LETRAS LIBRES
EL REGRESO DE IBRAHIM
¿Qué tan grande es la comunidad musulmana de Chiapas? ¿Cuál es su origen? ¿es integrista? ¿Representa algún peligro? ¿Cuál es su vínculo con los misioneros españoles de Granada? ¿Y cuál con la grey católica de San Juan Chamula?
Este es el día. Ojos temblorosos y expectantes tras una pared de cristal buscan la llegada de un hombre llamado Ibrahim. Nerviosas se asoman sus miradas dejando huellas de sudor en el pulcro cristal. En el Aeropuerto Internacional de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, las multitudes viajeras arriban de destinos lejanos. Entre ellas, la figura mítica del joven que todos esperan de pronto se hace presente. Los abrazos se desatan explosivos mientras que el regocijo colectivo ahoga la mecánica y monótona voz que anuncia la próxima salida. El padre, Mohammed, y los hermanos Abdul-Haffid y Mustafah pronuncian entre lágrimas un “Alhamdulillah”, agradeciendo a Alá que ya está aquí. Por fin llegó Ibrahim.
Hacía cuatro años que Ibrahim Checheb había dejado las húmedas tierras de los Altos de Chiapas prometiendo regresar algún día a la tierra que lo vio crecer. Su familia, conocida como el clan Checheb, es el corazón de la comunidad musulmana más grande de México, la comunidad chamula musulmana de San Cristóbal de Las Casas, Chiapas.
Ibrahim representa también una figura “mesiánica”, en cuyo advenimiento hay puesta una enorme confianza. Su regreso significa para los musulmanes de Chiapas la esperanza de un mejor futuro, el fortalecimiento interno del grupo y una posible reunificación. Las expectativas de muchos están depositadas en él, un joven de veintinueve años de edad cuya vida está rodeada de mitos, augurios y la convicción colectiva de que se convertirá en el líder natural de la comunidad.
“Es una gran responsabilidad, da mucho miedo. La verdad es que si alguien más pudiera tomar mi lugar, yo se lo entregaría en un segundo; pero no lo hay, la gente me ha escogido a mí”, dice Ibrahim Checheb.
Llega el mensaje de Alá a Chiapas
La historia de Ibrahim y la de la familia Checheb nos embarca en un viaje que zarpa dos décadas atrás. En aquel entonces, la región de los Altos de Chiapas recibió la llegada de dos hombres andaluces que transformaron las vidas de decenas de familias indígenas mexicanas. Fueron estos hombres, figuras conquistadoras, los portadores de una “verdad” espiritual y religiosa buscada con fervor por los chamulas tzotziles durante largos años. Esta “verdad” reconocía a Alá como su único Dios y a Mahoma como su profeta.
En el año de 1994, en la localidad de Guadalupe Tepeyac, situada en medio de la imponente y frondosa Selva Lacandona, un andaluz de tez blanca y barba espesa, Aureliano Pérez Yruela, usurpó la identidad de un periodista para adentrarse en el municipio de Las Margaritas, entrada a los centros neurálgicos de la comandancia del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Aureliano llegó a Chiapas movido por el afán de acercarse a los altos mandos de la comandancia del entonces enardecido EZLN.
Introduciéndose en las guaridas de los indígenas zapatistas, Aureliano buscó establecer contacto con el movimiento revolucionario siguiendo las órdenes del jeque Dr. Abdalqadir as-Sufi,líder y fundador del Movimiento Mundial Murabitún,[1] al que Aureliano pertenecía.
Se suscitaría después una seria y ambiciosa propuesta. Aureliano, a nombre de los murabitunes, invitaba al EZLN a adoptar el islam como bandera de lucha de los campesinos indígenas que se cubrían el rostro para que México y el mundo los volteara a ver. A través de una carta invitó al movimiento a la conversión y adopción del islam como sistema social, lo cual significaba una transmutación de todos los valores como clave para la liberación. Aureliano Pérez no solo afirmaba que la lucha por la liberación de los pueblos debía hacerse bajo la bandera del islam sino que acusaba al cristianismo de ser un enemigo esencial de la condición natural del ser humano. En una carta dirigida al EZLN en 2004, Pérez explicaba:
“La situación no puede ser resuelta bajo la bandera del cristianismo, porque es bajo la sombra de sus cruces, vírgenes, torturas y confesiones que se ha generado en Chiapas y en todo México la situación contra la que os habéis levantado en armas”.
La ausencia de respuesta encrespó los ánimos de Aureliano Pérez, después conocido como Mohammed Nafia, primer emir de la comunidad musulmana de San Cristóbal de Las Casas. Pero tomaría más que una negativa para que los ánimos de Nafia desistieran de aquello que su conciencia le dictaba como una misión divina. Poco a poco, y siguiendo los pasos del andaluz, otras familias dejaron la Sierra Nevada de Granada para llegar a tierras mexicanas. Y en medio de las calles atiborradas de templos de cuanta denominación religiosa es posible imaginar,[2] entre casas de madera y hojalata de familias de indígenas expulsados de los parajes de San Juan Chamula, los españoles musulmanes lograron introducirse para formar parte del crisol ideológico que es San Cristóbal de Las Casas.
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