Ni sí, ni no

 

ARNOLDO KRAUS PARA ENLACE JUDÍO

A Guillermo siempre le apasionó leer artículos sobre ciencia y salud. Buscaba fuentes fidedignas, no leía en cualquier lugar. El placer de saber y la necesidad de mantenerse al día eran sus motores. Informarse era obligatorio para replicar y evitar las constantes molestias de sus amigos quienes lo acusaban de supersticioso y taciturno.

-Leo sólo en sitios conocidos, en revistas con largas trayectorias, o en las páginas que mis amigos académicos, profesores universitarios, me recomiendan. No soy “del montón” ni leo información amarillista, sé distinguir, no creo todo lo que dicen, ¡faltaba más!, nunca leo Hola, ni los incontables libros o páginas dedicados a autoayuda. He leído mucho y de muchos. Quienes me acusan de supersticioso se equivocan. ¡Nunca hago el amor las noches de luna llena!

Ovnis, vida extra terrestre, medicamentos estimulantes del deseo sexual para hacer el amor con la esposa después de cuarenta años de matrimonio, terapia alternativa para no olvidar saldar los pagarés pendientes del cementerio, la vida nocturna de las arañas, los orígenes del cáncer y de los glaciares, el apareamiento con fines ecológicos entre peras y hormigas, y entre arroz y chapulines, eran entre otros, los temas predilectos de Guillermo.

Guillermo no era, como sucedía con sus padres, “particularmente” supersticioso. Pertenecía, más bien, a ese extraño grupo denominado “racionalista supersticioso”. Sabía diferenciar. No era lo mismo escuchar el diagnóstico de una gitana avezada que someterse a las predicciones del Tarot. Los “racionalistas supersticiosos” tenían la sabiduría suficiente para mezclar razón y superchería. Cuando debía prevalecer la primera, callaba la segunda; cuando la superstición no admitía dudas, vacilar era inútil.

Guillermo respetaba algunos consejos del saber popular. No pasaba por debajo de las escaleras, no tomaba el salero de la mano de otra persona, se persignaba cuando pasaba por el panteón (aunque fuese él israelita), y se jalaba las orejas (la izquierda más que la derecha) si escuchaba una mala noticia. Cuidaba esas reglas pero hacía caso omiso de otras. Sí se embarcaba en martes, sí se había casado cinco martes, no evitaba cruzarse con gatos negros (según él, porque amaba a los siameses), y seguía hablando con su suegra a pesar de haberse divorciado veinte años atrás. Afirmaba, con vehemencia, combatir, cuando era necesario, la superchería con tendencias fanáticas. Gracias a los conocimientos adquiridos en revistas y en pláticas con amigos universitarios Guillermo sabía diferenciar; para él, había una distancia zodiacal entre razón y fetichismo (como palabra afín a superstición).

-Me interesa leer sobre infinidad de temas. Cada vez quiero saber más. Soy insaciable. Leo una cosa y esa cosa me conduce a otra cosa y así sucesivamente. Mientras pasan los años me doy cuenta que las cosas no acaban, son infinitas. Ahora, debido a mi enfermedad, busco información médica. Últimamente he estado muy enfermo. Tengo cáncer de pulmón con metástasis a hígado, riñones (los dos, aunque más el izquierdo), cabeza, páncreas (sólo en la cola), bazo e incluso en dientes y pestañas. Por esa razón la información médica se ha vuelto imprescindible. Me interesa sobremanera la influencia del zodiaco en las probables fechas del deceso.

Guillermo solía hablar sólo de lo que sabía. La mayor parte del tiempo, cuando se reunía con amigos, escuchaba. “Es de sabios escuchar”, gustaba repetir. Algunos compañeros lo consideraban muy listo. “Nunca habla por hablar, cuando lo hace, prestamos atención. Es una persona informada”, solía decir Gabilondo en representación de Uribe, Alcocer y otros más. “¿Será veraz la información de la BBC Health?, preguntó Gabilondo mientras sorbía su Yacult, “no sé, pero, los ingleses suelen ser muy serios, y, esa página, yo mismo la he leído, me parece muy buena, replicó Uribe, coca cola (light) en mano”.

Guillermo había leído una noticia, más bien extraña, pero de ninguna forma desdeñable. Su procedencia no admitía máculas: Suiza. Un grupo de investigadores suizos había encontrado que la posibilidad de fallecer el mismo día del nacimiento era elevada. Los helvéticos, serios como son, condujeron el estudio con sobriedad. Revisaron el día de la muerte en dos millones y medios de suizos, de pura sangre, cuyos decesos habían ocurrido entre 1969 y 2008. Sus hallazgos fueron sorprendentes: había 14% más de probabilidades de fallecer el mismo día del nacimiento. ¿Serendipia?, ¿realidad?, ¿estudio inadecuado?

Difícil saberlo. La hipótesis más correcta provenía de una agencia calificadora, quizás Moody’s. Esa agencia sostenía que el estudio había sido financiado por una compañía funeraria, cuyos intereses eran múltiples; amenizaban cumpleaños y vendían arreglos florales ad hoc, tanto para natalicios como para decesos (“había sesgo” dirían los científicos).

Los resultados del estudio eran intrigantes. No tanto por la calidad científica sino por las posibles hipótesis. La información había sido aprobada por algunos investigadores y criticada por otros. Los ingleses y franceses sostenían que el día del onomástico, el festejado suele consentirse y departir con amigos; algunos beben demasiado alcohol, otros consumen cocaína, manejan en estado de ebriedad y se convierten en su propia víctima. Los portugueses, sobre todo los seguidores de Pessoa, consideraron relevante el estudio, pues algunas personas, sobre todos los más añosos, cuando repasan su vida y la del mundo, se suicidan el día de su cumpleaños por tristeza, por melancolía o como protesta por haber nacido. Finalmente, los alemanes no confiaban en los resultados del estudio; para ellos, los registros helvéticos no eran, a diferencia de los archivos alemanes, confiables.

En el caso de Guillermo las conclusiones suizas eran “particularmente” críticas pues había un paralelismo entre su cumpleaños –faltaban sólo tres semanas- y la progresión de la enfermedad –el tumor había invadido su imaginación.
-Debo prever. No quiero dejarle ningún problema a mi hijo, les dijo a Gabilondo, Uribe y Alcocer, en su casa, mientras tomaban café. Debo también pensar en mis gatos. ¿Ustedes quisieran adoptarlos? No pretendo mandarlos a ningún Centro de Atención para Gatos ni pedirles que los atiendan. Faltan sólo tres semanas para mi cumpleaños y bien saben, queridos amigos, que mi tumor es sordo y avanza sin cesar. De ser veraz la información de los científicos suizos podría morir en tres semanas. Tres semanas es poco tiempo. Veremos. Sólo me queda orar y pedir. Hay dos posibilidades: o las conclusiones del estudio suizo son erróneas, o bien, que la última dosis de quimioterapia funcione.

Conforme pasaban los días y su cumpleaños se avecinaba, Guillermo se dedicó a buscar más información sobre las posibles coincidencias onomásticas entre nacer y morir. Se acercó a abogados, médicos, sacerdotes y chamanes, sin éxito. Nadie sabía nada. A la mayoría les pareció una hipótesis orwelliana, no científica. Hurgó con fruición en la BBC Health, en Radio Francia Internacional, en Scientific American y en las versiones online de Nature y Science sin éxito. Tampoco encontró datos en los archivos de la Embajada Suiza en México ni en las últimas películas de Roman Polanski.

Finalmente, desesperado, habló por teléfono con hermanos, primos, sobrinos y tíos para indagar las fechas en las cuáles había nacido y fallecido su parentela. De los cuarenta y cinco decesos cuyas fechas logró recabar con exactitud, ninguno había finalizado su vida el mismo día que había nacido ni nacido el mismo día que había muerto. Lo mismo sucedió cuando habló con Jorge Sánchez, encargado del Servicio Médico Forense, “pues no mi querido Guillermo, hemos revisado los últimos diez años de los clientes de mi Servicio y sólo en un caso, onomástico y deceso coinciden”.

-Lo del informe suizo debe ser un error, pensó Guillermo. Pasan los días, se acerca la fecha de mi cumpleaños y la muerte ni se apersona, ni habla, ni me busca. No sé, o el tumor está cediendo o los suizos de plano inventaron los resultados de su investigación (debe ser cierta la teoría de Moody’s). El día de mi cumpleaños seguiré los consejos de mi abuela Concha: “Cuando no quieras enterarte de nada, cuando no te interese saber si vives o has muerto, haz como yo. Duerme todo el día, y cuando se acerque la noche y nadie te vea, abandona el sueño, deja tu cuerpo en la cama y no dejes de hablarme. Te gustará pasar un rato conmigo. Recién me suscribí a las versiones online de Science, Nature y Swiss Health”.

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