LA GACETA
Conforme se acerca la convención republicana de Tampa, que elegirá a Mitt Romney como candidato, se hace más visible la rivalidad entre el aspirante y el actual inquilino de la Casa Blanca. Sin embargo, el Obama de 2012 no es el candidato de la esperanza, sino el del miedo, pues siempre resulta más fácil alcanzar el poder que conservarlo.
Con el miedo intenta advertir a sus electores, e incluso a los votantes republicanos, de que Romney no es un candidato de peso y que supondrá el retorno de los peores años de George W. Bush con algún que otro consejero neocon incluido. Si esa percepción cala en el electorado y este se convence de que un presidente republicano no mejorará la situación económica, Obama será premiado con un segundo mandato en el que el poder legislativo, probablemente dominado por la oposición, no le dará tregua, aunque al menos seguirá conservando sus posibilidades de pasar a la historia, algo que siempre ha preocupado mucho a los presidentes americanos, y en este sentido el pragmático Obama no es una excepción.
Lo haría con su ley de reforma sanitaria, aunque fuera de mínimos, aunque tampoco cabría descartar que el presidente utilizara, o dejara utilizar, a Israel la fuerza para detener el programa nuclear de Irán, dado que la estrategia de contención no ha dado grandes resultados. Sería un último recurso, de alto riesgo por sus efectos en la economía, pero podría servir para borrar momentáneamente la percepción que acusa a Obama de ser débil con el régimen de los ayatolás, y siempre ayudaría que los vecinos de Irán no lo lamentarán aunque algunos tuvieran que dar rienda suelta a su indignación.
El prestigio de la diplomacia de Obama es, hoy por hoy, mayor que el que pudiera tener la ofrecida por Romney en su campaña. Es una diplomacia de carácter pragmático, un ejemplo más del eslogan “Obama No Drama”. Es un realismo que apuesta a menudo por la diplomacia tranquila y la contención, lados opuestos a la retórica de un Romney que no tendría el encanto personal del presidente. Muy diferente es que haya dado resultados tangibles, pues no ha podido conseguir un mínimo resultado en el conflicto palestino-israelí, y se diría que en la Primavera Árabe lo está dejando todo hacer a la historia con la mirada de un espectador atento, aunque no demasiado comprometido. Por ejemplo, se deja hacer en Egipto con la esperanza de reconducir la situación, algo que evidentemente no se aplicaría con los aliados árabes del golfo Pérsico.
Otra gran decepción ha sido Rusia, ya que en la política exterior es ilusorio esperar resultados basados en una relación personal, y no se conocen ejemplos históricos recientes de que con Moscú funcione la técnica del palo y la zanahoria. Poco consiguió Bush de Putin, menos todavía Obama de Medvedev, y el retorno de Putin no augura mejores perspectivas. Hay que decir que Romney quiso sacar partido de esta situación en su reciente viaje a Polonia, el aliado supuestamente relegado por la Realpolitik de Obama, pero sus asesores no debieron de tener muy en cuenta la visita del actual presidente en mayo de 2011, cuando se dio un fuerte impulso a una cooperación militar que permitirá el despliegue de aviones F-16 en territorio polaco. Obama intentó rectificar con Polonia, lo mismo que ahora lo está haciendo con Israel.
Por lo demás, tampoco Obama ha conseguido grandes éxitos en su relación con China. Apenas se habla hoy del G-2, la asociación estratégica entre Estados Unidos y el coloso asiático con la que se pretendía que los chinos asumieran mayores responsabilidades globales, y la cooperación económica y comercial está llena de dificultades y recelos mutuos. Con todo, EE UU, que se define como “potencia del Pacífico”, está haciendo alarde de una posición de fuerza, con todas las cautelas posibles, gracias a esa constelación de pactos estratégicos con países que circundan China, desde Japón y Corea del Sur a Filipinas y Australia, pasando por el indispensable Vietnam.
El balance de la política exterior de Obama no es nada espectacular, salvo en lo relativo a la lucha antiterrorista, y su pragmatismo congénito le incapacita para dibujar una hoja de ruta definida. Sin embargo, ha sabido revestirse de una aureola de realismo y sensatez a la espera de que, tarde o temprano, dé sus frutos, aunque corre el riesgo de incomodar a los aliados tradicionales por esa persistencia de cultivar la Realpolitik con Rusia y China. Se suele decir que la política exterior no decide unas elecciones, pues las decide la economía, si bien la economía condiciona bastante la política exterior. El verdadero declive de una gran potencia sólo vendrá de su pérdida de peso económico en el mundo, algo que debe tener en cuenta un presidente de EE UU, cualquiera que sea el enfoque dado a su diplomacia.
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