JOSÉ KAMINER TAUBER PARA ENLACE JUDÍO
Luis de Santángel nació en Valencia a mediados del Siglo XV. Su padre, cristiano de tercera generación, descendía de la poderosa familia judío-aragonesa que fue durante los siglos XV y XVI de las más ricas e influyentes de Aragón. Como otros muchos judíos de Calatayud, Daroca, Fraga y Barbastro.
Su familia había abjurado su primitiva fe cuando las prédicas incendiarias de Vicente Ferrer, impulsor del pogrom del año de 1391, iniciaron en el barrio judío de Valencia, continuando en Toledo consiguiendo de esta forma la transformación de la Sinagoga Mayor de Toledo en la Iglesia de Santa María la Blanca. Tras convertirse al catolicismo y cambiar de nombre, la familia se había instalado en Valencia.
En 1471 ya toma parte en el arriendo de la sal Luis de Santángel, el futuro escribano de ración, menor de edad. Por cierto no aparece al lado de su padre sino asociado con el doctor en leyes, Jaime Rossell.
La subida al trono de Aragón del príncipe Fernando, a quien en 1494 el Papa concedería el título de católico, no entibió sino al contrario, reforzó las relaciones de los Santángel con la Corona. Seguramente ya se conocían y se habían tratado desde mucho antes, y tenía Don Fernando muchos motivos para retener a su lado a los vástagos del fiel colaborador de su padre.
Como prueba de ello es que a los pocos meses de iniciar su reinado, el 12 de mayo del mismo año 1479, el rey, “en vista de la probada industria, fidelidad y moderación de Luis de Santángel”, le concede el nombramiento de una de las alcaldías de la Ceca de la Moneda de Valencia, cargo que desempeñará a beneplácito de Su Majestad. Y durante su primera visita como monarca a la Ciudad del Turia, a su hermano Jaime le agraciaba con otro empleo de mucha mayor categoría, honor y beneficio: el de escribano en la curia de Bailia General.
Luis de Santángel fue nombrado escribano de ración el 13 de septiembre de 1481. Su función principal en la Corte del Rey Fernando era la financiera; prestar dinero al Monarca, que este después le devolvería con cargo a diversas rentas.
El 20 de enero de 1486 Cristóbal Colón se presentó ante los Reyes Católicos en Córdoba, lugar donde por primera vez, muy posiblemente conoció a Luis de Santángel, personaje de la máxima importancia en la saga colombina.
El 17 de julio de 1491, el escribano de ración tuvo que comparecer ante el tribunal eclesiástico, acusado de judaizante. El Rey, sin embargo, consiguió salvarlo de la condena. A su vez, le debía su posición, su prestigio, e incluso la vida: de no haberle sacado Don Fernando de las garras de la Inquisición, no habría corrido mejor suerte que tantos de sus parientes.
De todos es bien conocida la eficaz ayuda que prestó Luis de Santángel, al descubrimiento del Nuevo Mundo. Su brillante intervención en pro de su amigo Cristóbal Colón, hizo que el primer viaje se pudiera llevar a cabo.
De su fortuna personal, y sin intereses, anticipó 1,140.000 maravedies, de la cantidad que los Reyes tenían que aportar a la empresa para armar la flota expedicionaria. En el Archivo de Simancas se conservan los originales de sus libros de cuentas, donde consta que el préstamo no se canceló sino al cabo de mucho tiempo con rentas castellanas, forma de reintegro que se adoptó siguiendo la línea marcada por los Monarcas de excluir a la Corona aragonesa de toda participación en los asuntos relativos al Nuevo Mundo.
Con relación a este asunto, Fernando Colón, hijo del Descubridor, en la obra ‘Vida del Almirante Don Cristóbal Colón’, relata: “Ya entrado el mes de enero de 1492, el mismo día que el Almirante salió de Santa Fe, entre aquellos a quienes disgustaba su partida, Luis de Santángel, anheloso de algún remedio, se fue a presentar a la reina, y con palabras que el deseo le sugería para persuadirla, y a la vez reprenderla, le dijo que se maravillaba mucho de ver que siendo siempre Su Alteza de ánimo pronto para todo negocio grave e importante, le faltase ahora para emprender cosa en la que tan poco se aventuraba, y de la que tanto servicio a Dios y a exaltación de su Iglesia podía resultar, no sin grandísimo acrecentamiento y gloria de sus reinos y señoríos; y tal, finalmente, que si algún otro príncipe la consiguiera, como lo ofrecía el Almirante, estaba claro el daño que a su estado se seguiría; y que, en tal caso, seria gravemente reprendida con justa causa por sus amigos y servidores, y censurada por sus enemigos. Por lo cual todos dirían después que tenía bien merecida tanta desventura; y que ella misma se dolería y sus sucesores sentirían justa pena. Por consiguiente, puesto que el negocio parecía tener buen fundamento, y el Almirante, que lo proponía, era hombre de buen juicio y de saber, y no pedía otro premio sino de aquello que hallase, y estaba dispuesto a contribuir a una parte de los gastos y aventuraba su persona, no debía Su Alteza estimar la cosa tan imposible como le decían los letrados. Y que lo que ellos decían que sería cosa censurable haber contribuido a semejante empresa en el caso de que no resultase tan bien como proponía el Almirante, era vanidad. Antes bien que él era de parecer contrario al de ellos y que creía que más bien serían juzgados como príncipes magnánimos y generosos por haber intentado conocer las grandezas y secretos del universo. Lo cual habían hecho otros reyes y señores, y se les había atribuido como gran alabanza. Pero aunque fuese tan dudoso el resultado, para salir de tal duda estaba bien empleada cualquier gran suma de oro. Además de que el Almirante no pedía más que dos mil quinientos escudos para preparar la armada; y también para que no se dijese que la detenía el miedo de tan poco gasto, no debía en modo alguno abandonar aquella empresa.
A cuyas palabras, la Reina Católica, conociendo el buen deseo de Santángel, respondió dándole gracias por su buen consejo, y diciendo que era gustosa de aceptarlo a condición de que se retrasara la ejecución hasta que respirase algo de los trabajos de aquella guerra. Y aunque a él le pareciese otra cosa, estaba dispuesta a que sobre las joyas de su cámara se buscase prestada la cantidad de dinero necesaria para hacer tal armada. Pero Santángel, visto el favor que le hacía la reina al aceptar por consejo suyo lo que había rechazado por el de otros, respondió que no era menester empeñar las joyas, porque él haría pequeño servicio a Su Alteza prestándole de su dinero. Con tal resolución, la reina envió en el acto a un alguacil de corte por la posta, para hacer regresar al Almirante.
El alguacil lo encontró cerca del puente de Pinos, que dista dos leguas de Granada, y aunque el Almirante se doliese de las dilaciones y dificultades que había encontrado en su empresa, informado de la determinación y voluntad de la Reina, regresó a Santa Fe, donde fue bien acogido por los Reyes Católicos; y luego fue encargada su capitulación y expedición al secretario Juan de Coloma, quien de orden de sus Altezas y con su real firma y sello le concedió y consignó todas las capitulaciones y cláusulas que según arriba dijimos había demandado, sin que se quitase ni mudase cosa alguna”.
La noticia de haber sido descubiertas tierras a Occidente del Océano se extendió por todas partes, no sólo en España y Portugal, que eran los países directamente interesados, sino en toda la Europa de entonces.
El primer comunicador de tan magnificas novedades fue el propio Almirante. Ya en su regreso del primer viaje, estando aun en la mar, escribió varias cartas de las que conocemos dos: la enviada a Luis de Santángel, (con la que iba otra para los Reyes, que se ha perdido.
“La Carta de Colón” es un documento importante de la Historia Universal donde encontramos el primer documento del descubrimiento del nuevo mundo.
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