JORGE FERNÁNDEZ MENÉNDEZ/EXCELSIOR
Hace exactamente 11 años el mundo cambió con los atentados a las Torres Gemelas y al Pentágono. Estados Unidos modificó sus prioridades y lanzó una guerra contra el terrorismo, que se continuó con la intervención en Irak y terminó derivando, directa o indirectamente, por el enorme gasto militar y de seguridad financiado a través del déficit, en una crisis financiera global de características inéditas.
México también cambió y cambiaron las prioridades en la relación con Estados Unidos. Si unos días antes de los atentados, cuando el entonces presidente Fox visitó Washington, México fue presentado, en el saludo de cowboy que intercambiaron Fox y George Bush, como el más importante aliado de la Unión Americana, unos días después, luego de los ataques, la declaración quedó en el olvido: el gobierno de Fox no atinó ni siquiera a tener una respuesta y solidaridad rápida con Washington y, meses después, cuando en una decisión atinada, decidió no participar en la invasión a Irak, la relación se enfrió casi por completo.
Pasaron los meses y en los últimos años esa relación se ha fortalecido en forma sustancial: la lucha contra el narcotráfico y la llegada de Barack Obama y Felipe Calderón a los respectivos gobiernos lograron cambiar las cosas. El desempeño de Arturo Sarukhán en Washington contribuyó en forma importante y, pese a los desacuerdos que suscitó su gestión, Carlos Pascual no fue un mal embajador de la Unión Americana, y Anthony Wayne lo ha hecho con tacto y mucho acierto.
El hecho es que la relación sigue pasando, en muy buena medida, por la seguridad. Puede ser que México no haya intervenido en lo de Irak, pero su participación en las medidas de seguridad global ha sido estricta, y los intercambios de información y complementación de sistemas han sido la norma. Pese a que uno de los mayores temores de la seguridad estadunidense ha estado desde hace 11 años en la posibilidad de que personajes o grupos terroristas ingresen u operen desde México hacia Estados Unidos, lo cierto es que no ha habido un solo caso significativo al respecto y, cuando se ha intentado hacerlo, esos esfuerzos han sido desarticulados. El caso más reciente fue la detención y deportación de un presunto miembro de Hezbolá, la organización terrorista pro iraní, en Mérida, como parte de una serie de investigaciones que comenzaron desde hace casi tres años en el sureste del país.
Pero el peligro existe y es real. Ya a fines del año pasado hubo una investigación que ligaba a la diplomacia iraní con Los Zetas, en la búsqueda de realizar atentados en Estados Unidos. En aquella ocasión, un diplomático de Irán asentado en Estados Unidos buscó un contacto con Los Zetas para efectuar esos atentados. Resultó que la persona que encontró y que supuestamente trabajaba para ese cártel, era un agente de seguridad de Estados Unidos infiltrado en el grupo. El “diplomático” finalmente fue detenido, precisamente en nuestro país y desde aquí enviado a Estados Unidos. También se difundió la información de que Los Zetas y Hezbolá utilizaban el mismo “blanqueador” de dinero del otro lado de la frontera.
Y todo ese flujo de información ha coincidido con una creciente presencia del gobierno de Irán en la región, sobre todo en Venezuela y Nicaragua. El tema no es menor, porque, sobre todo, pasada la elección presidencial en la Unión Americana, el capítulo de Irán se transformará en uno de los más destacados de la agenda internacional de ese país y, por ende, de México.
El tema no es menor, como tampoco lo serán, por las repercusiones que pudieran tener en nuestro país, las negociaciones que comenzarán el mes próximo en Oslo, de las FARC con el gobierno colombiano. Pero eso ya lo analizaremos esta semana.
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