La mini cumple medio siglo

EL PAÍS

Quién más y quien menos tiene una mini en el armario. Hoy no provoca más conflicto que decidir si llevarla con zapato plano, medias tupidas o botines de tacón. Una situación muy diferente a la de hace cinco décadas, cuando su aparición sacudió los cimientos de la moda femenina. Durante la primera mitad del siglo XX, la falda se había ido acortando progresivamente. Los bailes y los deportes contribuyeron a que las mujeres enseñasen cada vez más centímetros de pierna; pero hasta principios de los sesenta no se había visto un largo de falda fijo por encima de la rodilla.

La falda corta compartía los lemas de la década: el culto a la juventud y el rechazo a la etiqueta formal y convencionalismos burgueses. Las nuevas generaciones ya no vestían igual que sus madres y la mini lo demuestra más que ninguna otra prenda. Junto a la recién estrenada píldora anticonceptiva espolea la liberación de la mujer. Tan optimista como rebelde, su simplicidad dio al traste con las cinturas estrechas, la ropa interior rígida y las complicaciones de la feminidad de antaño.

En el nacimiento de la mini hay que tener en cuenta dos caras de la misma moneda. Por un lado, está la diseñadora británica Mary Quant. Su boutique Bazaar, inaugurada en la londinense King’s road en 1955 desató la furia de los caballeros con sombrero que atacaban su fachada a paraguazos. ¿Su delito? Mostrar minis y medias de nylon en el escaparate. Quant pasará a la historia como la madre de la minifalda, quizás porque representaba la oleada callejera y hedonista procedente de Londres, que desprendía a la ropa de símbolo de estatus y dio la espada al espíritu envarado y el racionamiento de postguerra.

La diseñadora se inspiró en una antigua compañera de clase de claqué que llevaba un uniforme de faldita de tablas y medias negras bajo calcetines blancos. Esa lolita pulcra, patilarga y ojiplática de las fantasías de Quant encontró una mujer de carne y hueso en la modelo Twiggy, icono sesentero mutada en imagen de los grandes almacenes Marks and Spencer.

Si Quant defendía el espíritu democrático del Swinging London, en Paris André Courrèges desafiaba la sofocante elegancia de la época. En ese momento de cambios sociales el refinamiento de jaula de oro de la alta costura estaba quedándose obsoleto. El símbolo sexual de la época, Brigitte Bardot rechazó la propuesta de Coco Chanel de convertirla en una mujer elegante, alegando que la couture era para abuelitas.

Courrèges lo corrigió, poniendo patas arriba el mundo de los salones de costura. El ex ayudante de Balenciaga llevó la minifalda a las pasarelas, la combinó con botas altas y planas y las modelos tuvieron que aprender a desfilar de nuevo. El éxito de su corte recto y alejado del cuerpo molestó a los modistos consagrados como Chanel, que le acusó de desprender a las mujeres de las formas femeninas y convertirlas en chiquillas.

Mientras tanto en España, las cosas iban más lentas. “La llegada de la minifalda a la sociedad española fue algo paulatino” explica Concha Herranz, conservadora-jefe de Indumentaria del Museo del Traje. “El cine -el que se veía fuera o el que cruzaba nuestras fronteras- y la TV fue acostumbrando la retina y facilitó la introducción de la minifalda” La victoria de Massiel en la edición de Eurovisión de 1968 fue el hito que consagró la mini en nuestro país. La cantante rehusó propuestas de diseñadores españoles y viajó a París para llevarse (de la percha) su icónico minivestido de Courréges. Entonces ganar Eurovisión era una hazaña internacional y Massiel fue recibida en Madrid en un baño de multitudes.

Herranz apunta que el largo por encima de la rodilla del diseño no fue un detalle subversivo: ” El modelo de Massiel era comedido, naif, nada provocativo. Con el bajo de ondas corte evasé tenía aspecto de poupée, recordemos que lo vistió vísperas del mayo del 68. No chocó porque era un eslabón más en la cadena de cambios. Las mujeres de la alta sociedad ya habían subido el bajo. La Condesa de Montarco, por ejemplo, en 1968 se casó con un vestido corto y verde manzana de Elio Berhanyer. En el museo atesoramos un traje de novia minifalda y muy avanzado realizado por Cristóbal Balenciaga en1964 para María Fernanda Thomas de Carranza, casada con el famoso pintor español José Caballero que muestra la rabiosa actualidad de la minifalda asumida el círculo de intelectuales y artistas, tan solo un año después de su lanzamiento en Londres y París”

En los setenta el largo del dobladillo volvió a caer, eran tiempos convulsos política y económicamente y se buscaba desmarcarse de la ingenuidad y el entusiasmo de la década anterior. En los años ochenta la mini volvió a hacer su aparición como vehículo para lucir el culto al cuerpo. Desde entonces ha estado sujeta a vaivenes pero se ha afianzado como en un clásico del armario femenino.

“A pesar de que en algún momento esté demodé, la conquista de la minifalda nunca se ha perdido” observa Herranz “Siempre permanecerá un recuerdo de todo lo que representa. Aunque nos quieran tapar, siempre nos vamos a revolver y enseñar las piernas porque nosotras podemos, un poco recordando la filosofía del desfile informal del lanzamiento de la minifalda que Mary Quant hiciera en Bocaccio con el lema “Queremos ser lo que somos”.

Las tendencias de la próxima temporada proponen faldas que ocultan la rótula, ajustándose a la teoría que considera que en tiempos de vacas flacas el largo se incrementa. Mark Fast considera que no son tiempos para largos imperantes: “La gente está -o debería estar- más interesada en la calidad de la ropa y en que dure” El diseñador canadiense afincado en Londres recibió una semi-reprimenda de la temida profesora de Saint Martins Louise Wilson por presentar vestidos de punto excesivamente cortos “Me resulta chocante que se sacrifique la calidad en aras de la silueta de cada temporada. Hay que invertir en un look clásico que esculpa tu cuerpo y te haga sentir bien”.

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