LETRAS LIBRES
Hoy Chiapas es un rompecabezas compuesto no solo por catorce grupos étnicos sino por una gran oferta religiosa. Según los censos oficiales, Chiapas ocupa el primer lugar en el ámbito nacional en diversidad de credos y es el estado con el menor porcentaje de población católica con un 58 por ciento (INEGI, 2000, 2010).
Estas religiones proliferan y colorean el ancho y el largo de todo el territorio chiapaneco, dando origen a un fenómeno conocido como “nomadismo religioso”, que refiere la conversión y el tránsito por diferentes religiones.
Entender los cambios religiosos de los indígenas en Chiapas como parte de estrategias que adoptan para su supervivencia es esencial para entender la existencia de la comunidad indígena musulmana en San Cristóbal de Las Casas. Y lo que es más importante reconocer: que los indígenas no católicos –ya sean evangélicos, pentecostales o musulmanes– no son cajas vacías donde se depositan ideologías extranjeras, sino dueños y estrategas de su propia historia.
La religión en el caso de Chiapas, como lo afirma Aída Hernández Castillo,[6] ha significado una verdadera estrategia y herramienta, dadora de identidad y creadora de nuevos imaginarios colectivos, en donde se nos demuestra cómo las identidades étnicas son construcciones históricas y no esencias milenarias.
Esta reflexión constituye un reto importante y necesario en un país donde hablar de grupos indígenas se reduce con frecuencia a moldes racistas y falsos estereotipos, en un país donde la diversidad no es realmente asumida ni comprendida como sinónimo de riqueza. Porque resulta que en Chiapas, desde hace mucho tiempo, se descubren y crean nuevas formas de ser indígena a través de luchas y procesos históricos. Porque la identidad étnica, tanto como cualquiera otra forma de identidad, es dinámica, se redefine y reinventa en el tiempo para mantenerse viva.
Creer en Chiapas
Quien visita los Altos de Chiapas encuentra muchas de las representaciones de fe que actúan como símbolos de una afirmación religiosa, de una concepción de la vida, del universo y de la realidad. Así, se respira en lo alto y a lo ancho del encantado Valle de Jovel lo que con punta de pincel Rudolf Otto en el siglo XX describía como mysterium tremendum et fascinans, recalcando así la naturaleza sui géneris de “lo sagrado”, que en estas tierras convive íntima y antagónicamente con lo profano.
Lo sagrado se encuentra en los cantos presbiterianos dentro de la Iglesia Evangélica Pentecostés Independiente Tzotzil, ubicada en el corazón del barrio de La Hormiga, o en un dikhra (plegaria colectiva para remembrar a Alá) realizado en la mezquita de techo de lámina de la comunidad musulmana de Molino de los Arcos. La fe está en las rodillas postradas sobre la juncia esparcida en el piso del templo de San Juan Chamula donde se recitan oraciones sincréticas, letanías y conjuros de humeante aliento con olor a posh (un aguardiente tradicional de los pueblos tzotziles hecho a base de maíz y caña de azúcar y utilizado con frecuencia en celebraciones religiosas). Fe revelada en la casa de adobe mojado y en el piso cubierto de paja donde Habiba, de ciento diez años, tras remover sus sandalias, se reclina mirando hacia La Meca, y con tiempo y paciencia realiza las postraciones para conectarse con su “único Dios” a quien llama exclamando: “¡Allahu Akbar!”
Habiba da entonces “el salto” al mundo de lo sagrado, optando por ese absoluto: Dios frente a la nada. El salto propuesto por Søren Kierkegaard responde a la angustia que condiciona la existencia humana, la de oscilar siempre como un péndulo entre dos polos –creer y no creer–, entre el absoluto y la nada. Habiba, quien como todo aquel que se decide a creer se sumerge en el mundo de lo sagrado, apacigua su angustia y experimenta el choque entre dos mundos, como la conmoción que experimentamos –ese salto al mundo de los sueños– al caer dormidos. Si “la fe es el salto mismo”, solo a través de nuestra libertad somos capaces de vivir ese momento íntimo con la verdad.
En la cima de una montaña hay una casa humeante de adobe levantada por las manos de un hombre que hoy suma ciento quince años de edad. La milpa seca rodea y esconde el fogón en donde una mujer sentada desgrana las últimas mazorcas que la cosecha les regaló. Desgranadas, las lanza al rojo vivo con la fuerza que sus ciento y tantos años de edad todavía le conceden.
El silencio abrumador, apretujado en la espera, es roto por una voz que con paso firme se aproxima: “¡Metik! ¡Metik!” La voz de un joven retumba en los oídos cansados de Habiba y su corazón salta. Habiba duda. ¿Será que de verdad hay alguien ahí? Sin poder responder, regresa a su dedicada tarea bajando la mirada hacia las brasas incandescentes, escondiendo la mirada en el denso humo. “Metik, soy yo, soy Ibrahim.” Cuidadoso, Ibrahim toca el hombro derecho de su abuela, despertándola de su rutina y sacudiendo de nuevo su corazón. “¿Ibrahim?”, pregunta Habiba. “¿Eres tú? ¿Ya regresaste?” “Sí, abuela, soy yo. He vuelto.” Los ojos de Habiba no lo creen y se inundan de lágrimas. “¿Eres de verdad Ibrahim? ¿Quién eres?”, pregunta sacudiendo su memoria y abriendo sus pequeños ojos con esfuerzo. “Soy yo, abuela. Soy Ibrahim. Tu nieto. He regresado para quedarme.” Habiba sonríe. “Tu abuelo, Suleimán, está allá adentro acostado. Solamente te espera a ti para poder decir adiós.”
[1] El Movimiento Mundial Murabitún es un movimiento islámico fundado en Inglaterra y trasladado más tarde a España por el jeque Dr. Abdalqadir as-Sufi, líder de la Tariqa Darqawi y mística sufi en la década de los ochenta. Es un movimiento compuesto en su mayoría por occidentales conversos y se caracteriza como un movimiento Da’wa que invita y difunde al islam en más de veinte países.
[2] Para ilustrar el fenómeno de diversidad religiosa en San Cristóbal de Las Casas al que nos referimos daremos el dato del antropólogo Gaspar Morquecho (2010), quien afirma que “en la colonia San Antonio del Monte con 1,866 habitantes, la mayoría expulsados de las comunidades de los Altos, había hasta hace un año once templos de diferentes denominaciones, incluida la católica”. La existencia de templos de diversas denominaciones en las colonias periféricas de esta ciudad es un hecho que sorprende: se pueden contar a lo largo de una misma avenida hasta diez templos diferentes.
[3] La shahada es uno de los cinco pilares del islam y significa “testimonio”. Consiste en “reconocer el islam como la vía a seguir” (webislam, 2011). Con la shahada, la persona se convierte en musulmán, en siervo de Dios, reconociendo que no hay más dios que Dios y que su profeta es Mahoma.
[4] Respecto a cifras sobre mezquitas en México, el especialista en islam en América Latina Zidane Zeraoui (2012) reitera la importancia de diferenciar entre el concepto de mesyid, que significa mezquita en árabe, y una musala: “La mezquita es una construcción específica para la oración, mientras que una musala es un espacio (departamento, garaje, casa, etc.) que se adecuó para la oración.” Además de la mezquita de San Cristóbal de Las Casas, en la colonia Molino de los Arcos, encontramos cuatro más: la mezquita Suraya en Torreón, Coahuila: la primera desde 1989 y la única asociación islámica registrada en Gobernación; la mezquita Dar as Salam en Tequesquitengo, Morelos, la cual es también un hotel halal que fundó Omar Weston; la mezquita sufi en la colonia Roma en el Distrito Federal y, por último, la mezquita salafi también en la ciudad de México. Se debe recalcar la existencia hoy día de numerosas musalas en diferentes ciudades del país como Puebla, Tijuana, Guadalajara, Monterrey, Morelia y Comitán de Domínguez.
[5] Cuando decimos que la amplia mayoría de la comunidad chamula musulmana comparte rasgos como la condición socioeconómica nos referimos a que la mayoría de estas familias están dedicadas a las mismas actividades económicas: el trabajo en las parcelas, el comercio y la carpintería. Además de que todas las familias se ubican en las mismas colonias de San Cristóbal de Las Casas, ya sea en Nueva Esperanza, La Hormiga o en Molino de los Arcos. Estas colonias son consideradas lugares de alta y muy alta marginación según cifras del Conapo (2010) y la Sedesol (2010). A pesar de que San Cristóbal de Las Casas es considerada una localidad con marginación media, la situación en la periferia es diferente.
[6] Cfr. “De la sierra a la selva: identidades étnicas y religiosas en la frontera sur” en Juan Pedro Viqueira y Mario Humberto Ruz (eds.), Chiapas. Los rumbos de otra historia, México, UNAM/CIESAS, 1995.
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