EL PAÍS
Los movimientos islamistas no han sido los detonantes de las primaveras árabes, pero sí los mejor organizados y preparados para recoger la cosecha política del tránsito a la democracia.
En Egipto, los Hermanos Musulmanes no solo han ganado las elecciones; también han sabido tender puentes con Occidente y borrar de un plumazo a los militares del mapa político. Su triunfo es tal vez el más espectacular, pero no el único. El islamismo ha salido reforzado en Túnez, en Siria, en Jordania, en Libia… En Gaza se frotan las manos.
Hamás piensa que el auge del islamismo solo puede traerles buenas noticias, pero a la vez es consciente de que tanto para la Hermandad como para el resto de movimientos islámicos, la prioridad pasa ahora por afianzar el poder en sus respectivos países. Que ahora lo que toca es esperar, porque la causa palestina y el sueño panislamista llegarán, piensan, pero más adelante.
Mahmud al Zahar es para muchos el verdadero líder de Hamás en Gaza y con certeza uno de los hombres más influyentes del movimiento islámico. “Somos muy optimistas ante el futuro”, explica Al Zahar, representante de la llamada ala dura de Hamás, el movimiento palestino heredero de la ideología de la Hermandad. “Los regímenes anteriores eran tremendamente corruptos. Esta región es islamista y cuando a la gente le han dado la oportunidad de votar, han elegido a los islamistas”, interpreta. “Nosotros estamos pensando ya en un proyecto panislámico en la región. Tenemos la misma religión y la misma cultura. Pero también sabemos que tenemos que ser pacientes. En Egipto y en otros países, los movimientos islámicos están ahora ocupados en la reconstrucción de sus países”.
La paciencia es un músculo que los islamistas tienen muy ejercitado. Lo suyo es el medio y el largo plazo, y por eso ahora lo verdaderamente importante para ellos es que los vientos soplan a su favor; al margen de que Hamás, de momento, no haya sido capaz de cosechar los frutos de los cambios regionales. “El triunfo de los Hermanos Musulmanes es muy importante. No nos tratarán como enemigos, como hizo el régimen anterior. Además, ahora pueden presionar a los americanos y a los israelíes para aliviar nuestro bloqueo. Pero el cambio no se va a producir de la noche a la mañana. Esperaremos”, sostiene Al Zahar.
Como el líder de Hamás, Adnan Abu Amer, intelectual próximo al movimiento islámico y profesor de la Universidad Ummah de Gaza, cree que ahora la Hermandad entiende que para afianzarse en el poder necesita contar con Occidente y que para eso tiene que actuar con cautela. “Egipto atraviesa una cruel crisis económica. Si tienen que elegir entre perder la financiación de Estados Unidos y levantar el bloqueo de Gaza, optarán por el dinero”.
Abu Amer, que hasta hace dos años vivía en Damasco, habla en el salón de su casa, en el centro de la franja mediterránea, del ánimo que se respira en los movimientos islámicos de Oriente Próximo. “Para Occidente esto es una primavera árabe, para nosotros es una primavera islámica. Cuando caiga Siria, asistiremos a la creación de la media luna islámica. Egipto, Siria, el Golfo, Turquía…”. Abu Amer, que conoce bien la realidad Siria, explica que allí los grupos islamistas no están ni mucho menos tan bien organizados como en Egipto. Que el régimen de Bachar el Asad se empleó a fondo para aniquilarlos, pero que “ahora, con la ayuda turca y catarí, los islamistas serán parte fundamental del panorama político sirio”.
Este estudioso considera fundamental diferenciar entre la vieja y la nueva guardia del islamismo. “Los veteranos creen que este es el principio de un gran Estado islámico, pero las nuevas generaciones tienen una visión más amplia. Han estudiado en Occidente y entienden las complicaciones de establecer un Estado islámico desde el punto de vista político y financiero en los tiempos que corren”.
Para Nathan Brown, profesor de ciencia política de la Universidad George Washington y una autoridad en el estudio de los movimientos islámicos, la gran novedad resultante de la primavera árabe es que “los Hermanos Musulmanes egipcios han encontrado la manera de relacionarse con Occidente y han demostrado al mundo que los movimientos islamistas pueden ser aceptados como actor político”. Este académico estadounidense probablemente no comparte casi nada con el líder de Hamás, pero ambos coinciden en que el movimiento palestino “va a tener que esperar” y en que ahora, los triunfadores islámicos están ocupados en sus desafíos nacionales y que la organización panislamista es poco más que un mito. “[Los islamistas] se observan y se influencian e intercambian información, pero poco más. Es algo así como el Partido Socialista Europeo. Son entidades diferentes”, explica por teléfono desde Estados Unidos.
¿Pero cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Por qué hay una creciente religiosidad en los países de la región? ¿Por qué cuando la gente de estos países vota ahora, vota islamista? La pregunta es complicada y da como para varias tesis doctorales, pero según la síntesis que ofrece Michael Hanna, investigador de la Century Foundation, “los regímenes dictatoriales hicieron que la religión se convirtiera en un vehículo para ejercitar la oposición política. Eso, unido al proceso de búsqueda interior que provocó la guerra de 1967 [en la que Israel ocupó el Golán sirio, el Sinaí egipcio y Gaza y Cisjordania] nos lleva donde estamos ahora”.
De que el islamismo está en alza no hay duda. Si ha llegado para quedarse o si por el contrario se trata de una tendencia pasajera es algo mucho más complicado de determinar. Hay quien, como Robert Springborg, profesor de la Escuela Naval del Departamento de Estado estadounidense y experto en el Ejército egipcio, resta importancia al resurgimiento islamista. Piensa que el actual es el punto álgido y que de aquí en adelante habrá un cierto declive islamista, fruto del desgaste que conlleva el ejercicio del poder. “Las oposiciones políticas se harán cada vez más fuertes. La situación económica no aguantará y los votantes reaccionarán”, vaticina.
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