ESTHER SHABOT/ EXCELSIOR
La incertidumbre se ha apoderado del escenario de Oriente Medio de una manera como quizá no se había registrado en mucho tiempo. Sirios, libaneses, egipcios e israelíes viven en vilo ante la cascada de acontecimientos que día a día generan cambios inesperados difíciles de interpretar en cuanto a su evolución posible y sus consecuencias. La realidad se presenta ante ellos como una enredada madeja de acciones y reacciones cuyo sentido es imposible descifrar. Esta situación no sólo provoca agudos sentimientos de inseguridad personal, sino también un terreno fértil para la proliferación de rumores de todo tipo, especulaciones y teorías diversas de la conspiración, todo lo cual finalmente incide en la configuración de la realidad.
Uno por uno, los países de la zona viven en un estado de turbulencia que parece ser ya permanente. El cuadro de Siria es el de una cruenta guerra civil estallada luego de largos meses de represión gubernamental contra población civil descontenta. Las noticias al respecto son bastante repetitivas: diariamente se reportan decenas o centenas de muertos, avances y retrocesos de tropas gubernamentales y de rebeldes, tomas y pérdidas de enclaves y ciudades, condenas internacionales, misiones de pacificación fracasadas una y otra vez, y un ping-pong reiterado de declaraciones y posturas encontradas entre Rusia, Irán y China, por un lado, y Estados Unidos, la Unión Europea y la Liga Árabe por el otro. ¿Qué les espera a los sirios después de tanta violencia y derramamiento de sangre? No hay respuesta por ahora.
Líbano marcha, en cierta forma, a remolque de lo que ocurre en Siria. En la medida en que la fuerza más poderosa que domina en el País de los Cedros es el Hezbolá —aliado y socio de Bashar al-Assad y de Irán—, el paulatino desmoronamiento del régimen dictatorial sirio del cual Hezbolá extrae la mayoría de sus nutrientes está promoviendo un impulso al reposicionamiento de las fuerzas diversas que componen a la sociedad libanesa. Los amplios sectores de población libanesa anti-Hezbolá y antisiria están ante la oportunidad de arrebatarle al Hezbolá el monopolio de los espacios de poder que hasta ahora ha ocupado, cuestión que bien podría desencadenar la renovación de un estado de guerra civil en Líbano o bien la decisión por parte del jeque Nasrallah, máximo líder del Hezbolá, de atacar a Israel con la intención de unificar fuerzas internas y seguirse manteniendo a la cabeza del país.
En cuanto a Egipto, los movimientos de las últimas dos semanas indican que nada más alejado de este gran país árabe con 80 millones de habitantes, que la estabilidad y la certidumbre. El presidente electo, miembro de la Hermandad Musulmana, Mohamed Mursi, ha estado particularmente activo: ha movido más fuerzas militares al Sinaí luego de que terroristas de la Jihad mataron a 17 soldados egipcios en un ataque cerca del paso fronterizo con Israel de Kerem Shalom. Liquidar a los jihadistas y a los beduinos que los apoyan se ha vuelto una de sus prioridades, cuestión que extrañamente lo acerca a Israel, aun cuando la postura oficial de la Hermandad entre, en este caso, en contradicción con ello. Por otra parte, Mursi ha realizado destituciones y nuevos nombramientos de algunos de los más altos oficiales del Consejo Militar Supremo, mostrando con ello que pretende recapturar para el Ejecutivo todo el poder gubernamental posible. ¿Lo logrará?
Mientras tanto, en Israel el tema central de discusión es Irán y la posibilidad o no de guerra contra éste. A pesar de que hay conciencia acerca de los desafíos y riesgos inherentes a la volatilidad que existe en los entornos árabes vecinos, ningún asunto parece tener la estatura que se le otorga en estos días a la cuestión de si el gobierno israelí decidirá realizar un ataque preventivo contra Irán. La gran mayoría de la población no lo desea, pero el discurso oficial se ha encargado de mantener en primera línea de discusión esta posibilidad. De ahí que también Israel y sus habitantes compartan la angustiante incertidumbre que agobia a la región entera.
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