YORAM HAZONY/ JERUSALEM LETTERS/COMUNIDAD JUDÍA DEL CONDADO DE ASTURIAS
Los debates actuales sobre el lugar de la religión en la vida moderna a menudo demuestran la afirmación de que la creencia en Dios ahoga la razón y la ciencia. Como Richard Dawkins escribió en su best-seller The God Delusion, la creencia religiosa”disuade de interrogarse por la propia naturaleza”. En The End of Faith, en su propio “nuevo manifiesto ateísta”, Sam Harris escribe que religión representa “un punto de fuga más allá del cual el discurso racional resulta imposible”.
El argumento de que la religión suprime la indagación o el cuestionamiento racional se basa a menudo en la idea de que la “razón” y la “revelación” son conceptos opuestos. Desde este punto de vista, compartido tanto por algunos cruzados ateos y algunos creyentes, el objetivo de la Biblia es proporcionar un conocimiento divino que nos permita guiar nuestras vidas, por lo que no es necesaria la indagación, el cuestionamiento y la independencia de la mente.
Esta dicotomía entre la razón y la revelación tiene una gran historia detrás de él, pero nunca la he aceptado. De hecho, como judío ortodoxo, a menudo encuentro toda esta discusión bastante frustrante. Dejaré que los cristianos hablen de sus propios textos sagrados, pero en la Biblia hebrea (o “Antiguo Testamento”) y en las fuentes rabínicas clásicas que son la base de mi religión, uno de los temas más respetados es precisamente la necesidad siempre urgente para la existencia de los seres humanos de que puedan hallar lo que es verdadero y justo, para así poder mantener viva su capacidad de acción y de pensamiento independiente.
Casi todos los héroes y heroínas principales de la Biblia hebrea se presentan como personas con una mentalidad independiente, rebeldes, incluso conflictivos. Abraham, Isaac, Jacob, los hermanos de José, Moisés y Aarón, Gedeón y Samuel, profetas como Elías y Eliseo, y las figuras bíblicas del exilio como Daniel, Mordejai y Esther, todos ellos son retratados enfrentándose a la autoridad y rompiendo las leyes y los mandamientos de los reyes o de la autoridad. Y por ello son alabados.
Pero estos personajes bíblicos no desobedecen simplemente a las instituciones humanas en respuesta a las órdenes que proceden de lo alto. No, en absoluto. Muy a menudo, la desobediencia que vemos retratada en las escrituras hebreas se inicia en los propios seres humanos, sin necesidad en absoluto de la palabra de Dios. Así, las parteras Shifra y Pua se resisten al decreto del Faraón de matar a los hijos de Israel en la narración del Éxodo. Y la madre de Moisés y la hermana ocultan al niño recién nacido, aunque sea contrario a la ley. Y Moisés crece y mata a un egipcio por golpear y abusar de un esclavo hebreo.
Ninguno de estos hechos se inicia o se guía por un mandato divino. Al igual que muchas otras historias en la Biblia, nos hablan acerca de unos seres humanos que convierten su propio criterio en su propia autoridad.
Algunos me objetarán que estos héroes bíblicos que muestran tal independencia de mente o criterio sólo la ejercen con respecto a los demás seres humanos, mientras que se conviertan en presa fácil cuando Dios entra en escena. Pero eso tampoco es justo. Muchos personajes bíblicos se atreven a extender sus argumentos y su críticismo al propio Dios. Abraham es famoso por desafiar a Dios por la suerte de Sodoma: “¿Puede que no haga justicia el juez de toda la tierra?”. Moisés, repetidamente, argumenta en contra de la intención de Dios de destruir a Israel. David está indignado por lo que considera el injusto asesinato por Dios de uno de sus hombres. Y argumentos similares donde se expresan críticas a Dios aparece en Isaías, Jeremías, Ezequiel, Havakuk, Jonás y Job.
Tampoco otras figuras bíblicas parecen dejar de discutir con Dios. También le desobedecen. Abel no tiene en cuenta las instrucciones de Dios para ir a trabajar la tierra, mientras que su hermano Caín, sin embargo, le obedece – aunque finalmente a quien más ama Dios es a Abel, y no a Caín -. Moisés también desobedece directamente el mandamiento de Dios para que guie al pueblo a Canaán, tras el pecado del becerro de oro. Aarón se niega a realizar el servicio de sacrificio según lo ordenado después de que Dios haya matado a sus dos hijos. Incluso las hijas de Tzelofhad exigen que en la ley de Moisés alter Dios porque lo consideran injusto. Y en todos estos casos, el relato bíblico respalda dicha resistencia.
La Biblia reconoce explícitamente este patrón cuando Dios le da el nombre de “Israel” a Jacob y a sus descendientes, diciendo: “Tú nombre no será más Jacob, sino Israel, porque has luchado con Dios y con los hombres y has prevalecido”.
Vuelvan a leer esta última frase. Se dice que el Dios de Israel aprecia tanto a los hombres y mujeres de mentalidad independiente que él mismo los nombra Israel, que significa “contender (luchar) con Dios”, como un signo de su amor y estima.
La afirmación de que la Biblia Hebrea tiene por objeto suprimir el argumento y el cuestionamiento sólo puede mantenerse mediante una colosal ignorancia o una distorsión deliberada. De hecho, ninguna tradición literaria del mundo pre-moderno – incluyendo la filosofía griega – sostenía un esfuerzo tan radical en apoyo de la interrogación humana, la búsqueda y la argumentación. Y pocas han rivalizado ya en la propia modernidad.
Tal vez sea el momento de que los participantes en las grandes “guerras de religión” de nuestro tiempo dediquen otra lectura a la Biblia Hebrea.
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