RABINO MARCELO RITTNER / TIEMPO PARA VIVIR
Hace tiempo me habló un amigo desde Sao Paolo. Algunos de los asuntos que platicamos rápidamente fue la compleja situación socioeconómica. Me comentó la serie de huelgas que estaban enfrentando, y con el clásico humor latino finalizó: “¡Marcelo, sólo falta ahora que los rabinos también se declaren en huelga!” Después me quedé pensando en su comentario y me pregunté: “Huelga de rabinos, ¿por qué no?”
-¿Ustedes se imaginan? Ya veo los encabezados a ocho columnas: “Rabinos en huelga: tzures en la comunidad.”
Creo que sería la primera de este tipo en América Latina: también nos identificaría con el espíritu revolucionario y tercermundista de nuestra época. Claro, lo más difícil sería conseguir que todos los rabinos se sentaran a una misma mesa, y aún más difícil que estuviéramos de acuerdo…
Comencé entonces a imaginar y analizar la inocente propuesta de mi amigo. Supongamos que efectivamente se produjera esta huelga. ¿Qué sucedería?
Bien, los servicios religiosos tal vez no se verían tan afectados. Existen muchos laicos que íntimamente sueñan durante toda su vida poder ser rabinos, y ciertamente prepararían bellísimas prédicas. ¿Pero qué sería del bar-mitzvá o de bodas? ¿Bodas postergadas? Si bien no se inhibirían los jóvenes, no creo que los padres se quedarían conformes. Aún más: consideren los perjuicios que tendrían los concesionarios, fotógrafos, imprentas, salones de belleza, modistas, agentes de viaje. ¡Toda una industria sacudida por la huelga rabínica!
Los enfermos en los hospitales sufrirían por la falta de una visita rabínica o por el mi shebéraj para su pronta mejoría. Otras áreas podrían ser mencionadas.
Conclusión: una huelga rabínica traería muchas complicaciones, especialmente en ciertas épocas del año.
Ahora bien, ustedes se preguntarán si el rabino de Bet-El está a favor o en contra de la huelga. Y si está a favor, ¿cuáles serían las exigencias? Amigos lectores, definitivamente estoy a favor. Éstas serían mis exigencias: nada tan mundano como un aumento de sueldo, algo que sería un verdadero drama para el tesorero.
No: en primer lugar deseo una mejora en las condiciones de trabajo. Yo solicitaría por ejemplo, una reducción en la jornada de trabajo de los miembros de mi congregación.
Así, ellos tendrían la oportunidad de tener más horas libres para estar con sus familias, para disfrutar todas aquellas cosas que generalmente posponen por falta de tiempo. También, así tendrían más oportunidades de participar en la vida comunitaria, tantas veces relegada a la famosa frase: “Ay, rabino, me encantaría, pero no puedo.”
En segundo lugar, deseo el compromiso de mayor asistencia a los servicios religiosos. Algo así como un adelanto del 66%, divididos entre Shabatot por la mañana, días de Yom Tov y el olvidado minián diario. Es más: como rabino, estoy dispuesto a un acuerdo: 40% de aumento en este año y 30% el próximo. Cada uno asume individualmente esta propuesta.
En tercer lugar exigiría la eliminación de la shón hará, el chisme. Cada uno renunciaría voluntariamente a esta acción tan común y que tanto daño hace.
En cuarto lugar, me gustaría que cada asociado de mi sinagoga se especialice en una mitzvá. Cada uno debe asumir una mitzvá y practicarla, con amor y devoción, además con regularidad.
¿No sería maravilloso que esto sucediera? Podrían visitar un enfermo, ayudar a gente de la tercera edad a que no esté tan sola; dar una mano a quien nos necesita, porque al hacerlo seremos mejores personas y seres humanos más completos.
Creo, en fin, que no son exigencias demasiado complicadas. Siento que, con buena voluntad, puede evitarse una huelga rabínica. Cada uno tiene la posibilidad de dar algo de sí mismo, de participar, y estoy seguro que cuando acepten estas cuatro propuestas, sin mucho regateo, tendremos una congregación más sana, más unida, más madura.
Ayude a su rabino a evitar una huelga. Asuma su parte de compromiso en la tarea de participar juntos Tikúm olam, de hacer de esta tierra un lugar mejor.
Hay una bellísima b’rajá en el Talmud, en Masejet B’rajot y reza así: Cuando Rabí Hyia terminaba de rezar, acostumbraba agregar: “Sea tu voluntad, Señor nuestro Dios, que la Torá sea nuestra principal preocupación, y que nuestros corazones no estén endurecidos, ni nuestros ojos son visión.”
Que así sea.
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