Tiempos de jugar

AURELIO IRURITA PARA ENLACE JUDÍO

Contar con el tiempo y los medios (pantalla grande y alta definición), es suficiente para disfrutar del espectáculo de las Olimpiadas.

Sigue en pie la ilusión de remontarnos a esa edad dorada, de la antigua Grecia, en la que los pobladores de las ciudades cercanas llegaban a competir en unos juegos, para saber quién era más fuerte, rápido o certero.

Del mismo modo la actitud de suspender, por un momento, las disputas y querellas vecinales. Hoy, esa tradición se ha extendido a todo el planeta. No, no se han acabado las guerras ni los conflictos pero, temporalmente, se ha abierto un espacio para disfrutar del espectáculo que significa ver competir a miles de atletas por unas cuantas medallas, cuyo valor en metálico no refleja el esfuerzo y el sacrificio empeñado para conseguirlas.

Curiosamente, y setecientos años después de haber empezado, las Olimpiadas fueron prohibidas por el emperador cristiano Teodosio I, mediante un decreto en el que no se permitían las manifestaciones paganas, entre ellas los Juegos. No sabemos la razón, parece ser que era por el hecho de que los atletas tenían que competir desnudos y rendirle culto a Zeus, dios desbancado del Olimpo.

Los nuevos dioses trajeron otra visión del mundo, “ora et labora”, reza y trabaja. “Nos expulsaron del paraíso, tenemos que sufrir. Al mundo no se ha venido a jugar, el placer se encuentra en otro lado.”

Venturosamente esta prohibición apenas duró mil quinientos años, hace ciento veinte se reanudó la tradición griega. Empezó de una forma precaria, unos cuantos países quisieron restablecerla. Se basaron en los antiguos escritos y tomaron la esencia del espíritu de la contienda. No estarían desnudos, pero si en igualdad de circunstancias, los jueces vendrían de los diferentes países y los atletas no cobrarían por su participación. Esa llama apagada durante tanto tiempo se volvería a encender.

Pasar muchas horas pegado al televisor, es un privilegio que no está al alcance de todos, salvo de los que no tenemos mucho qué hacer. Es la era del ocio. ¿Cómo entretenernos, cómo divertirnos, sin portarnos mal? Hay que buscarse pasatiempos, relaciones, distracciones, viajes. Todo esto tiene sentido, pero la realidad es que casi lo desperdiciamos todo mirando la tele.

A eso me dediqué últimamente. Desde la ceremonia inaugural. Sabía que se la habían encargado a un director de cine, Daniel Boyle, talentoso artista, autor de varias premiadas cintas. A todos nos gusta que nos cuenten algo y eso fue lo que hizo este hombre. Una breve historia de Inglaterra y su pasado agrícola, romántico y campirano. El duro tránsito a la revolución industrial, plena de adelantos materiales. Y su rico y complicado presente, formado por un pueblo inquieto de grandes escritores, sabios y artistas. Historia colorida, dramática y divertida. No faltaron toques de fino humor. Vistosos bailables y el consabido desfile de los atletas participantes cerrando la ceremonia.

Bajo ese buen presagio me dispuse a sufrir y gozar. No se puede mirar una contienda sin tomar partido, me da más gusto que los búlgaros le ganen a los rusos, también el que los hondureños lo hagan con los españoles. Si se trata de México lo único que hago es sufrir y rezar.

Rara vez me quedo viendo un partido que se alargue por más de dos horas. La semifinal de tenis que jugó Argentina contra Suiza, duró el doble y no me podía despegar del televisor. La gran habilidad para hacer el primer saque, terminó dándole la victoria al suizo. También fue memorable la competencia de tiro con arco; la tranquilidad de las chicas mexicanas hizo que la competencia no fuera angustiosa a pesar de lo cerrada de la misma. Perdimos la medalla de oro por escasos centímetros.

Tenía poco de haber visto una película surcoreana “La Guerra de las flechas”, recomendable en todos sentidos. Es una saga, entre chinos y coreanos, que se resuelve a base de puros flechazos. Increíble espectáculo. Dato curioso, los entrenadores de todos los equipos participantes en esta especialidad, son coreanos.

La imparcialidad de los jueces debe de ser una condición indispensable. Eso explica el que sean varios y de diferentes países. No siempre es así, lo vimos con el boxeo. Después de un largo alegato, le dieron la victoria al inglés sobre el cubano que lo aventajaba con mucho en puntos. Lo mismo le pasó al mexicano frente al irlandés, ni siquiera le dieron el round en que tiró a su contrincante. De repente se aparece “La pérfida Albión”

La tranquilidad y la alegría, tienen mucho que ver para vencer. Se nota en muchos atletas. Dicen, los que saben, que hay que prepararse para la justa con ahínco y sin descanso. Pero a la hora de competir tener sólo la actitud de jugar y disfrutar. Hay un viejo refrán que dice: el que juega por obligación, pierde por necesidad.

La nitidez de las imágenes permite observar las reacciones de los atletas y entrenadores. Las lágrimas de la derrota y de la victoria. Una atleta jamaiquina, medalla de oro, reía y lloraba al escuchar el himno de su país. Creo que esa imagen podrá ser, quizás, el mejor reflejo de lo que se sentirá al entrar al paraíso.

Trabajar o jugar, he ahí el dilema. Nuestra tradición judeo cristiana ensalza las virtudes del trabajo y la austeridad, la ociosidad está mal vista. La historia que nos cuenta Boyle, del tránsito de una vida agrícola al de una sociedad que dispone de más tiempo libre, nos enfrenta a ese dilema. ¿Qué hacer? Nos da miedo el placer y la diversión. La historia de Grecia y de Roma es ejemplar, los pueblos se pierden en ese mundo, no estamos preparados para la felicidad.

P D. ya tenía escrito la mayor parte, cuando México le ganó a Brasil en el futbol. Los dioses nos escucharon.

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