JACOBO ZABLUDOVSKY/EN LA GRILLA.COM
LONDRES. Agosto 2012.— Terminó la olimpiada, compito por la medalla de oro de la carrera al pub.
Pocos sitios tan acogedores como el pub en Londres. En mis primeras visitas (hace casi 60 años) me aficioné a uno llamado Grenadier, establecido en caballerizas que cambiaron de comensales por los bípedos sedientos y carnívoros que en estos días lo colman hasta la banqueta. Ahora entro al más cercano o busco alguno especial por su historia, ubicación o leyenda.
Lamb and flag es el pub más antiguo de Londres. Por qué se llama así, borrego y bandera, pregúnteselo usted a quien lo fundó en 1623 en este mismo lugar, Rose Street, callejón afluente de la calle Garrick, en el barrio teatral. Rescato de las ruinas de la memoria el poema aquel en que un hombre desesperado, deprimido, al borde del suicidio, consulta al médico en busca de ayuda y recibe una receta infalible: ir al teatro a ver a Garrick, actor que lo hará olvidar sus penas. “Doctor, yo soy Garrick, cambiadme la receta”, dice textualmente el enfermo y nos saca del tema, porque no se trata de hablar de él, sino del pub y sus servicios.
Lamb and flag une a su antigüedad otra característica (iba a decir mérito) de ser el único pub del mundo sin televisión. Aquí se viene a lo que Dios manda y no se admiten distracciones. A discutir de futbol, de dramas y comedias, de la crisis económica o a disfrutar en silencio una pinta de cerveza ordeñada de un grifo, uno entre 20 de donde escurren todos los caprichos, sabores y colores capaces de diferenciar variedades de la bebida más popular de Inglaterra. En el pub también se come o simplemente se está, de pie o sentado, el tiempo que se le dé la gana. Lugar de reunión de vecinos agobiados por la estrechez de su departamento o necesitados de tranquilidad lejos de sus distinguidas esposas y sus queridos hijos adictos a la tele.
El único lugar de raíz inglesa comparable al pub es el club. Los hay para todo, según aficiones, oficios o herencias. Visito uno de periodistas y evoco el inolvidable Reform-Club: “…Vasto edificio elevado en Pall Mall, que no costó menos de tres millones”. Resulta raro que sea un francés y no un británico quien describa un lugar de esos, producto de su imaginación, pero qué menos se puede pedir a Julio Verne, inventor de fantasías mayores como lanzamientos a la Luna, cinco semanas en globo o 20 mil leguas de viaje submarino.
En homenaje a lo que el club significa para los ingleses, Verne presenta a Phileas Fogg enumerando todos los institutos, academias y sociedades a las que nunca perteneció: “…era miembro del Reform Club y nada más… tomó asiento en su mesa de costumbre… un criado le entregó el Times sin desdoblar” y, para no alargar el cuento, llegan sus contertulios y por razones que no vienen al caso se cruza una extraña apuesta de ¡20 mil libras esterlinas! “…a dar la vuelta al mundo en 80 días tan solo, dijo Phileas Fogg… y puesto que hoy es miércoles 2 de octubre, tendré que estar en este mismo salón del Reform Club el sábado 21 de diciembre a las 8 y 45 de la tarde”. En su club tenía que ser donde un inglés apostara confiado en ganar un lugar en la historia y una fortuna en libras.
Dicen que la cerveza y el deporte no se llevan, pero los pubs están llenos en esta olimpiada, tal vez porque se ha demostrado que esa bebida es buen antioxidante y beneficia el sistema cardiovascular. No hay inglés que se precie de serlo que no pertenezca a uno o varios clubes. Si usted no tiene la suerte de una membresía, ni se aparezca por las cercanías de un club; no entrará. A un pub sí, cuando quiera, no confunda.
En estos días de fiesta en Londres la clientela hace de la calle una prolongación del pub como cosa natural: hombres y mujeres, jóvenes y ancianos sacan sus tarros y brindan con forasteros como si fueran viejos conocidos.
Este pub de la calle Rose tenía casi dos siglos de servir al público (pub viene de public house) cuando los ingleses entraron a brindar ahí por el triunfo de la escuadra comandada por el almirante Nelson sobre las armadas conjuntas de España y Francia en el cabo Trafalgar, frente a Cádiz. En memoria a esa hazaña y en homenaje a los marinos y a su comandante, una plaza cercana lleva el nombre de Trafalgar y en su centro destaca la estatua del triunfador en lo alto de una columna inconfundible.
Muchos visitantes salen del Lamb and flag y caminan hasta ese sitio, pasando por Picadilly Circus, abriéndose paso entre la multitud para entrar en la leyenda heroica del hombre que dio a Gran Bretaña la supremacía los mares y el poder que extendió y consolidó el gran imperio.
La melancolía del adiós y la despedida de la tarea, merecen un acto sencillo, cotidiano, tranquilo para brindar por el retorno.
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