EL PAÍS
03 de Septiembre 2012.-Las palabras pronunciadas por Lakdhar Brahimi, el hombre que la comunidad internacional ha elegido para tratar de llevar la paz a Siria dan una idea de la profundidad y exiguos visos de solución de un conflicto que se ha llevado por delante más de 20.000 vidas en cerca de año y medio, según el recuento de los activistas. “Misión casi imposible”. Así ha calificado Brahimi, el diplomático argelino su cometido, durante una entrevista concedida a la cadena británica BBC en Nueva York. Brahimi, que aceptó el puesto después de que su predecesor, Kofi Annan, tirara la toalla frustrado, dijo que siente que mediar entre el Gobierno sirio y los grupos rebeldes que despertaron al calor de la primavera árabe y que aspiran a poner fin al régimen sirio es algo así como “darse con la cabeza contra un muro”. Con este ánimo se reunirá Brahimi el sábado en Damasco con el presidente Bashar El Asad.
El diplomático de 78 años dijo que “hay quien ve grietas en el muro”, pero que el de momento no las ve. Por si acaso las fisuras se visibilizan, se mantiene por ahora en su puesto, reconociendo no obstante que “no estamos haciendo mucho” para impedir que la gente muera. Los esfuerzos diplomáticos han resultado hasta la fecha inútiles. Los países con intereses en al zona han sido incapaces de ponerse de acuerdo en exigir con una sola voz el fin del baño de sangre en Siria. China y Rusia, países próximos al régimen de Damasco han sido los encargados de vetar las iniciativas más críticas con el gobierno de El Asad en el seno de Naciones Unidas.
El ministro de Información sirio, Omran Zoabi, le ha ofrecido a Brahimi su particular receta para acabar con su frustración y resolver el conflicto. El muñidor de la propaganda gubernamental siria sostuvo que el éxito de la misión del enviado internacional pasa por pedir a Catar, Arabia Saudí y Turquía “que dejen de enviar armas [a los rebeldes] y cierren las fronteras a los opositores y cierren los campos de entrenamientos de militantes”, dijo en conferencia de prensa. Damasco acusa a los países extranjeros de instigar y financiar la revuelta antigubernamental.
Sobre el terreno, los muertos y las campañas militares han sido este lunes una nueva muestra diaria de la gravedad del conflicto. Una bomba instalada en un coche mató a cinco personas al estallar en Yaramana, un barrio del sureste de Damasco, poblado por las minorías drusas y cristianas y en el que se supone que el régimen goza aún de cierto apoyo. Este nuevo ataque ha reavivado los temores a que la violencia en Siria se convierta en un enfrentamiento sectario entre las distintas confesiones religiosas que conviven en cierta armonía en el país. El explosivo dejó además decenas de heridos, según el opositor Observatorio Sirio para los Derechos humanos con sede en Londres. Mientras, la aviación siria volvió a bombardear Alepo, el pulmón económico del país, cuyo control se disputan rebeldes y Ejército. Al menos una veintena de personas murieron en los bombardeos, según los opositores. “Estábamos durmiendo en casa cuando explotó la primera bomba. Corrí hacia la puerta y fue cuando quedé enterrado por la segunda explosión”, relató a la agencia France Presse un superviviente de Alepo, cuyos padres, hermana y abuela murieron en el ataque.
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