2006 fueron el 35% de los votos; ahora, sólo el 31%; en 2018, una votación similar sería algo así como el 28%, y eso significaría otro sexenio perdido de manera absurda). Es obvio, entonces, que tiene que dejar el paso a un liderazgo más joven y con mejores condiciones de hacer crecer esos 15 millones de votos.

Claro, es López Obrador. Él tiene otros números, otra realidad. Depende, entonces, de los movimientos que haga Marcelo Ebrard. Si tiene las agallas para convertirse en el líder que debe ser, tal vez esté dispuesto a reconsiderar mi voto. Pero si sigue siendo medroso en este aspecto, dentro de cinco años me van a ver tan anti-ebrardista, como ahora he sido anti-lopezobradorista.

Un triunfo del PRI que ya estaba anunciado

El triunfo del PRI no debería extrañarle a nadie. Visto fríamente, era obvio: el desgaste del PAN y la imposibilidad de López Obrador para hacer crecer su campaña no dejaban otra alternativa.

A lo largo del sexenio, el PRI sólo fue derrotado en tres elecciones estatales, y eso por coaliciones entre el PAN y el PRD (algo así como si los Jesuitas fueran derrotados por una coalición entre el Opus Dei y el Protestantismo).

Actualmente, tiene el control de la mayoría del país, y su maquinaria electoral perfectamente aceitada y funcional. Ciertamente, el PAN y el PRD han intentado competir con el PRI en trampas e ilegalidades, pero en eso no hay maestro más maestro que el PRI (diríamos, como aquella vieja cumbia, que nadie sabe más, en materia de pescado, que el mismísimo pescado).

Las encuestas lo fueron señalando mes tras mes: pese a su ligero y continuo declive, Peña Nieto tenía suficiente ventaja como para llegar a una victoria cómoda este 1 de Julio. Sorprendentemente, PAN y PRD -más sus respectivas rémoras- no hicieron nada por evitarlo.

No podían. El PAN, por su inevitable desgaste. El PRD y sus ahijados, porque le apostaron a un candidato que ya dio lo que tenía que dar, y que lo único que puede ofrecer ahora es la exitación incontrolable de sus fans, pero nada más. Y eso no alcanza para ganar elecciones.

La realidad inmediata es que hemos despertado, y el dinosaurio allí sigue.

¿Quieren cambiar la realidad? Lo primero es admitirla, entonces. Y no me refiero a admitir la victoria de Peña Nieto. Me refiero a admitir que existen un montón de razones por las cuales la gente sale y vota por el PRI. Y, naturalmente, me refiero a que Facebook y Twitter no son México. Son redes sociales, con sus pros y contras, pero nada más.

Empieza otro sexenio, y con ello otro reto para la oposición. Para el PAN, el duro compromiso de regresar al exilio político, y empezar a comportarse como oposición responsable, a ver si puede volver a conquistar simpatías. Y la izquierda, a repetir el curso. No aprendió con la elección pasada, veremos ahora si aprende con esta.

De lo contrario, su destino seguirá siendo la mediocridad a la que ya se ha acostumbrado. Mientras, el PRI puede pasarse otras siete décadas en el poder, y sin necesidad de organizar fraudes.

Y, supongo, todos deseamos algo mejor para nuestro país: un lugar donde la sana y buena competencia política obligue a todos los actores a mejorarse, superarse, depurarse.

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