Fiesta y emoción colmaron el Ángel de la Independencia

EXCELSIOR

12 de agosto 2012-Desde las 11:00 horas del sábado, el Ángel de la Independencia retumbó.

La tensión terminó al minuto 90 de la final olímpica cuando Oscar mandó su cabezazo por encima de la portería de Corona.

Los pequeños grupos de aficionados que había en torno al Ángel agrupados en torno a televisores portátiles en puestos de tamales, de dulces y de periódicos, gritaron cada anotación del ídolo emergente, Oribe Peralta.

Lo mismo ocurría en cada casa, pero también en cada restorán, cervecería, cantina, que abrió temprano para recibir a los parroquianos que deseaban sentirse cobijados por otros dispuestos a sufrir.

Al silbatazo final, decenas de personas reunidas en torno al Ángel lanzaron un alarido para luego dirigirse desaforados a gritar, a correr en torno a la Columna de la Independencia, con sus camisetas verdes y enarbolando sus banderas.

A partir de ese momento, todos los caminos de la ciudad llevaban al Ángel. El cierre del Paseo de la Reforma ya estaba planeado desde un día antes, desde la glorieta de La Palma a la Diana Cazadora. Hasta ahí llegaban los aficionados que se aproximaban desde las estaciones Insurgentes y Sevilla. Algunos formaban una fila india desde el Metro Hidalgo.

El ejército de vendedores ya anunciaba la fiesta por el oro olímpico. Se vendían trompetas, banderas, bandas para el pelo, sombreros de copa y de charro, paliacates, gorras con manos aplaudidoras, penachos de peluche, pelucas peinadas a la afro, tazas, botones, antifaces, matracas.

La mercadotecnia, por primera ocasión incursionó en otro idioma, el inglés, con camisetas con la leyenda de Queen: We are the champions, para celebrar el oro conseguido en Londres.

La fiesta fue una porra continua, del “Oe, oe, oeee, oeee”, al “¿Y dónde están los brasileños que nos iban a ganar?”, y el “Sí se pudo”, que por esta ocasión no es un anhelo de victoria, sino que celebra que por primera vez la Selección Mexicana subió al podio más alto en la cancha de Wembley.

Los más de dos mil policías no impidieron que un grupo de jóvenes trajeran tres paquetes de a 12 cervezas cada uno para brindar al pie de la Columna, que hubiera quienes “caguamearon” frente a las filas de granaderos, que se vendieran sin restricción latas de espuma, que los vendedores ocuparan el Paseo de la Reforma como en cualquier romería de pueblo.

Los propios granaderos tuvieron que emplearse a fondo para retirar a los vendedores hacia las aceras, en un forcejeo que duró varias horas.

Al Ángel llegaron familias enteras, bajo el cielo nublado, que retaron a la llovizna ocasional. El ambiente estaba lleno de bocinazos, tamborazos, de matracazos, de cornetazos, dando forma a una suerte de carnaval vigilado por policías a pie y desde helicópteros. El Cielito lindo se cantaba simultáneamente en varios puntos de Reforma. Los grupos de amigos o familiares brincando al grito de “¡México, México!” se multiplican en la avenida.

La fiesta de este sábado nada tiene que ver con aquellas que se vivían en los mundiales de 1994 ó 1998, más multitudinarias, menos vigiladas, donde ocurrían batallas campales, donde la policía vigilaba de lejos, donde la muchedumbre escalaba las esculturas del Ángel.

Este sábado hubo quienes aprovecharon para desplegar una pancarta de “No a la imposición” que la turba que festeja tarda unos minutos en echar por tierra y despedarzarla. Aquí no cabe más que el festejo más arrebatado, en su mayoría de jóvenes.

Y es que ellos se han acostumbrado a la victoria. Han salido a festejar los dos mundiales de cadetes, han visto a México ganar una y otra vez la Copa de Oro de la Concacaf, se han acostumbrado a que México está en los mundiales de futbol y que gane los Panamericanos.

“Yo he salido a protestar estas semanas, soy joven e inconforme, pero también sé festejar y hoy lo voy a hacer todo el día”, dijo Luna, una chica de 20 años ataviada con su camiseta verde con el “Dos Santos” en la espalda.

Son los adultos, los cuarentones, los que recuerdan los fracasos al no asistir a los mundiales de 1974 y 1982, la vergonzosa actuación de 1978, a quienes esto de celebrar les parece algo inusitado, que fotografían desde todos los ángulos posibles.

“¡Nos acostumbramos a tantos fracasos! Ahora nos sentimos felices de salir a brincar, a bailar, a gritar, a festejar, a dejar de ser los ‘ya merito’”, dijo Alejandro con la voz ronca de tanto gritar, canoso, sudoroso sin dejar de dar vueltas a la glorieta del Ángel con la descolorida bandera tricolor atada a la espalda.

Conforme avanza la tarde, el Paseo de la Reforma se vuelve viscoso, llueve espuma por todos lados, la llovizna es intermitente, en las laterales de Reforma la gente ondea banderas desde el techo de autos, asomándose por los quemacocos, desde autos convertibles, quienes van en el Turibús se dan un festín fotográfico. Grupos de jóvenes descamisados aporrean a los autobuses, que rocían a los autos con espuma pegajosa, en la glorieta de Niza, en Génova y a unos metros de la Diana se refuerzan los filtros, se revisan mochilas.

La fiesta que inició desde el pitazo final del juego y hasta cerca de las 18:00 horas, cuando reabrió el tránsito en Reforma.

Aunque atrapados en sus vehículos, sin vías alternas a dónde dirigirse y con los planes de viaje tocados, en el rostro de cientos de automovilistas que no pudieron continuar su viaje por Paseo de la Reforma se podía ver una sonrisa por la satisfacción del triunfo.

También en el Centro Histórico, los aficionados que acudieron a cantinas y restoranes a ver el juego, salieron para irse a Reforma y celebrar. Los balcones de los edificios histórico lucieron como en día de Grito de la Independencia, pletóricos de aficionados con banderas, maquillados, gritando de gusto por la victoria.

Hasta el jefe de Gobierno, Marcelo Ebrard, y el electo, Miguel Ángel Mancera, se unieron al festejo a través de mensajes en twitter.

“Estamos todos felices y conmovidos, muy orgullosos”, escribió Ebrard en la red social, mientras que Mancera escribió: “Tenemos la de Oro! Felicidades Muchachos se lo merecen! Gracias”.

Al anochecer la fiesta en el Ángel concluyó, para trasladarse a antros y bares, donde, como pocas veces, había un motivo para celebrar.

Llegaron, festejaron y se fueron en paz

Con un saldo blanco concluyeron los festejos en la glorieta del Ángel de la Independencia por el triunfo de la selección mexicana en la final del futbol olímpico.

La Secretaría de Seguridad Pública del DF (SSP-DF) informó que al menos 35 mil personas participaron en la celebración que comenzó minutos antes de las 11:00 horas de ayer.

El operativo de vialidad y vigilancia se mantuvo durante poco más de seis horas en Paseo de la Reforma, entre la fuente de la Diana y la glorieta de la Palma, área que fue ocupada por miles de personas y decenas de puestos ambulantes.

La Secretaría de Protección Civil del Distrito Federal detalló que durante los festejos se dieron 13 atenciones médicas, ninguna de gravedad o que requiriera traslado hospitalario.

Agregó que la lesión más grave fue la que sufrió un joven que pisó un vidrio y se cortó el pie, mismo que fue atendido en el lugar por paramédicos del Escuadrón de Rescate y Urgencias Médicas (ERUM).

El resto de las atenciones fueron por golpes menores, mareos, caídas y sofocación por la gran cantidad de personas que se llegaron a concentrar alrededor de la columna del Ángel de la Independencia.

La dependencia capitalina indicó que a lo largo de la jornada se reportó el extravío de seis menores, mismos que fueron recuperados, con apoyo de los elementos de emergencia presentes.

Los cortes a la vialidad en carriles centrales y laterales del Paseo de la Reforma se aplicaron desde las 10:00 horas momento en el que comenzaron a llegar aficionados a la glorieta del Ángel.

Con el apoyo de pantallas digitales, al menos 600 elementos de vialidad de la SSP-DF apoyaron a los automovilistas que buscaron superar la zona.

La dependencia capitalina detalló que una persona fue remitida a un juzgado cívico por consumir bebidas alcohólicas en la vía pública.

La capital, al pendiente de Londres

La ciudad despertó antes, más temprano, incluso, para una urbe que está acostumbrada a trabajar los fines de semana y levantarse antes de que salga el sol.

Pero el ambiente era diferente, ayer por la mañana se percibía en las calles esa prisa que inunda el ambiente los días de Nochebuena o Año Nuevo, cuando todos quieren llegar a algún lugar.

Minutos antes de las nueve de la mañana el movimiento en las calles y en el transporte público del Distrito Federal era evidente.

Los capitalinos se preparaban para ver a la Selección Olímpica en el que sería, sin duda, el encuentro más importante y, con seguridad, el más recordado para la afición mexicana en este año.

A más de siete mil kilómetros de Londres, en el DF las filas se hacían cada vez más largas en las tiendas de conveniencia para comprar pan, leche y jugo, cuando mucho alguna botana.

Pero el bullicio y la prisa se apagaron con el sonido del silbatazo que emitió el árbitro inglés Mark Clattenburg, cuando la selección mexicana se plantó frente al representativo brasileño para disputar la final del torneo olímpico de futbol.

Aún con el gran evento que la ciudad tenía de frente, las actividades cotidianas no se detuvieron y en el interior de los vagones del Metro se notaba en la mirada de los usuarios las ganas por saber qué pasaba en Europa.

Esa mirada que denota incertidumbre de viajar en el subsuelo de la capital, en donde no llega la señal de las telecomunicaciones, y que no permitía conocer las noticias que llegaban del otro lado del océano Atlántico.

En 30 segundos la alegría explotó en cientos de locales, bares, restaurantes, fondas, e incluso la calle fue escenario para colocar un televisor y seguir el partido alrededor de un bote con tamales en el cruce de Eje 5 Sur y avenida Cuauhtémoc.

La fiesta comenzó tan temprano que algunas zonas tradicionales de fiesta y reunión como la Condesa y la Roma se quedaron vacías, y no fue hasta después del mediodía cuando comenzaron a recibir a sus primeros visitantes.

En contraste, el Centro Histórico estuvo lleno de vida como presagiando el triunfo que estaba cerca, con el cielo cerrado pero contenido para no pasar por agua la celebración.

Fue en tres ocasiones en las que resonó el grito de gol (uno de estos apagado por el árbitro), por las fachadas de los inmuebles cargados de historia de la calle Madero que se convertiría en el camino que condujo al Ángel de la Independencia.

Con el partido finalizado, las calles retomaron su curso, el pulso de la capital recuperó su frecuencia, pero cargado con el júbilo que sólo da la victoria ante un sinodal de categoría.

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