Oriente Próximo después de Bachar el Asad


EL PAÍS

¿Cómo quedará Oriente Próximo una vez que la guerra civil siria provoque la caída del presidente Bachar el Asad, cuyo clan ha gobernado el país con puño de hierro durante más de 40 años? Teniendo en cuenta el reciente y dramático giro de los acontecimientos que impulsan a Siria hacia una nueva etapa, esta cuestión es inevitable.

El éxito del atentado con bomba contra el círculo íntimo de Asad, la propagación de los combates en el interior de la capital, Damasco, y hacia las fronteras con Turquía e Irak, y el creciente flujo de armas más pesadas y más precisas en manos de los insurgentes marcan el inicio de la fase final. Pero nadie debe albergar falsas esperanzas sobre el cambio que se avecina: el régimen de Asad no será sustituido por una democracia en la que se respete el imperio de la ley. Por el contrario, es probable que la era post-Asad sea aún más caótica y violenta, ya que los opositores al régimen tratarán de ajustar cuentas con los partidarios del mismo y estallarán conflictos entre los distintos clanes y comunidades religiosas.

Al igual que en otros países árabes, una tiranía secular será sustituida por la Hermandad Musulmana Suní que, en Siria, en proporción no menor a la existente en Egipto y Túnez, representa a la mayoría de la población. Pero, a diferencia de lo que ocurrió en Túnez y Egipto, el cambio de régimen será el resultado de una guerra civil. Asimismo, las influencias externas serán probablemente mínimas.

Lo que está claro es que el desplome del régimen de Asad tendrá consecuencias de gran alcance en el reparto regional del poder entre Turquía, Irán y Arabia Saudí, y también para los conflictos regionales, en particular a los que afectan a Palestina, al papel que desempeña Hezbolá en Líbano y al programa nuclear de Irán. Además, la caída del régimen de Asad tendrá consecuencias internacionales más amplias, debido a la alianza de facto entre Rusia y Siria.

La oposición radical a Israel siempre ha sido un pilar del régimen sirio, lo que ayuda a explicar la estrecha cooperación del régimen con Hezbolá, el aliado más cercano que tiene Irán en esta parte de Oriente Próximo, y con el propio Irán. Pero el cambio de régimen en Siria no va a cambiar los parámetros básicos de los conflictos que mantiene Israel con sus vecinos, concretamente, el conflicto relativo a la consecución de un Estado palestino viable y, de manera subyacente, el conflicto concerniente a la aceptación de la existencia de Israel, tema que es de fundamental importancia.

A pesar de su radicalismo, el régimen de Asad para Israel siempre fue predecible. Este régimen conocía cuáles eran los límites y los aceptaba. Por el contrario, la incertidumbre de hoy trae consigo, de manera peligrosa, el riesgo de que estalle una guerra regional, especialmente si se toma en consideración las grandes reservas de armas químicas que Siria posee. Una cosa es cierta: Israel tendrá que lidiar con más frecuencia con la Hermandad Musulmana, de manera particular, y con el islam político (suní), de manera general; y, por tanto, con un significativamente fortalecido Hamás (Hermanos Musulmanes palestinos). El conflicto árabe-israelí tendrá una carga religiosa cada vez mayor, lo que difícilmente facilitará que se llegue a un acuerdo. El impacto en Jordania, aunque hasta el momento sigue siendo impredecible, también tendrá gran importancia.

Al mismo tiempo, el desarrollo de los acontecimientos en Siria implica no solo riesgos. También trae consigo oportunidades para la región que deberían ser exploradas —aunque, de nuevo, sin albergar falsas esperanzas—. Después de todo, el cambio de régimen en Siria va a producirse a expensas de Irán y de Hezbolá, su aliado en el Líbano, y, por tanto, se podría reducir de manera significativa la influencia iraní en el conflicto con Israel.

En términos más amplios, Irán está perdiendo su único aliado en el mundo árabe aparte del Irak post-Saddam, y, por tanto, quedaría casi completamente aislado.

En su lucha por la hegemonía regional, Irán se enfrenta a dos poderes suníes de importancia —Turquía y Arabia Saudí—, así como al protector de dichos poderes: Estados Unidos; consecuentemente, Irán se verá perjudicado por una derrota estratégica, de la que le será difícil recuperarse.

Tanto la inminente derrota como el inminente aislamiento regional afectarán, también, a la posición que mantiene Irán en cuanto al tema nuclear. En términos puramente racionales, sería inteligente que el régimen se esforzarse seriamente en encontrar una solución negociada. No obstante, parece más probable que las fuerzas conservadoras radicales de Irán se aferren, cada vez más, al programa nuclear, a medida que la posición estratégica del país se debilite. De hecho, la esperanza que los líderes iraníes tenían de que la República Islámica terminara beneficiándose de la revuelta árabe en contra de las dictaduras prooccidentales está resultando ser un error, que en su momento pudo ser previsible. En cambio, los gobernantes de Irán ahora tendrán que enfrentarse seguramente a las consecuencias del despertar árabe que, tarde o temprano, también llegará a su puerta, ya sea de manera directa o indirecta.

Siria trae consigo una última lección: una alianza con Rusia, obviamente, ya no es suficiente para asegurar la supervivencia de un régimen. Las consecuencias estratégicas para el Kremlin también podrían ser profundas, debido a que la caída de Asad podría, desde un principio, condenar al fracaso la nueva política exterior de Vladímir Putin, que tiene como objetivo restablecer el poder ruso y su influencia global.

Por tanto, el resultado de la guerra civil de Siria tendrá consecuencias de gran alcance no solo para este país y su población, sino también para la política regional y mundial, siendo Irán el país que se verá más seriamente afectado.

Los líderes de Irán tienen que agradecer a George W. Bush, Dick Cheney, Donald Rumsfeld y a sus partidarios la alianza suscrita con Irak. En última instancia, sin embargo, dicha alianza no será suficiente.

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