SALOMÓN LEWY PARA ENLACE JUDÍO
La Vida, Salomón. Llámala como tú quieras – D-os, Destino, Caminos, Andares – tarde o temprano se encarga de darte lecciones, del mismo modo que tú, en tu trabajo como maestro (profesor, teacher o como te digan) procuras impartir el conocimiento que a otros les hace falta, con la diferencia que tu pides paga y, aunque exigua, la recibes.
Has viajado a lo largo de más de siete décadas y este año se cumplieron cincuenta años desde que recibiste un certificado autorizándote – en papel – a fungir como una especie de transmisor de ideas al frente de grupos de personas de todos los niveles socio-económicos e intelectuales.
Se nota que te gusta y lo extiendes. Sabes también que ese pecado menor, la vanidad, ayuda a crecer a esa pequeña plantita interior que te acompaña.
O qué: ¿Vas a decir que no sientes que perteneces a un estrato ligeramente elevado? Entre tus grupos hay algunos formados por personas que ocupan puestos importantes en corporaciones multinacionales y que ganan mucho más que tú, pero en tu terreno, el que destaca eres tú. ¿Acaso eso no es causa de vanidad?
Mas necesitas mayores ingresos. Tocas otras puertas. Una de ellas se abre, pero es muy diferente a todo lo que acostumbras, a todo lo que has conocido. Es una Yeshivá.
Tú, que tanto has recorrido, que has vivido en diversos países – incluyendo Israel – que has conocido judíos de tan diversos orígenes y costumbres,¿nunca habías estado en una? ¡Increíble!
Lo primero que te llama la atención al entrar es el factor seguridad. Pasas dos filtros. Te conducen a la Dirección. En el camino te encuentras con una atmósfera discreta, sólo interrumpida por el movimiento de niños vestidos con camisita blanca, pantalón negro y kippot que te miran con curiosidad.
El Director es un Rabino de rostro inteligente, circunspecto. Pasa la vista por tu expediente y sin modificar su actitud, te somete a un interrogatorio agudo, conciso. Quiere averiguar con quién está hablando y si podrá confiar en ti.
Impone su autoridad de inmediato, pero tus recursos te permiten construir un diálogo interesante. Tú también deseas saber – para evitar fallar.
Impartes tres clases consecutivas de prueba. El Rabino y sus asistentes te observan discretamente. Su presencia en el salón impone una conducta, un orden entre los adolescentes que serán tus alumnos.
Un sólido estrechar de manos cierra el trato.
Abandonas el recinto y quieres llegar a tu casa a aclarar tus pensamientos.
Desembocan éstos en un “MaNishtaná” – ¿Cómo se diferencia…? – lo que has vivido con lo que acabas de experimentar.
Te dices: ‘Niños son niños en todo el mundo’. Sí, pero estos tienen otra atmósfera, perspectivas y educación diferentes.
Desde el primer día de clases formales empiezas a comprobarlo. Te enteras de sus horarios, que inician con Tefilah y terminan en un lugar diferente cerca del anochecer, excepto los viernes.
Como todos los adolescentes, son inquietos, inquisitivos, pero traen consigo una alegría contagiosa. No son grupos numerosos, pero requieren de ti mucha energía para llevar a cabo tu labor.
Te sumerges nuevamente en el análisis. Lo primero que te salta es el cúmulo de recuerdos de tu propia familia. Tus padres (z”l) no fueron judíos religiosos. Seguían nuestras Reglas y Tradiciones al igual que todos los “Yekes” de su Comunidad. No te puedes imaginar siquiera qué dirían si les contaras que trabajas en una Yeshivá como profesor, nada menos.
Tu esposa, feliz. Descendiente de judíos ortodoxos polacos, apegada a lo Nuestro, tiene mucho que contar, grandes referencias. No le importa que la paga sea menor. Opina que lo que estás haciendo es trascendente en diversos aspectos. Ya conocemos la voz de las esposas: “Empezando por…”
Día a día llegas a la Yeshivá con la ilusión de servir, pensando que tienes frente a ti a un abigarrado conjunto de adolescentes inquietos, ansiosos de vivir cultivando su Herencia. No puedes evitar la comparación entre ellos y tus nietos y sus compañeritos, pero no te atrevas a pensar ¿quiénes están mejor preparados para enfrentar el futuro?
Tu vida “laica” no despertó tu interés por saber o imaginarte cómo es, cómo se desarrolla la ortodoxia en nuestro Pueblo. Cuando vas a Israel a visitar a los tuyos, a disfrutar de un judaísmo de reglas civiles, de manifestaciones cosmopolitas, también acudes al Muro. Observas y, como todo aquel que aprecia lo heredado, pides algo, pero nunca te interesaste en considerar a aquellos que siempre están ahí.
Tampoco te detuviste a pensar en quienes han mantenido viva la flama del Pueblo y su identidad.
Rosh HaShaná y Yom Kippur se acercan. Tiempos de meditación y recogimiento, de familia y añoranzas.
Tus alumnos están más inquietos de lo acostumbrado. Sientes una efervescencia diferente. A esa edad, en casa de tus padres la atmósfera se tornaba seria, ceremonial. Esta es distinta a la que conociste.
Los “yekes” de tu infancia y adolescencia, la actitud y las palabras, la formalidad , quedaron en el tiempo. El ceremonial se realizaba “porque así tenía que ser”. Escuchabas ‘nosotros en Alemania…’ y la referencia de quienes se perdieron en la Tragedia. Esa era la costumbre.
Hoy, en esa vorágine, deseas compartir, pertenecer, sin mediar antecedentes ni logros, porque vives un mundo desigual en el que nuestra Unidad se logra a partir de diferencias.
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