ARNOLDO KRAUS/EL UNIVERSAL
Los paradigmas, dentro de un marco lógico y ético, suelen, pueden y deben cambiar. “Ejemplo o ejemplar” es una de las definiciones de paradigma. Lo que hace años era ejemplar, “educar” por medio de golpes o someterse a los dictados sordos de algunos religiosos ha dejado de serlo. Décadas atrás, en medicina, buena parte de la investigación se sometía al viejo paradigma, “enfermedad en busca de medicamento”, principio reescrito en la actualidad por uno más lucrativo, “medicamento en busca de enfermedad”.
Modificar las indicaciones de viejos fármacos y buscar nuevas patologías para vender más sin que existan sustentos científicos es amoral. La multimillonaria GlaxoSmithKline (GSK), tercera a nivel mundial en el ramo farmacéutico, cambió años atrás las indicaciones de los antidepresivos Paxil y Wellbutrin para incrementar sus ganancias. Por esa razón, a principios de julio, el gobierno de Estados Unidos multó a la compañía. La multinacional británica deberá pagar 3 mil millones de dólares por incurrir en prácticas inadecuadas, cifra no astronómica como la ha considerado la prensa si se tiene en cuenta que sólo en 2010 las ventas de GSK, fueron, aproximadamente, 15 veces más.
La farmacéutica británica no es la única responsable de alterar el orden de las palabras de los paradigmas. El tejido y los cómplices son vastos. Los médicos, por aceptar regalos, participar en estudios seudocientíficos sin cuestionar la calidad del protocolo y prescribir sin conocer con precisión los efectos terapéuticos y adversos del fármaco; las agencias federales de salud por hacerse de “la vista gorda” al permitir que los medicamentos se receten para patologías no incluidas en las indicaciones originales y algunas publicaciones médicas por no exigir que los investigadores comuniquen, desde el inicio, pero sobre todo después, los efectos adversos de los fármacos.
Con Paxil y Wellbutrin, GSK y sus aliados alteraron el orden de las palabras.
“Medicamento en busca de enfermedad” generó ganancias por millones de dólares, viajes en avión en primera clase y hospedajes en hoteles de lujo a costa de la credulidad y la salud de los enfermos. A la indicación original, antidepresivos, la farmacéutica agregó obesidad, adicciones, ansiedad, disfunción sexual, desorden de hiperactividad y permitió que se prescribiesen a menores de 18 años cuando los fármacos sólo se habían probado en adultos. Se desconoce el número y el tipo de efectos adversos en la población que utilizó sin razón científica Paxil y Wellbutrin. A GSK se le acusa de haber ocultado información; desde 2004 se sabía que el Paxil en niños y adolescentes producía ideas suicidas.
El sueño de cualquier farmacéutica consiste en ampliar las indicaciones de sus medicamentos. Abarcar más enfermedades es sinónimo de más enfermos; más enfermos es sinónimo de mayores ventas. Esa política no es privativa de GSK. Transformar el sueño en realidad significa difusión masiva en los medios de comunicación. Y agrego: el exorbitante costo de algunos medicamentos se debe a que las farmacéuticas destinan casi 30% del precio del fármaco en campañas publicitarias.
A los cómplices antes señalados —médicos, agencias de salud y algunas revistas médicas— deben agregarse la televisión y la prensa escrita. ¿Es adecuado promover medicamentos en la televisión?, ¿es correcto inducir a los televidentes a buscar e ingerir medicamentos por sus supuestos efectos mágicos? En el rubro de la publicidad las farmacéuticas son campeonas: los sueños guajiros no existen. Existen las ventas, existen las personas, sin importar si son sanas o enfermas.
La industria farmacéutica, gracias a sus aliados incondicionales, médicos y publicistas, ha modificado el concepto de salud. Ha logrado que las personas sanas se transformen en enfermos, que los poco enfermos enfermen más, que algunos factores de riesgo —osteoporosis, hipercolesterolemia— se conviertan en enfermedad, que condiciones asociadas al oficio de vivir —calvicie, disfunción eréctil en la vejez, menopausia— se consideren patología y que algunos síntomas —dolor de abdomen— se transformen en enfermedad. Esas modificaciones en el concepto de salud son logros de farmacéuticas y fuente de grandes ganancias. A esa trama se le denomina en inglés disease mongering —urdir o inventar enfermedades—; en lenguaje cotidiano se le denomina falta de ética.
Algunas conductas de las farmacéuticas son amorales. Sobran casos de mala práctica e incumplimiento de normas éticas. De no frenarse la complicidad entre farmacéuticas, médicos y medios de comunicación, en los próximos años no habrá personas sanas. La industria farmacéutica tiene derecho de modificar sus paradigmas cuando la ética es el motor. No tiene derecho cuando vender más sin cuidar al enfermo es el leitmotiv.
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