ALICIA BENMERGUI/REVISTA MILIM
Con estas palabras de Vladimir Yankelevitch queremos recordar a los Intelectuales Judíos soviéticos asesinados el 12 de agosto de 1952.
“¿Quién hablaría de ellos si no hablamos nosotros? ¿Quién incluso pensaría en ellos? En la larga amnistía moral acordada a los asesinos, los asesinados nos tienen sólo a nosotros para pensar en ellos. Si dejáramos de pensar en ellos, completaríamos su exterminio y ellos serían definitivamente aniquilados. Los muertos dependen enteramente de nuestra lealtad. El pasado nos necesita para ayudarle, para recordárselo a quienes quieren olvidar.”
El 12 de agosto se cumplieron 60 años del alevoso asesinato sufrido por 25 intelectuales y dirigentes judíos, los más importantes escritores, poetas y periodistas que se expresaban en idish, en el período posterior a la guerra en la Unión Soviética. Fueron ejecutados en los sótanos de la cárcel de Lubianka, en Moscú, luego de soportar indecibles humillaciones, prolongadas detenciones en las condiciones más inhumanas y ser condenados bajo falsas acusaciones. Estos intelectuales, judíos seculares ferozmente asesinados fueron parte de aquellos que creyeron fervorosamente en los grandes ideales de la Revolución Bolchevique. De los que creyeron que con ella también el judaísmo ruso hallaría por fin su propia liberación, luego de haber padecido el maligno antisemitismo del período zarista. Peretz Markish, David Berguelson, Der Nister y David Hofstein entre otros, aún antes de la Revolución apoyaron entusiastamente con todo su talento y su creatividad este proyecto con el que suponían llegarían tiempos mejores para la humanidad en general y para el judaísmo en particular.
Evidentemente no fue así y en realidad toda esa utopía desapareció con el más terrible e inesperado de los finales para sus protagonistas. Se han cumplido 60 años de esa espantosa tragedia que no debemos olvidar.
La Unión Soviética no existe más, ahora recuperó su viejo nombre, Rusia, y allí vive una escritora judía Ludmila Ulitskaya, cuya vida sintetiza un poco la historia del comunismo soviético y de lo que ahora sucede en Rusia. Tiene 69 años y se encuentra entre los autores rusos más importantes en la actualidad y es quizás la más leída y amada. Escritora de best –seller que ha vendido millones de copias en su país, quince novelas traducidas en todas las lenguas. Es una escritora tardía, su primer libro lo escribió a los cincuenta años. Se considera “un compendio viviente de la historia rusa. Ha atravesado la época de los Soviets y de Stalin, el estancamiento brezneviano, la Perestroika de Yeltsin y hoy el neocesarismo de la era de Putin: cuatro épocas que se han sucedido en poco más de medio siglo trastornando cada vez la historia y la sociedad rusa. Y cambiando, en especial, la vida de los judíos.”Graduada en genética en la Universidad de Lomonosov de Moscú, auténtica heroína de la época esperanzada y sofocante del samizdat, (distribución clandestina de todas las obras literarias prohibidas y censuradas, que eran copiadas a máquina y luego pasadas de mano en mano): un ejercicio subversivo que era pasible de reclusión y que le costó el trabajo. Estuvo más o menos un año sin trabajar hasta que le ofrecieron la dirección artística del Teatro Judío de Moscú “ aunque no sabía nada de teatro ni de judaísmo, ni mucho menos de idish o hebreo”.
Asi que se puso a estudiar el hebreo y los textos sagrados, la literatura y la historia judía. Mientras tanto llega a una crisis existencial total de la que saldrá muerta y renacida, un cataclismo identitario y la construcción de otra con una nueva conciencia de si misma (“divorciada de su segundo marido sin trabajo y con dos hijos a cargo. En Moscú no había nada que comer a fines de los años ochenta.”). Una infancia marcada durante el período stalinista (nació en 1943), dos abuelos internados en el Gulag, padres conocidos como judíos «fue un período difícílisimo, Stalin lanzó en aquellos años una de las más feroces campañas antisemitas de su tiempo, culpando a los judíos de ser traidores y envenenadores. Su madre, una médica judía fue despedida y ella se agarraba a los puñetazos con los chicos en la calle.
La vida para ellos era cruel, violenta, sucia. Diferente de aquella de los abuelos. «Recuerdo a mi abuelo, siempre con los libros de la Torá en las manos, hasta su muerte a los 93 años. Era un sabio con un corazón inmenso, quizá uno de los 36 Justos; también su abuela, una judía emancipada, expresaba una gran estatura ética, capaz de llevar sus principios morales más alla de lo autorizado. El otro abuelo fue a parar al gulag porque tenía contactos con el comité antifascista judío y era amigo de Solomon Michoels, un actor carismático, director del Teatro Judío, que fue asesinado en la calle». Una herencia recogida hoy por Ludmila.
En los años noventa, después de la caída del Muro de Berlín, estalló una total liberalización de los precios, ella vivó la caída de Stalin y de las ideologías, el crepúsculo del socialismo. Desde principios del siglo XXI Rusia cambió, se abrieron finalmente sus fronteras, la aparición de las redes sociales les han abierto la cabeza a los rusos y están cambiando radicalmente la sociedad. Considera que vivir en Rusia en la actualidad es una elección que se renueva cada día, ahora son libres, pueden irse en el momento en que lo deseen, muchos se fueron, no existe ninguna prohibición al respecto. No le gusta este gobierno, Moscú no le gusta, pero considera que vive inmersa, ahora más que nunca en una cultura riquisima, dinámica, muy estimulante que le faltaría si se fuese. Estuvo en Israel muchísimas veces porque adora ir allí, le emociona profundamente, comprende cuan difícil es vivir allí y encontrar una solución.
Para ella las raíces del conflicto se hunden en el pasado, en la historia de Abraham, Sara, Agar e Ismael. Cree que si Isaac e Ismael hubieran vivido como hermanos la historia hubierasido diferente. Ludmila afirma que conoce todos los matices del antisemitismo ruso y las dificultades de ser judío en Rusia. Los judíos debían de ser muy prudentes a pesar de que su judaísmo fuera fuertemente conciente como lo fue ella, pero sin posibilidades de vivir judaicamente porque prohibida toda práctica religiosa, de cualquier signo.
A la muerte de Stalin hubo un espantoso aumento del antisemitismo, en 1953 cuando tenía 10 años se desencadenó una campaña de odio contra los judíos, especialmente contra los médicos, acusados de de cosmopolitismo y de complotar contra el Estado. La situación de su madre era muy peligrosa porque era médica. Considera que el racismo en Rusia es algo que está muy instalado, existe desde siempre y es violentísimo, es el chivo expiatorio de todos los males, ayer les tocó a los judíos, hoy a los caucásicos, a los chechenos, a los georgianos, a los azeríes y a su turno, a los negros, a los chinos. Para un occidental es difícil comprender cuan lejana está Rusia de la concepción democrática. Es difícil comprender cuanto se ha manipulado desde los poderes centrales el odio popular y azuzar a las masas hacia este blanco, ese símbolo polémico que va cambiando. En Rusia la xenofobia es muy redituable y fácil de manipular, se puede crear desde la nada como sucedía en la época de los Soviets con el odio hacia los comerciantes o los kulaks.
El odio hacia el diferente es un fenómeno que existe un poco en todas partes, en todos los países, pero en Rusia la idea ha estado siempre unida al concepto de se pueden manipular las relaciones entre los pueblos, construyéndoles un muro, deportando hacia otros lugares a poblaciones enteras. La actitud típica de los políticos rusos es crear y fomentar el odio de Estado. Hoy se dirige hacia los caucásicos y los georgianos y de nuevo hacia los americanos, por qué?. Porque los georgianos son traidores, dicen los rusos, han hecho la Revolución, han cortado el cordon umbilical con Rusia de un modo muy conflictivo. Los caucásicos son el símbolo de la caída de Moscú y del Imperio Ruso y son odiados por todo eso. Hoy hay de hecho una verdadera caza de los caucásicos: porque son la prueba tangible de una gloria y una primogenitura perdidas.
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