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lunes 04 de noviembre de 2024

Sobre el “lobby judío”

REVISTA DE MEDIO ORIENTE

La idea de un “lobby judío” que influye decisivamente en la política exterior norteamericana y ante el cual todos los candidatos a presidente se tienen que plegar, es un referente constante en los medios de habla hispana. Acusaciones directas o leves insinuaciones provenientes de diversos espectros ideológicos parecerían indicar que los judíos son personas todopoderosas que detrás de las bambalinas mueven los hilos de la política norteamericana y mundial.

Así, si el desaparecido diario Público solía incidir en la imagen del “judío todopoderoso” tanto en Estados Unidos como en el exterior, otros medios olvidaban recordar recientemente el peso de los cristianos evangélicos a la hora de las elecciones, centrándose exclusivamente en el “voto judío”.

Sin embargo, sugerir que “el lobby judío” controla Estados Unidos es, de alguna manera, desconocer los verdaderos tejemanejes de la política interna norteamericana. Apuntar a un extremo “poder judío” supone afirmar que las corporaciones locales, o los cristianos (protestantes y evangélicos) no juegan papel alguno; que árabes, rusos, chinos y europeos no tienen ninguna relevancia a la hora de tomar decisiones… Para esos medios, sólo los israelíes (o los judíos) y quienes los apoyan, influirían de manera decisiva en la política americana: lo que Israel le dice a los Estados Unidos, éstos lo llevan a acabo. Por otra parte, dicha omnipotencia es sólo sugerida, pero nunca se demuestran claras conexiones entre el hacer del lobby y las decisiones políticas.

La Comisión Anti-Difamación de la B´nai B’rith de Australia explica que:
“la presunción de que los judíos tienen un poder e influencia desproporcionados sobre la toma de decisiones es lo que transforma una realidad descriptiva sobre la política en un argumento antisemita sobre el poder judío.[…] El estereotipo del ‘lobby judío’ es que la participación judía en la política y el debate político está por encima y más allá de la participación ordinaria de un grupo en la formulación de políticas públicas. Se pinta la participación judía como subrepticia y desestabilizadora del proceso democrático”.
Así, el “lobby judío” brinda a los malintencionados, la posibilidad de decir (o dar a entender) mucho sin necesidad de decir nada. Hay una sólida base de sobreentendidos sobre los que elaborar el mensaje.

El concepto no es nuevo. Ya desde el medioevo, a través del libelo de sangre se pintaba la imagen del judío complotador a escondidas de una sociedad “cautiva”. Probablemente esa idea alcanzó el paroxismo con los tristemente célebres Protocolos de los Sabios de Sion. Un panfleto antisemita reelaborado para hacer creer en la existencia de un plan de conspiración judía para el dominio del mundo:

“Nuestra fuerza, dada la situación quebradiza de todos los poderes civiles, será mucho mayor que ninguna otra porque, siendo invisible, no podrá ser atacada; y llegara el día en que sea tan impetuosa que ningún acto de astucia pueda destruirla”. “Sabremos explotar la endeblez de nuestras victimas: los beneficios de que disfrutan, su codicia, su ambición insaciable y las necesidades materiales del hombre; cada una de estas debilidades, tomada por separado, es capaz de paralizar cualquier iniciativa. Ellos le entregan su voluntad a aquellos que los han corrompido”.

Un buen ejemplo de la vigencia del mito aún hoy es el artículo de Adrian Salbuchi (La casa israelí del terror) publicado por Rusia Today el 5 de agosto de 2012 donde asegura que:

“Sin duda, Romney sabe demasiado bien que tales juramentos resultan absolutamente esenciales para lograr el apoyo del poderoso lobby pro-Israel en los Estados Unidos y para acceder a su capacidad gigantesca de financiación espuria de campañas electorales”.

Precisamente, Daniel Pipes, en su libro Conspiracy: How the Paranoid Style Flourishes and Where It Comes From, sostiene que la gran importancia de Los Protocolos reside en que le permite a los antisemitas ir más allá de sus círculos y encontrar una mayor audiencia internacional. Así, periódicos serios, se han ido convirtiendo en portavoces y amplificadores de un mensaje casi milenario. Pero no se trata de Los Protocolos en sí, claro está, sino de la fabulación, del mito transformado, por la repetición, en un dictum, en una verdad incuestionable para millones de personas alrededor del mundo: la conspiración judía – esa proclividad del judío a entablar batallas en las sombras, a manipular a unos y a otros en su beneficio – como principio de los grandes males.

Quizás justamente el mayor logro de los Protocolos haya sido el de facilitar, a largo plazo, la perpetuación de la mentira y la difamación sin necesidad alguna de tener que mencionarla: ya ha sido instalada en el imaginario colectivo. Pero la realidad, es muy distinta.

Qué es el Lobby

Sin embargo, si un lector quiere ahondar en lo que significa realmente un lobby, descubrirá que no son necesariamente organismos tan ocultos o espurios.

Así, en su artículo Comunicación: lobby y asuntos públicos (Centro de Estudios en Diseño y Comunicación (2010). pp 101-110), Enrique Correa Ríos explica:

“…la definición más utilizada por la legislación comparada considera al lobby como aquella actividad, remunerada o no, que busca promover, defender o representar cualquier interés legítimo de carácter individual, sectorial o institucional, en relación con cualquier decisión que, en el ejercicio de sus funciones, deban adoptar los organismos de la Administración del Estado y el Congreso Nacional”.

El Libro Verde de la Comisión de las Comunidades Europeas, ofrece otra interesante definición del lobby:

“una parte legítima del sistema democrático, independientemente de que esta actividad sea llevada a cabo por ciudadanos individuales, empresas, organizaciones de la sociedad civil así como por otros grupos de intereses o, incluso, firmas que trabajan en nombre de terceras personas, como responsables de relaciones institucionales, think-tanks u abogados” .

Es decir que un lobby es cualquier organización que intenta influir legítimamente en la política de un estado. Y como veremos más adelante, no es un hecho exclusivamente norteamericano, ni judío. Aunque éste último sea el que más artículos y análisis ha deparado.

El “lobby judío”

Llama la atención el hecho de que si bien el “lobby judío” es un elemento muy recurrente en los medios, éstos rara vez mencionan la contraparte del influyente lobby saudí, o el de las finanzas, transmitiendo con esa omisión, la idea errónea de que sólo los judíos se juntan y organizan para influir. Hablar de lobby judío es, en definitiva, hablar implícitamente de inmoralidad, de ilegalidad, de tráfico de influencias, de confabulación, conspiración. Algunos de esos medios probablemente saben muy bien qué interruptor están accionando para despertar qué emociones en el lector.

Por otra parte, es curioso notar que al referirse al “lobby judío”, los medios otorgan generalmente un papel muy destacado al AIPAC (Comité Americano Israelí de Asuntos Públicos) – un comité que promueve las relaciones entre Estados Unidos e Israel–.Pero ese llamado “lobby judío” no es, según sus propias palabras, un lobby exclusivamente judío:

“AIPAC le brinda la posibilidad a los activistas pro-israelíes de todas las edades, religiones y razas a que se comprometan políticamente y a construir relaciones con los miembros del Congreso de ambos lados del pasillo para promover la relación entre EE.UU. e Israel”.

La psicosis de la teoría conspirativa

La profesora Jean Bethke Elshtain, de la Universidad de Chicago, en una entrevista de abril de 2007 en el programa Voices on Antisemitism del United States Holocaust Memorial Museum decía que es muy difícil argumentar contra la teorías de la conspiración porque las conspiraciones son como una psicosis:

“Es un sistema enteramente cerrado que tiene una lógica interna implacable… [pero] si uno piensa que todo lo que sucede en el mundo está controlado por una cábala sionista, entonces uno puede siempre intentar extraer alguna conexión causal, no obstante lo tenue que pueda ser”.

Elshtain remarcaba que lo preocupante de estas teorías es el hecho de que estén siendo divulgadas a través de internet y distintos medios de comunicación que de alguna manera le dan legitimidad a estas teorías conspiratorias. Antes podían verse a los personajes que creían en estas difamaciones y que las comunicaban como sujetos aislados y perturbados, pero ahora, dice Elshtain, “pueden decir: ‘Debo tener razón porque mira toda esa gente que está de acuerdo conmigo'”.

Y es justo en lo que en cada artículo da como sobreentendido, en lo que se supone como un consenso, donde yace el auto-adjudicado valor de verdad. Esto crea, a la larga, un ambiente que legitima la utilización del judío como chivo expiatorio para todos aquellos aspectos que funcionan mal tanto a nivel socioeconómico, como a nivel político (local e internacional).

Lobby en Estados Unidos

En el año 2007, John Mearsheimer y Stephen Walt, crearon un gran revuelo mediático en los Estados Unidos y en el exterior con su libro The Israel Lobby, donde abogan por otra hipótesis:

“en las pasadas décadas, y especialmente desde la Guerra de los Seis Días en 1967, el eje central de la política de Estados Unidos en Medio Oriente ha sido su relación con Israel. La combinación del apoyo inquebrantable a Israel y el esfuerzo relacionado para difundir ‘la democracia’ por toda la región ha inflamado la opinión árabe e islámica y puesto en peligro, o sólo la seguridad de Estados Unidos, sino la de gran parte del mundo”.

Desde el diario El País, el 9 de noviembre de 2007 Shlomo Ben Ami respondía Mitos y realidades del ‘lobby’ israelí:

“Al querer defender lo que es una tesis absurda y obcecada, los autores de este libro demuestran una vergonzosa ignorancia de las complejas realidades de Oriente Próximo. Es verdad que ‘el Gobierno de Nixon reabasteció a Israel durante la guerra de octubre’, pero no lo hizo en contra de sus intereses nacionales. Precisamente la relación especial con Israel fue lo que permitió a Estados Unidos conseguir una de sus victorias estratégicas más sonadas, al desmantelar la hegemonía soviética en el Oriente Próximo árabe”.

Ben Ami ahonda la brecha entre lobby y resultados – vistos como aplicación de políticas favorables al campo que se defiende o por el cual se buscar influir en las decisiones -:

“En Camp David I no hubo ningún “lobby judío” que impidiera a Begin retroceder a la frontera con Egipto de antes de 1967 y declararse dispuesto a abordar ‘los derechos legítimos de los palestinos en todos sus aspectos’. Los autores prefieren, pues, obsesionarse con la oferta de Camp David II, supuestamente mala, y se olvidan del acuerdo que se propuso mediante los parámetros de paz de Clinton seis meses después, unos parámetros que Israel aceptó y que Arafat, en lo que el embajador saudí en Washington calificó de “crimen contra el pueblo palestino y la nación árabe”, rechazó”.

Un secreto no tan secreto

Uno de los planteamientos de los medios a la hora de hablar de los lobbies es su secretismo, sin embargo, de secreto tienen más bien poco.

En el formulario (LD-1) de la ley Lobbying Disclosure Act de 1995 (LDA) para registrarse, entre otros datos, requiere: “las áreas de actividad de lobby proyectadas; los nombres de las organizaciones que prestan una importante financiación para el solicitante de registro para sus actividades de lobby en nombre del cliente… las organizaciones que contribuyen”. Como se ve, en cuanto se aprecian los hechos y los datos, las mistificaciones se desmoronan.

Pero hay más, porque los reportes periódicos (LD-2) “actualizan la información registrada en el formulario; dan las ganancias totales obtenidas por una firma dedicada al lobby por parte del cliente durante el período cubierto, y los totales agregados de gastos para el mismo período en el caso de que el titular ejerza el lobby en su propio nombre; identifica las Cámaras del Congreso y las agencias federales con las que una firma o un lobista hizo un contacto para el cliente durante el período…”, entre otras. Al parecer, no tan nebuloso.

El trabajo titulado Lobbying Law in the Spotlight: Challenges and Proposed Improvements, Report of the Task Force on Federal Lobbying Laws, Section of Administrative Law and Regulatory Practice, American Bar Association indica, en el prefacio escrito por Charles Fried que:

“[existe] la convicción… de que ‘intereses especiales’ han llegado a dominar y distorsionar el proceso de gobernar. El resultado, se cree, es que son pocos los temas importantes que se deciden racional y deliberadamente según sus méritos, y que el trabajo de la gente se llega a hacer. Y se dice que los lobistas son los agentes y conductos de esta nefasta influencia. Lo que frecuentemente pasa por alto por esta clase de crítica… es la ineludible realidad. Hacer lobby, y por ende, los lobistas, son indispensables para el funcionamiento del gobierno, ellos personifican un derecho constitucional del más alto orden, consagrado en la Primera Enmienda: ‘el derecho de las personas a… para pedir al Gobierno la reparación de agravios”.

Pero claro, Fried no hablan sólo del “lobby judío”, sino de una percepción estadounidense del juego político local.

Volvamos a la Primera Enmienda. Ésta, tiene una cláusula de petición que dice que las personas pueden llevar a cabo esto no sólo mediante la difusión de sus puntos de vista, sino también buscando tratarlos con sus gobernantes directamente. No hay indicios de que sea una prerrogativa judía. Es decir, el lobbying está amparado por la Primera Enmienda, ergo, es legal. Pero claro, queda la cuestión de las contribuciones… El mismo trabajo recién citado lo aclara: “La Corte Suprema ha dejado claro que la contribución de fondos para, – y por ende la recaudación de fondos – los funcionarios electos es un derecho protegido por la Constitución”.

En conclusión: no se trata de una práctica secreta (de hecho, la mayor parte de las organizaciones y firmas dedicadas al lobby tienen página web), ni de una trama ilegal. No sólo está regulado por leyes (que pueden, a gusto de algunos ser insuficientes) el lobby, sino la financiación del mismo y de las campañas políticas. Y es una cuestión interna americana decidir si este modelo es o no adecuado a sus necesidades y a la realidad política y social de su país. Por otra parte, se ha visto que el lobby pro-israelí es uno entre tantos y ni siquiera el más poderoso. En este sentido, es vital remarcar que las elecciones se deciden en las urnas, y el voto judío (mayormente demócrata) representa tan sólo el 4% del electorado. A su vez, el hecho de que exista el lobby, y que cada organización abogue por sus intereses, no implica de ninguna manera que estos vayan a cumplirse según su deseo.

Pero por encima de los intereses de un grupo se hayan, como es lógico, los intereses del país, tanto a nivel nacional como internacional. Aquellos que hablan de lobby judío esgrimen supuestos, ideas, conjeturas, pero rara vez (si es que alguna) pueden explicar o exponer un efecto causal (una correspondencia) entre el acto de influir y una decisión política dada (favorable para el grupo que influye). Por el contrario, las decisiones que no comparten las atribuyen automáticamente y sin prueba alguna a las presiones ejercidas por el lobby. Una fácil solución.

Sobredimensionamiento (cuando el 4 % es más que 96%)

A partir de un relevamiento de los 10 lobbies más grandes de Washington que realizó en 2011 Business Pundit surge un dato interesante: no es precisamente el AIPAC el lobby más poderoso de los EEUU. En primer lugar ubican al lobby tecnológico, que en los “últimos 15 años ha sido el que más ha gastado en hacer lobby, repartiendo más de 120 millones de dólares en 2010”. En 2010, “sólo Microsoft gastó más de 6.9 millones de dólares” en dicha actividad.

La industria de la minería, particularmente la del carbón, ocupa el segundo lugar con casi 100 millones de dólares en los últimos entre 2007 y 2010. Le sigue la Industria de la Defensa, de la que el informe no aclara montos. La industria del agro, alimentación y tabaco gastan “más de 150 millones al año, financiando campañas” y haciendo lobby. Por supuesto, las petroleras no van a la zaga: “150 millones en 2010”. El lobby financiero le sigue, pero no se aportan cifras. Las grandes industrias farmacéuticas gastaron más de 25 millones de dólares en 2009; seguidas de cerca, sí, aunque no lo puedan creer, por la Asociación Americana de Personas Retiradas, que gastaron 22 millones de dólares en lobby. La Asociación Nacional del Rifle, según este informe, gastó 7.2 millones de dólares en las elecciones de 2010. Y, ahora sí, el omnipresente y omnipotente lobby pro-israelí, el AIPAC, que gastó… 4 millones de dólares en 2010. Veamos, algo va mal: si un lobby logra tantísimo con 4 millones de dólares, o son de una astucia e inteligencia inenarrables, o bien la torpeza del resto es gigantesca (lo cual, por otra parte, es inverosímil: cómo, entonces, han llegado a obtener tantísimo dinero).

Por otra parte, según la página web de Open Secrets, Center for Responsive Politics, con información procedente de la Oficina de Registros Públicos del Senado – información descargada el 31 de julio de 2012 -, el AIPAC registra un total de gastos de lobbying que asciende a 1.238.816 U$. El Center for Responsive Politics es un “grupo de investigación más importante del país en el seguimiento de dinero en la política de Estados Unidos y su efecto en las elecciones y la política pública. No Partidista, independiente y sin fines de lucro, la organización tiene como objetivo crear votantes más educados, una ciudadanía involucrada y un gobierno más transparente y sensible”.

Y mientras los medios se enamoraban del libro de Mearsheimer y Walt, pocos analistas o periodistas intentaban mirar la imagen completa de la política norteamericana. La lectura simplista del “poder judío” parecía bastar a los redactores y consumidores.

El lobby árabe en Estados Unidos del que no se habla

Porque se descontextualiza tanto la noticia para sobredimensionar y resaltar, tanto se olvida y omite que se pasan por alto datos extremadamente importantes. Por ejemplo, la relevancia del lobby árabe (aunque no es único), que según explica Mitchell Bard, en su artículo del 2010, The Arab Lobby, tiene como uno de sus asuntos centrales el petróleo, es pro-saudí y está representado principalmente por funcionarios de dicho gobierno y por corporaciones con intereses comerciales en el reino, incluyendo a empresas relacionadas con el armamento.

Según Bard:

“Incluso antes de que se organizara un lobby pro-israelí, un lobby árabe que incluía a misionarios americanos, arabistas del Departamento de Estado y pequeñas organizaciones de árabes y no árabes americanos, ya había evolucionado para construir lazos entre el mundo árabe y, luego del descubrimiento de petróleo en la región, para asegurar el acceso a dicho recurso”.

“La parte más poderosa del lobby árabe está representada casi exclusivamente por Arabia Saudita y los intereses de las empresas – especialmente las empresas petroleras – y los diplomáticos que ven el bienestar Saudí como vital para los intereses económicos y de seguridad de Estados Unidos”.

Por su parte, el 17 de abril de 2007, la revista Harper’s publicaba un artículo de John R. Mac Arthur (The Vast Power of the Saudi Lobby), nada cercano al estado de Israel, que mostraba su preocupación por el lobby… árabe:

“Teniendo en cuenta mis ideas políticas disidentes, debería estar en pie de guerra contra el lobby de Israel. No sólo he apoyado los derechos civiles de los palestinos en los últimos años, sino que dos de mis mentores intelectuales principales fueron George W. Ball y Edward Said, ambos críticos severos de Israel y su extra-especial relación con los Estados Unidos. […] [Pero] cuando pienso en los grupos de presión extranjeros perniciosos, con influencia desproporcionada sobre la política estadounidense, no puedo ver más allá de Arabia Saudita y su casa real, dirigida por el rey Abdullah. […]Después de que la revolución islámica iraní derrocó al Shaa en 1979, la profundamente antidemocrática oligarquía Saudí pareció una isla de estabilidad y por tanto de mayor valor estratégico para Washington. De hecho, en un emparejamiento cabeza a con el lobby pro-Israel en 1981 sobre la propuesta de venta estadounidense de aviones AWACS a los saudíes, el lobby saudí ganó una reñida votación en el Senado”.

La casi totalidad de los artículos que se publican, sin embargo, se refieren exclusivamente al “lobby judío” y a su poder en los Estados Unidos…

Pero, ¿sólo se practica el lobby en Estados Unidos?
Así como hemos visto que el lobby no es exclusivamente una práctica judía, tampoco es un hecho exclusivo de la política norteamericana.

El documento Lobbying in the European Union: Current Rules and Practices informa de que:

“ En 2000 unos 2600 grupos de interés tenían una oficina permanente en el centro de Bruselas, de los cuales, un tercio comprenden federaciones de comercio europeas; consultores comerciales, un quinto; compañías, ONG europeas y asociaciones de empresarios y de trabajadores, cada uno con un 10%; representaciones regionales y organizaciones internacionales, cerca de un 5% cada una, y, finalmente, think tanks con cerca de un 1%”.

Así, por ejemplo, sería válido incluir en el término, en España, a las organizaciones sindicales Comisiones Obreras o UGT y a las patronales. Pero nadie habla de lobby o de manejos oscuros en dichos contextos. Y no es cuestión, claro está, de que se haga.

Otras organizaciones que también podrían ser consideradas “lobbies” son ciertas ONGs.

Al menos, la ONG Acsur así lo asegura (p. 53):

“Finalmente, también dedicamos recursos a la interlocución directa entre los legisladores y las legisladoras y los actores con “poder””.

También MEWANDO (Middle East Without Wars and Oppression Network; Oriente Medio sin Guerras ni Opresión), una coalición de ONG, se dedica al lobby. Al menos, a lo que todo el mundo entiende por ello. En su Informe para redefinir a Israel en Europa. Israel, el ojo tuerto de Europa y la política española de refugio a la ceguera, Alberto Arce, informa de que:

“a lo largo de los meses de julio y noviembre, diversas organizaciones se reunieron, acompañadas de representantes palestinos del Comité Nacional para el BDS, con diversos responsables políticos, tanto del gobierno español como de la Unión Europea, para transmitir la postura del conjunto de la sociedad civil”.

Es decir, la acción de lobby implicaba a organizaciones extranjeras. El “informe” da una relación detallada de las reuniones ante distintas instancias gubernamentales para frenar el “upgrading” de Israel por parte de la Unión Europea, en clara violación de los estatutos para las ONG que definen el carácter apolítico que deben tener estas organizaciones. Dice, en dicha relación:

“Como disciplinadas organizaciones que tratan de seguir los cauces de la incidencia política,… nos reunimos en la sede del Congreso de los Diputados con varios representantes del Intergrupo Parlamentario por Palestina”.

Por cierto que, MEWANDO, según su propia página, está financiada por el Gobierno Vasco.

Algo extremadamente llamativo: que interese tanto el “lobby judío” a la prensa española pero no el lobby ejercido en su país por organizaciones no gubernamentales que reciben dinero del gobierno para fines no políticos sino humanitarios.

Claro, que esto no se ajusta a la conjura protocolaria.

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