FERNANDO PEIRONE/EL CLARIN
Fue el primer estudio empírico de la Escuela de Frankfurt. Fue la investigación que, de algún modo, permitió anticipar el nazismo y –en buena medida– salvar uno de los focos de pensamiento crítico más importantes del siglo XX. Fue la primera investigación que cruzó el marxismo científico y el psicoanálisis. Fue un campo de batalla de diversos personalismos intelectuales que terminaron frustrando su divulgación. En 1980, después de 50 años de oscuridad y poco antes de morir, Erich Fromm –su principal autor– autorizó su publicación bajo el título Obreros y empleados en vísperas del Tercer Reich. Un análisis psicológico-social . Treinta y dos años después de su aparición en alemán, y habiendo sido traducido hasta el momento, sólo al inglés, el italiano y el japonés, los lectores de habla hispana pueden acceder al único libro de Erich Fromm que aún no había sido traducido al español.
La investigación
A fines de la década del 30 del siglo pasado, Alemania era un torrente que arrastraba siglos de historia religiosa, filosófica, científica, estética, económica y política. El agrietamiento de los trabajadores en clases sociales con mentalidades bien diferenciadas, producto de la rápida industrialización de fines del siglo XIX, sumado a los golpes asestados por la derrota sufrida en la guerra, la caída de la monarquía y la corrosión moral desatada por la crisis política, económica y financiera, condicionaban la suerte de la endeble República de Weimar. La vieja e imprecisa Germania que desde Carlo Magno ocupaba el centro de Europa con vocación protagónica, había marcado el devenir del nuevo Occidente bajo la confluencia de nombres como Durero, Lutero, Leibniz, Kant, Beethoven, Goethe, Mozart, Hegel, Schiller, Marx, Wagner, Nietzsche, Dilthey, Weber y Heidegger; pero ahora se asomaba a su propio abismo.
Por entonces, los miembros del Institut Für Sozialforschung, más conocido como Escuela de Frankfurt, observaban que la miseria económica, lejos de acentuar la oposición anticapitalista en favor de los partidos socialista y comunista, esmerilaba la esperanza y exacerbaba la intolerancia, con una marcada tendencia en favor del disciplinamiento, la uniformidad y la búsqueda de un líder. Se preguntaban: ¿Tendrían la conciencia y la ideología predominio sobre el irracionalismo? Más: ¿cuántos entre los trabajadores y empleados alemanes eran combatientes confiables contra el avance del nazismo? El Instituto había sido fundado el 3 de febrero de 1923 por el argentino Felix Weil. Los fondos que su padre le giraba desde la pampa húmeda, producidos en una de las cerealeras más importantes del mundo (con filiales en toda Europa, una flota de sesenta barcos y más de tres mil empleados), había permitido que Felix y un grupo de hombres interesados en la teoría social, sortearan los rígidos canales del sistema universitario alemán y consiguieran la independencia financiera e intelectual necesarias para extender sus investigaciones académicas a los espinosos campos del marxismo, que aún estaba lejos de alcanzar el garbo de una disciplina científica reconocida. A partir de ese momento, la historia del movimiento obrero y los orígenes del antisemitismo se podrían estudiar con un rigor desconocido hasta ese momento por la academia.
Las primeras investigaciones, sin embargo, se abocaron fundamentalmente al análisis de la subestructura socioeconómica, bastante lejos de la disección radical de la sociedad burguesa que se habían propuesto. Recién en 1930, con la asunción de Max Horkheimer al frente del Instituto y la designación del joven Erich Fromm, como Director del Departamento de Psicología, se iba a abrir el interés a la superestructura cultural y el psicoanálisis con el objetivo de analizar las estructuras psíquicas de la sociedad y el “carácter autoritario”, como así también al estudio de los modelos de autoridad y su conexión con la familia. Una de las primeras tareas que anunció Horkheimer al asumir la dirección, fue precisamente un estudio de la mentalidad de los trabajadores, con la intención de enriquecer la perspectiva teórica con investigaciones empíricas.
Fromm, a cargo del proyecto, era un intelectual de izquierda, cultor de la relación entre Marx y Freud, y lo había hecho explícito tempranamente con La evolución del dogma de Cristo(1927), y más tarde –mientras se llevaba adelante la investigación–, con Psicoanálisis y política (1931), causando discusiones considerables en los círculos analíticos. Su formación psicoanalítica le permitió diseñar la investigación a partir de cuestionarios interpretativos orientados a dilucidar una caracterología de tipos freudianos. El universo: 3300 casos. La mecánica: 271 preguntas sobre tópicos conscientes presentadas a modo de asociación libre. El objetivo: abrir el acceso a la ideología y a los rasgos latentes de la estructura libidinal correspondiente a los diferentes estamentos socioeconómicos. Su interpretación, también en clave psicoanalítica, permitiría establecer el potencial autoritario de los obreros y empleados.
Este método, tanto como el posicionamiento teórico respecto del carácter social y la traspolación de la psicología individual al ámbito de los procesos sociales, por cierto que con el tiempo fue reconsiderado y hasta desechado de plano. Pero Fromm sostenía –y sostuvo a lo largo de su obra– que la sociedad era pasible de ser psicoanalizada como un individuo, lo que cambiaba era una cuestión cuantitativa y no cualitativa; con una salvedad: “en tanto que la investigación psicoanalítica se interesa principalmente en individuos neuróticos, la investigación sociopsicológica trabaja con grupos de gente normal”.
Los resultados
La primera etapa de la investigación puso de manifiesto un preocupante panorama social. Aunque la orientacción política de los trabajadores era preponderantemente de izquierda, el porcentaje de respuestas “revolucionarias” resultó bien bajo. Por ejemplo, ante la pregunta “¿a quiénes considera usted las personalidades más grandes de la historia?”, los encuestados se inclinaban por nombres que, aunque pertenecían a un arco ideológico de izquierda, eran elegidos por sus fuertes liderazgos. Del mismo modo, en la pregunta por la forma ideal de gobierno, la mayoría se pronunció a favor de un gobierno de izquierda, pero a la hora de tomar posición respecto del castigo corporal, hubo significativamente más respuestas autoritarias que antiautoritarias. Esto denotaba una actitud hacia el poder, propia del carácter autoritario de tipo sado-masoquista: admiración, disposición al sometimiento, desprecio por los derechos de los débiles.
El balance del primer análisis reveló que un 15% de los obreros y empleados tenía una estructura democrática asentada, un 25% presentaba un carácter completamente autoritario o con tendencia de tal, y una gran mayoría –alrededor del 60%– era gente cuyo carácter tenía una estructura formada por una mezcla de ambos extremos. El supuesto teórico era que los autoritarios serían “nazis” fervientes, los “democráticos” antinazis militantes, y la gran mayoría ni una cosa ni otra, pero justamente por su inconsistencia, en la medida en que se agudizara la crisis y el resentimiento, serían proclives a la obediencia y hasta la crueldad. Como años más tarde ampliaría Fromm en El miedo a la libertad –fundamentalmente sobre la clase media: “la angustia los lanzaría a un estado de pánico, convirtiéndolos en presa de un apasionado anhelo de sumisión y, al mismo tiempo, de dominación, con respecto a los débiles”. No eran pruebas, eran tendencias, pero las presunciones, tal como lo demostraron los hechos ocurridos entre 1933 y 1945, no eran desacertadas.
A partir de 1931, como una suerte de verificación, la situación sociopolítica de Alemania se volvería cada vez más hostil, hasta llegar al 13 de marzo de 1934 –un año después de la asunción de Hitler– en que el Instituto, considerado un verdadero nido de judíos y marxistas, fue registrado y cerrado por la policía. Pero el último de ellos, Leo Lowëntal, se había marchado al exilio una semana antes.
La emigración forzada hizo que se perdieran documentos valiosos de la investigación, y de los 1.100 cuestionarios respondidos hasta ese momento, sólo lograron salvarse 584. Ya en el exilio se siguió trabajando y elaborando conclusiones por algún tiempo, pero la idea de una psicología social era progresivamente abandonada. Horkheimer, que había compartido criterios con Fromm, modificaba su posición teórica y el sentido político del Instituto hacia objetivos más moderados y menos comprometedores. Se acercaba de este modo a Theodor Adorno, que desde siempre había dudado de la empresa por considerarla una forzada sociologización del psicoanálisis, típica de neofreudianos como Karen Horney –y en especial– el propio Fromm, contra quien siempre fue particularmente despreciativo por considerarlo un idealista y un optimista. Estas diferencias se profundizaron de un modo insostenible y en 1939, con la separación de Fromm, ya no se iba a poder acceder a la documentación y la continuidad de la investigación se vio frustrada para siempre. También se malograba la posibilidad de acceder al material y a sus conclusiones en un libro de acceso público.
El libro
Fromm se refirió a la investigación en innumerables oportunidades –fundamentalmente en El miedo a la libertad y en Sociopsicoanálisis del campesino mejicano , escrito a cuatro manos con Michael Maccoby–, pero siempre estuvo rodeada de misterios y leyendas. Se dijo que era imperfecta, que había cambiado la investigación cualitativa, que inauguraba un nuevo método interpretativo, que fue un botín devorado por los divismos frankfurtianos. Recién en 1980, meses antes de su muerte y a instancias de Wolfgang Bonß, Fromm autorizó la publicación de Obreros y empleados en vísperas del Tercer Reich. Un análisis psicológico-social ; cuando Horkheimer, Adorno y el resto de los miembros de entonces habían muerto. En América Latina, su publicación se conoció tardíamente. La noticia llegó en 1984, como un dato fronterizo de Fromm. Vida y obra , una biografía ilustrada escrita por su discípulo Rainer Funk. Esta edición en castellano producida en forma conjunta entre Fondo de Cultura Económica, la Universidad Nacional de San Martín y la Facultad Libre de Rosario, incluye el estudio preliminar que Bonß realizó para la primera edición en alemán y una introducción a cargo de Laura Sotelo, una de las investigadoras que más conoce la Escuela de Frankfurt en América Latina. Esta obra, dice Sotelo, es una pieza central de ese constructo multidimensional que fue la Escuela de Frankfurt y revela el horizonte intelectual con que sus integrantes partieron al exilio para desarrollar la teoría marxista en unidad con las ciencias sociales, el psicoanálisis, la filosofía y la investigación empírica, con aportes a la teoría social que aún siguen siendo ineludibles.
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