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No hablaré de Samia Yusuf Omar, esa atleta somalí que ha estado ausente de los alegres últimos Juegos Olímpicos, por haber muerto en una patera. Solo os invito a reflexionar, aunque sea durante unos pocos minutos, sobre quién es el responsable del desastre en Somalia y en otros muchos países antes de que olvidemos a Samia y a todos aquellos que han tenido o van a tener su mismo destino, aquellos de los que no sabremos nunca sus nombres, ni veremos sus rostros.
Os hablo de otra mujer, de Intisar.
Es una mujer palestina que forma parte del millón y trescientos mil palestinos que viven dentro del Estado israelí tras su proclamación en 1948. Pertenece a una familia beduina del norte de Palestina. Tiene más o menos 40 años, tres hijos y un marido enfermo desde hace muchos años, Ali.
Intisar habla sobre los tres poderes patriarcales a los que se enfrentó en su vida. De una familia numerosa y pobre, todos sus miembros sufren maltrato y violencia por parte del padre que está desbordado por la pobreza y por los muchos hijos que tiene. Ella es una de las que más sufren la discriminación, al no ser una de las niñas guapas de la familia. El padre obliga a la pequeña Intisar a abandonar sus estudios para ayudar económicamente a la familia y a veces la castiga, a ella y a sus hermanas, dejándolas solas en medio del cementerio.
Intisar deja el colegio para trabajar de limpiadora en un hospital. Gracias a las conversaciones que mantiene con un joven paciente, decide volver a estudiar a pesar del rechazo de la familia. “Mi padre me provocó odio y rechazo hacia el poder. Hacia cualquier persona que tiene poder”.
Se casa pronto con Ali. “Me casé con el primero. Vamos, no era el primero. Antes de él hubo hombres por los que me sentí atraída, soñé con casarme con alguno de ellos. Pero siempre sentía que no estaba al nivel por no ser una mujer guapa. Y Ali fue el primero que pidió mi mano. Quería escapar de la espiral de violencia familiar, pensaba que sería libre. Así que más bien fue una huida”.
Intisar se traslada a vivir a una casa pequeña dentro del clan familiar de Ali. La familia del marido la considera una nueva criada que tiene que estar bajo las órdenes del marido, del suegro y de los cuñados. Una vez, el hermano mayor de Ali le da una paliza y le rompe algunas costillas por intentar salvar un árbol, plantado frente a su casa, de los rebaños del cuñado. Y Ali no debe enfrentarse a su hermano mayor.
Abandonan el clan familiar, emigrando al desierto del sur, al Negev, lejos de las dos familias, la del marido y la suya. Ali, el tercer poder patriarcal de Intisar, acepta su voluntad de volver a estudiar mientras trabaja. “Hay cosas que las conseguí por la fuerza, enfrentándome a él. Y hay cosas que las conseguí por acuerdo mutuo”.
Ali no puede decirle que deje de trabajar porque ni siquiera él mismo tiene trabajo. Ella es la única fuente de ingresos de la familia. “Ali no valoraba mi trabajo, ni mis estudios ni mis ideas. A veces me insultaba, me pegaba y me echaba de casa con los niños, sin tener un sitio a dónde ir”.
Intisar acabó sus estudios universitarios y comenzó con el doctorado, trabajando al mismo tiempo y manteniendo a Ali y a sus tres hijos. Esto es solo una parte de lo que contó Intisar.
Habló durante dos horas sin parar, frente a una cámara que lleva un hombre al que no conoce de antes. Y lo más importante, frente a Ali. A veces miraba al marido, que escuchaba esas palabras por primera vez, mientras ella declaraba su decisión de contarlo todo tal y como ella lo ha vivido.
Una feminista palestina me contó que algunas mujeres que sufren un grado alto de violencia doméstica se ven obligadas a ir a la policía israelí para pedir protección a pesar de ser la policía del enemigo, la del Estado que se estableció mientras destruía su identidad nacional.
Normalmente, en estos casos la policía israelí las entregan a los patriarcas de los clanes familiares. Y a veces algunas de estas mujeres son encontradas asesinadas después por sus familiares. ¡Mujeres que mancharon el honor familiar y el honor nacional!
Intisar rechaza ser considerada una víctima, pero ¿qué puede hacer otra mujer para salvarse dentro de un Estado que no la considera ciudadana y en una sociedad que la discrimina? No sé.
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