El apoyo de Washington y el ‘New York Times’ a Fidel

LIBERTAD DIGITAL

El reciente asesinato del embajador de Estados Unidos en Libia por una turba de integristas islámicos representa un colofón sangriento al respaldo que ha dado esa potencia, así como sus principales medios de comunicación, a las revueltas árabes que se bautizaron de manera nada inocente como primavera árabe.

Los errores de las elites norteamericanas en política exterior se citan desde hace tiempo como ejemplos de decisiones de despacho que causan más desastres que beneficios, de que el conocimiento no depende de las estadísticas ni de las fotografías de los satélites. Otro caso en que Estados Unidos ayudó a un enemigo a conquistar el poder lo tenemos en Cuba.

En los años 50 la isla estaba gobernada por el militar Fulgencio Batista, que había sido presidente constitucional entre 1940 y 1944 con la colaboración de los comunistas del Partido Socialista Popular, pero que en 1952 volvió al Gobierno mediante un golpe de estado. En él se mantuvo gracias a la represión, la corrupción y las elecciones amañadas.

A finales de 1956, el Movimiento del 26 de Julio, fundado por los hermanos Castro y en el que militaron, entre otros, Camilo Cienfuegos, Che Guevara y Huber Matos, decidió convertirse en guerrilla.

Herbert Matthews, en Sierra Maestra

A medida que la Policía y el Ejército cubanos fracasaban en su misión de derrotar a los barbudos y la rebelión se extendía por el país, el Gobierno del presidente republicano Dwight Eisenhower fue retirando su colaboración al régimen de Batista. Previamente había tenido lugar la presentación al mundo occidental, mediante su biblia laica, The New York Times, de Fidel Castro como personaje romántico y heroico. El periódico publicó el 24 de febrero de 1957 la primera de tres entregas de una entrevista realizada por su corresponsal, el periodista de izquierdas Herbert Matthews, al dirigente barbudo en plena Sierra Maestra. La pieza comenzaba con la siguiente frase:

Fidel Castro, el líder de la juventud rebelde de Cuba, está vivo y luchando dura y exitosamente en la escarpada y prácticamente impenetrable Sierra Maestra, en el sur de la isla.

En Año Nuevo de 1959, Batista y los principales dirigentes de su dictadura huyeron de La Habana a Santo Domingo. Los barbudos entraron en las ciudades entre manifestaciones de entusiasmo delirante, en las que participaron incluso obispos y monjas; y, por supuesto, Matthews.

El 4 de enero, el periodista publicó en The New York Times un artículo titulado: “Cuba: primer paso hacia una nueva era”. En él calificó a Batista como el “más cruel y despiadado” de los dictadores latinoamericanos y describió la relación entre Cuba y Estados Unidos como la existente entre Irlanda y Gran Bretaña.

El 7 de enero Washington reconoció al nuevo Gobierno cubano, lo que supuso el reconocimiento de otros países del hemisferio. Madrid lo hizo el 15 del mismo mes. Según publicó el diario ABC (10-1-1959), el presidente Eisenhower ofreció a los nuevos gobernantes cubanos todo tipo de ayuda, incluso el cierre de la base naval de Guantánamo. ¿Cómo agradeció Castro al vencedor de Adolf Hitler su mano tendida? Como el portaaviones Norfolk, acompañado de otros buques de la Armada de Estados Unidos, se dirigía a Guantánamo en una escala prevista hacía tiempo, Fidel amenazó con “matar a 200.000 gringos” si en Cuba desembarcaba la Infantería de Marina. El presidente de EEUU ordenó el traslado del Norfolk y su grupo de combate a Puerto Rico, a fin de evitar un conflicto.

Sin embargo, el Gobierno de Estados Unidos no escarmentó. Según un memorando enviado por el secretario de Estado John F. Dulles a Eisenhower y recogido en el libro de Ignacio Uría Iglesia y Revolución en Cuba,

El Gobierno provisional parece libre de contaminación comunista, y hay indicios de que busca tener buenas relaciones con los Estados Unidos.

En los meses siguientes el Gobierno de los barbudos comenzó las expropiaciones, la colectivización del campo, la depuración de la Administración y los juicios farsa, que concluían con fusilamientos.

El embajador español protesta

En enero de 1960 se produjo un incidente entre Fidel Castro y el embajador español Juan Pablo Lojendio cuando éste se presentó en el estudio de televisión donde el cubano le acusaba de amparar a conspiradores contra la nueva dictadura. Castro ordenó la expulsión del embajador y se organizaron manifestaciones espontáneas ante la embajada española. Los exiliados republicanos españoles se frotaban las manos, ya que esperaban que la dictadura cubana, que hasta entonces mantenía relaciones con la España, franquista cambiase su orientación. En los años anteriores, por la isla habían pasado los comunistas Santiago Carrillo, Julián Grimau y Enrique Líster.

The New York Times siguió la evolución del incidente, que coincidió con la retirada por Washington de su embajador. Un editorial publicado el 21 de enero contenía las siguientes frases, que pueden tomarse como una disculpa:

Si ha habido un país, una prensa, un estado de opinión favorable a Fidel Castro cuando éste combatía contra el régimen de Batista, han sido los Estados Unidos. (…) Sin el apoyo de la prensa americana, que ofreció al mundo la imagen heroica de Fidel Castro en Sierra Maestra, Batista no hubiera caído. (…) Los reportajes del New York Times dieron a Fidel Castro la alternativa que necesitaba para convertirse en una fuerza política y un símbolo idealista. Era la joven América levantada contra el viejo caudillaje militar. Hoy, al cabo de un año, el blanco de las arengas de Castro es “la prensa del dólar y del imperialismo norteamericano”.

El 4 de enero de 1961, a punto de cumplirse dos años del reconocimiento por Estados Unidos del Gobierno de los revolucionarios y en vísperas de que John F. Kennedy asumiese la presidencia, Eisenhower rompió las relaciones diplomáticas con Cuba.

En abril se produjo el desembarco en Playa Girón, y en octubre de 1962 se descubrieron instalaciones para misiles en territorio cubano que apuntaban a Estados Unidos.

Cincuenta años más tarde, los diplomáticos y periodistas norteamericanos vuelven a tropezar en la misma piedra. En vez de en el Caribe, en Oriente Próximo.

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